Lecturas
Meyer Lansky y Santo Trafficante fueron las cabezas más sobresalientes de la mafia en Cuba. El primero era el capo de los capos en la Isla, el número uno, gracias a sus relaciones con el Gobierno cubano, en los círculos del juego de azar en La Habana. Tenía metido en el bolsillo al dictador Fulgencio Batista. Trafficante no llegaba a tanto, pero era, después de Lansky, el más poderoso. No eran los únicos. Cabría mencionar además a Amadeo Barletta y a Amletto Battisti y Lora como cabecillas de sus propias familias.
Barletta había nacido en Calabria, en el sur de Italia, en 1896. Tres años antes nacía Battisti en El Salto, Uruguay. Battisti llegó a la capital cubana en 1936 y Barletta tres años después. Guillermo Jiménez, en su libro Los propietarios de Cuba (2007), los ubica entre los hombres más ricos del país, aunque no entre los más ricos.
En torno a Lansky y a Trafficante se movían hampones de mayor o menor cuantía, todos norteamericanos. Solían reunirse una vez por semana, los jueves o los viernes por la tarde, en la residencia de Joe Stassi, rodeada de palmeras y de una exuberante vegetación tropical, en la carretera que corre paralela al río Almendares, en el Bosque de La Habana. Presidía Stassi aquellos encuentros, a los que no asistían Barletta ni Battisti, y que centraban sus discusiones sobre la situación en Cuba, la marcha de los negocios en Estados Unidos y la forma en que pudieran repercutir en sus operaciones en la Isla.
En la biblioteca o en la terraza de la casa tomaban asiento Lansky y Santo Trafficante. Asistían asimismo directores generales de hoteles y gerentes de casinos de juego. Unos respondían a Lansky y otros a Trafficante, y no faltaban los que, en secreto, trabajaban para los dos. También Joe Silesi, alias Joe Rivers, un sujeto amigo de Trafficante, llamado para dirigir los casinos de los hoteles Deauville y Habana Hilton, entonces en construcción.
A Stassi se le suponía neutral. Una especie de intermediario entre Lansky y el resto del grupo, en específico entre el judío neoyorquino del Lower East Side y Trafficante, pero respondía bajo cuerda a los intereses de Lansky.
Se conocían desde niños y estrecharon vínculos en tiempos de la ley seca, cuando Stassi se destacó en el contrabando de licores a las órdenes de un hampón de la pandilla de Lucky Luciano. Es por entonces (1928) que Stassi viene por primera vez a Cuba. Aunque con el tiempo se desplazó hacia la vertiente comercial del crimen organizado, fue un temido sicario, protagonista de los crímenes más sonados de la mafia.
Albert Anastasia —en realidad, Umberto Anastasio— era una preocupación creciente para Lansky. El jefe del Murder Inc. —brazo ejecutor de la mafia— estaba insatisfecho con el reparto del botín de La Habana: estaba seguro de no recibir lo que le correspondía y no ocultaba su descontento. Encabezaba la lista de mafiosos que podían crear problemas al cabecilla judío, lo que en cierta forma inquietaba a los hampones principales que se reunían entre palmeras junto al Almendares. A todos, menos a Trafficante.
En mayo de 1957 Anastasia viajó a Italia en secreto y se entrevistó con Luciano. La creación de lo que se llamó «el imperio de La Habana» había sido idea de Luciano, pero él, por decisión del Gobierno norteamericano, vivía confinado en su país natal luego de que lo sacaran de Cuba, enterándose por terceros del esplendor del emporio lejano.
Lansky, su antiguo subordinado, no le tributaba ya el respeto que le debía y cada vez lo marginaba más de los proyectos y, en lo esencial, de las ganancias. Anastasia conocía a Luciano desde 1931 y había asistido a todas las cumbres de la mafia, incluida la de La Habana, en 1946, por lo que se consideraba uno de los fundadores de la organización. Se supone que Luciano lo «envenenó» contra Lansky y lo azuzó para que insistiera en su reclamo.
Eso hizo, en cuanto regresó a Nueva York. A pedido suyo se reunió allí con los jefes de la mafia en Cuba y les dijo que todo el mundo se hacía rico en La Habana, menos él. Cuando le respondieron que recibía la tajada del hipódromo Oriental Park, de Marianao, Anastasia adujo que la «pasta» verdadera salía de los casinos y él no la veía pasar… «El Habana Hilton —hoy Habana Libre— es tuyo», repuso Lansky y selló de mano maestra la partida. Había logrado neutralizar al terrible Anastasia sin violencia.
Meses después, Trafficante, con el nombre de B. Hill, que utilizaba con frecuencia, voló a Nueva York para encontrarse con Anastasia. En la reunión participarían, entre otros, el ya mencionado Joe Rivers y el cubano Roberto (Chiri) Mendoza, contratista de las obras del Hilton y socio del presidente Batista. Chiri tenía muchas posibilidades de obtener en subarriendo el casino del hotel. La conversación giró en torno a la concesión del mencionado casino. Había que pagar a la Hilton un millón de dólares y pasar, por debajo del tapete, otros dos millones a Batista. Trafficante esperaba que Anastasia aportara parte del dinero. Hueso viejo, Anastasia se percató de las verdaderas intenciones del bolitero de Tampa: dejar a un lado a Lansky.
Trafficante y Anastasia desconocían que Joe Stassi, bajo el nombre de Joe Rogers, estaba también en Nueva York. Había hecho ese viaje porque su viejo amigo Meyer solicitó sus servicios profesionales, y con él llegaba a la gran ciudad el brazo largo de la mafia de La Habana.
Albert Anastasia no quedaría vivo para contar la historia. En la mañana del 25 de octubre de 1957 entró a cortarse el cabello y en aquella barbería lo acribillaron a balazos.
Amadeo Barletta era el propietario principal del periódico El Mundo y del canal 2 de la TV nacional, y distribuía los vehículos de la General Motors. Quince de sus empresas estaban valoradas en 40 millones de dólares y se hallaban bajo el control de la Santo Domingo Motors Co., radicada en Ciudad Trujillo, cuyos propietarios eran desconocidos incluso para el Banco Nacional de Cuba, que en vano trató de averiguarlo.
Guillermo Jiménez afirma en su libro aludido que capitales italianos enmascarados estaban detrás de la Santo Domingo Motors Co., y recuerda que sobre Barletta se decía que era el representante de la mafia italiana, lo que nunca pudo comprobarse. Fue hombre de confianza de Benito Mussolini y representante del fascismo italiano en el Caribe. En los días de la 2da. Guerra Mundial se le expulsó de Cuba. Regresó finalizada la contienda bélica. Borrón y cuenta nueva. Todo le fue perdonado.
Reasumió la representación de la General Motors para la venta de automóviles marcas Cadillac, Chevrolet y Oldsmobile y construyó, en 1949, el edificio de 11 plantas y forma triangular de la esquina de 23 e Infanta, sede hoy del Ministerio del Comercio Exterior, que, junto con Radio Centro, en 23 y M, dio origen a La Rampa habanera. También pidió licencia para la construcción del edificio de la Terminal de Ómnibus, inaugurada en 1951, y que llegó a administrar. Sus numerosas empresas tapaban sus negocios de tráfico de drogas y piedras preciosas.
Amletto Battisti era el propietario del hotel Sevilla, y, al igual que Barletta, tenía su propio banco. En sociedad con el dictador Batista mantenía una lotería particular con bonos numerados entre el 1 y el 999. Sus intereses se extendían a la prostitución y a las drogas. Todas las semanas recibía en el Sevilla a nuevas muchachas, escogidas, con instrucción y dominio de un idioma, que alquilaba a precio de oro como damas de compañía. También recibía semanalmente envíos de cocaína que, en pomos o en tubos, se vendía entre 15 y 50 dólares el gramo, según la disponibilidad de la mercancía. Fue representante a la Cámara entre 1954 y 1958.
El general Roberto Fernández Miranda, cuñadísimo de Batista, era el enlace entre Lansky y el dictador. Cumplía además otras tareas. Recogía, semana tras semana, los 10 000 pesos que Martín Fox, propietario Tropicana, pasaba a Batista por la protección del casino que funcionaba en el cabaré.
Tenía, por otra parte, el control de las máquinas traganíqueles que se importaban de Chicago y se alquilaban aquí. Lucrativo negocio, cuyos beneficios la mafia dividía mitad por mitad con el cuñadísimo que, por decisión de Batista, se mojaba también con la recaudación de los parquímetros. Él no era invitado a la casa de Joe Stassi junto al río Almendares. Ni falta que le hacía.