Lecturas
Quizá sorprenda saber que en Cuba, hasta 1921, el boxeo fue un deporte prohibido. Nunca se argumentaron razones sólidas o de peso para que así fuera. Se trataba de una disposición tan simplista como aquella otra con la que se pretendió suspender el fútbol. Se decía que los futbolistas salían al terreno en calzoncillos.
Pero que el boxeo estuviese prohibido no quiere decir que no se practicara. Incluso, los resultados de las peleas aparecían como si nada en los periódicos. Se imponía pedir un permiso especial para organizar un encuentro boxístico, o celebrarlo de manera clandestina. Muchas peleas se llevaron a cabo en el patio y en la azotea del American Club (actual Federación de Sociedades Asturianas) en Prado y Virtudes, y en el periódico Cuba, en la calle Empedrado. También en algunas residencias particulares.
Con la creación de la Comisión Nacional de Boxeo, en 1921, cesaron las prohibiciones de ese deporte. La Comisión, sin embargo, tuvo durante años una existencia tan precaria, con divisiones internas y una directiva extremadamente cambiante, que la práctica misma del boxeo llegó a verse amenazada hasta que resurgió en 1936 con la celebración de un campeonato amateur y de otro que llevó el nombre de Guantes del Oro.
El 10 de abril de 1944 se inauguró el Palacio de Convenciones y Deportes, de Paseo y Mar. Antes hubo otro Palacio de los Deportes en el espacio que luego ocupó la Confederación de Trabajadores de Cuba. Se hizo una colecta entre los obreros para adquirirlo. Se pensó remodelarlo para adaptarlo a sus nuevos fines, pero por el mal estado del edificio no fue posible reformarlo y hubo que construir uno nuevo.
El coliseo de Paseo y Mar, emplazado donde hoy se halla la Fuente de la Juventud, fue demolido a mediados de los años 50 a fin de posibilitar la continuación del Malecón, que en esa etapa se extendió hasta el final del Vedado.
CampeonesDos campeones mundiales en boxeo tuvo la Isla antes de 1959. Kid Chocolate y Kid Gavilán. Y otros dos que merecieron serlo y no lo fueron: Kid Charol y Kid Tunero, dice Elio Menéndez, maestro de la crónica deportiva. Chocolate, que solía repetir «El boxeo soy yo», fue el genio hecho boxeador y logró dos coronas mundiales. Gavilán tuvo menos técnica y menos dominio del ring que Chocolate, pero pegada y resistencia mayores.
En lugar de establecerse en EE.UU., Kid Charol viajó a Sudamérica. En Buenos Aires lo acogieron con los brazos abiertos y llegó a ser un ídolo nacional en la Argentina. Allí vivió intensamente la vida, alternando el entrenamiento y el ring con las pistas de baile y el cabaret. De esa manera transcurrieron sus mejores años. De su calibre como boxeador da idea este incidente: una noche lo sacaron del hospital, donde trataban de curarlo de una grave enfermedad, y lo pusieron sobre un cuadrilátero para que se enfrentara al consagrado boxeador norteamericano Dave Shade, que lo aventajaba en muchas libras. Charol, con heroicidad, logró un veredicto de tablas. Se llamaba Esteban Gallard.
Kid Tunero se llamaba Evelio Mustelier y era natural de Las Tunas. Hizo toda su carrera en Europa, donde se enfrentó y venció, entre otros, a cuatro figuras que llegaron a coronarse campeones mundiales.
Dice Elio Menéndez:
«Tunero apenas había efectuado una docena de peleas en Cuba —todas semiprofesionales— cuando en 1929 partió a la conquista de Europa. Trabajo le costó abrirse paso en el Viejo Mundo, donde llegó a convertirse en un auténtico ídolo, especialmente para los aficionados de Francia, país donde fundó un hogar y vivió por mucho tiempo.
«Solicitado por promotores de todas partes, la invasión alemana a Francia durante la II Guerra Mundial lo sorprendió peleando en Sudamérica, lejos de la esposa y de los dos hijos varones que había dejado en la Costa Azul francesa. Comenzó entonces para Evelio Mustelier un calvario de largos años sin noticias familiares, suplicio que finalizó cuando el fascismo cayó derrotado.
«Imposibilitado de regresar a Europa mientras duró la ocupación nazi, Tunero alargó su gira por América y fue entonces cuando debutó como profesional en su patria. Y si trabajo le costó imponerse allá, otro tanto le costó aquí, donde su estilo clásico europeo no gustó desde el primer momento. Para convencer —no bastaba con vencer— tuvo que derrotar a los mimados de la casa... y a cuanto cacareado fenómeno le trajeron de afuera».
Se retiró definitivamente en 1950.
En el Palacio de los Deportes, de Paseo y Mar, se enfrentó Tunero a Hansking Barrows. Al sonar el último gong, los jueces, con el beneplácito de los aficionados, dieron por vencedor al cubano. Para todos había sido una pelea más. Pero no para Tunero, que empezó a padecer de mareos, fuertes dolores de cabeza y un malestar indescriptible. No consultó con nadie, pero tomó la decisión de retirarse del ring. Él no sería como otros muchos boxeadores que conocía muy bien y que andaban a tropezones, con el hablar balbuceante y una sonrisa estúpida congelada en el rostro.
En 1991, Teófilo Stevenson fue invitado a Barcelona para que viese las obras que se construían con vistas a las Olimpiadas de 1992. Allí sus admiradores lo agasajaron con un gran almuerzo. Stevenson quiso que su comprovinciano Tunero, que vivía en Barcelona, estuviese presente. Se prodigaron atenciones y se expresaron una admiración recíproca.
Johnson-WillardAunque debió haber muchas peleas de boxeo vendidas, de todas las que se celebraron en Cuba la amañada por antonomasia fue la de Jack Johnson y Jess Willard. Tuvo lugar en 1915, en el hipódromo Oriental Park, de La Habana. Fue una pala mayúscula.
Sus promotores pensaban celebrarla en México, pero allí, con la Revolución andando y Pancho Villa dando «jan», no estaba la magdalena para tafetanes. Quisieron entonces que tuviese lugar en El Paso, Texas, pero Johnson se negó porque la justicia norteamericana le llevaba una cuenta y temía que lo detuvieran. No quedó otra alternativa que pactarla para La Habana.
Johnson tenía vendida la pelea por 30 000 dólares, que recibiría a la hora del pesaje, y ya en las pesas se enteró de que habían cambiado la bola y que el dinero le sería entregado a su esposa una vez que se iniciara el combate. La pelea duró mucho porque solo en el round 26 entró la señora en posesión de la magua e hizo al marido la señal convenida. Johnson entonces, «fulminado» por un derechazo de Willard, cayó bocarriba en la lona. Y el sol era tan fuerte que se tapó la cara con las manos.
Nada debe extrañarnos hoy que una pelea de boxeo se prolongara tanto. Igual pasaba en la pelota. En el viejo estadio de La Tropical hubo un tope entre Habana y Almendares que se extendió por 23 entradas. El escritor José Lezama Lima, quien entonces era un fanático del béisbol y que en su adolescencia fue un buen field de la novena de Prado y Trocadero, y que presenció aquel juego de nunca acabar, me decía que el público se quedó dormido en los asientos y que hasta los peloteros echaron su pestañazo en el dugout.
A caballoYa que aludimos al Oriental Park, vale recordar que se dice, aunque no se ha probado, que en Cuba el deporte hípico se inició en la ciudad matancera de Colón. Corrían los tiempos de la Colonia y el ejército español mantenía una escuela de aplicación en dicha localidad. Los oficiales allí destacados, quizá para matar el aburrimiento, trazaron una pista y empezaron las competencias. Poco después se despertaba en Camagüey extraordinario interés por las carreras de caballos. Un camino recto sirvió de pista y se construyeron unos cuantos palcos que eran ocupados por militares españoles, sus familiares y algunos cubanos invitados. Fue entonces que, por primera vez, se efectuaron apuestas entre los espectadores. Apostadores como tales, en realidad, no había, pero la gente se lanzaba de un palco a otro bolsitas que contenían, en onzas de oro, la cantidad estipulada en cada postura.
El espléndido hipódromo Oriental Park, en Marianao, que fue en su tiempo orgullo de Cuba y América, se inauguró el 14 de enero de 1915. No fue la primera instalación de su tipo que hubo en La Habana. Hubo otro que se construyó, ya en la República, en lo que sería después el reparto La Sierra y su límite con el reparto Almendares. Se le denominó Hipódromo Almendares y auspiciaba competencias de galope y de trote, eliminadas después del ambiente hípico cubano. No duró mucho tiempo. Los premios, bajos en extremo; los caballos, escasos y de mala calidad, y la pobre presentación del espectáculo, llevaron a la ruina al Hipódromo Almendares.
Joe Louis en La HabanaAño 1949, 4 de marzo. Gran Stadium del Cerro. Está en Cuba Joe Louis, el Bombardero de Detroit, la Esfinge Negra, el hombre que en 25 oportunidades defendió su título de campeón mundial de los pesos completos, récord no igualado hasta ahora. Había sido el monarca del orbe desde el 25 de junio de 1937 hasta el 1ro. de marzo del 49, en que renunció invicto.
A partir de entonces para poder seguir viviendo y compensar de alguna manera su mal invertido dinero, decidió el campeón ofrecer una serie de peleas de exhibición, como la que esa noche del 4 de marzo sostendría en La Habana con el cubano Omelio Agramonte como plato especial de un programa que tendría su pelea estelar en la que celebrarían el bien ranqueado Lulu Constantino y el titular cubano de los plumas Miguel Acevedo.
El día 4 a las 12 meridiano se procedió al pesaje de los boxeadores y por la báscula, instalada en el dugout de tercera, desfilaron, bien ligeros de ropa, todos los boxeadores, y entre ellos, por supuesto, el mismo Joe Louis.
La llegada de Louis era esperada por la prensa. A su arribo, decenas de cámaras fotográficas funcionaron al mismo tiempo y las agendas se abrieron en espera de las declaraciones del campeón, que no dijo media palabra. Un camarógrafo esperaba a que Louis se pesara y vistiera para hacer su reportaje.
Pero sucedió algo inaudito. Joe Louis salió de la pesa y no encontró su ropa cuando fue a vestirse. Un admirador se la había robado.
(Fuentes: Textos de Elio Menéndez, «Peter» y Mario de la Hoya)