Los que soñamos por la oreja
Decididamente el grunge representa el último movimiento que en materia de música a escala global ha sido transmisor del mensaje de toda una generación. A estas alturas del siglo XXI, la industria cultural ha conseguido vaciar de carga intelectual los productos que vende, cual mercancía reciclable de la más elemental factura. Por lo anterior, no es exagerado afirmar que con el reciente suicidio del vocalista Chris Cornell, se está cerrando un ciclo y hasta una época.
Nunca fui seguidor furibundo de Rage Against The Machine (RATM), quizá porque no me gustaba la voz de Zack de La Rocha, el hombre frontal de la banda. Admiré la proyección del grupo a favor de causas justas, pero nada más. La historia con Soundgarden era otra cosa; sobre todo su disco Superunknown me pareció de las mejores producciones en el universo del grunge en los 90, en buena medida gracias a la presencia del cantante Chris Cornell, figura a la que, desde que lo oí por primera vez, respeté por sus trabajos en la aludida agrupación o por su vínculo al proyecto Temple of the Dog.
Cuando hacia el 2001 se empezó a hablar de la unión entre Tom Morello, Tim Commerford y Brad Wilk, los tres procedentes de RATM, con Cornell, algo que nunca llegué a imaginar era que en un momento determinado yo estaría a pocos metros de personajes tan encumbrados del rock contemporáneo, como asistente a un concierto de estas leyendas en la capital cubana.
Todavía guardo en mi cerebro las sensaciones que experimenté el viernes 6 de mayo de 2005, cuando en la Tribuna Antimperialista, a propósito del concierto de Audioslave en Cuba, nos reunimos varios miles de personas, en una euforia multitudinaria por el rock sin precedentes hasta entonces entre nosotros.
Me parece que no han transcurrido 12 años desde el instante en que entraron a escena los integrantes del mencionado cuarteto, con el corte titulado Set it off, típica pieza en la línea del hard rock y perteneciente a su primer disco del año 2002.
De ahí en lo adelante, todo fue —como diría José Lezama Lima— una fiesta innombrable. Creaciones como Cochise, Gasoline, What you are?, Shadow on the sun, Exploder, I am the highway, nos pusieron en contacto con una agrupación que transpiraba adrenalina por los cuatro costados, en un estilo superrockanrolero que a la vez sonaba añejo y renovado.
Entre los momentos climáticos de la recordada función, o los que de manera especial atesoro en mi memoria, yo mencionaría la interpretación que la banda hizo de los temas Like a Stone y Killing in the name of…, cantados a coro por una multitud enardecida, en uno de esos instantes inigualables. Algo similar pensé cuando Cornell se quedó solo con su guitarra y cual un cantautor nos sorprendió con una excelente versión de Black hole sun, pieza que él hiciera popular en las filas de Soundgarden, o con un fragmento de Finale, creación de Rush incluida en su CD 2112. La voz de Chris, dueña de una amplia gama de matices, era del todo identificable: a veces sonaba a desaliento, ira, angustia y tragedia. No pude menos que asombrarme ante el hecho de que en aquel concierto de 2005 él se la pasó cantando en registros agudos, con pasajes que me evocaron al mejor Ozzy Osbourne de los 70.
Ahora Chris Cornell ha dejado de existir, decidió suicidarse por ahorcamiento, mientras permanecía en un hotel de Detroit, tras un concierto de los reformados Soundgarden. Confieso que en un mundo tan frustrante como el que nos ha tocado vivir, no me sorprende en lo más mínimo que alguien ponga fin a la agonía cotidiana por medio del suicidio. Con razón, en un hermoso texto, mi buen amigo Maykel González González ha escrito: «Al morir Cornell es, salvando las distancias, como si se hubiera vuelto a morir John Lennon, una época que se derrumba aceleradamente para darle espacio a otra, hacia la que no sentimos menos que zozobra».