Látigo y cascabel
La Feria del Libro en nuestro país es un evento para disfrutar la literatura; un encuentro de pensamiento, de reflexión, de goce familiar que fomenta el hábito de lectura desde edades tempranas y favorece el intercambio entre generaciones. Necesitamos disciplina, respeto, y por eso prohibimos el acceso a las sedes con equipos de sonido portátiles tales como bocinas y similares.
Lo dicho por Sonia Almaguer, directora de la Cámara Cubana del Libro, durante una conferencia de prensa con motivo de la celebración de la edición 29na. del notable suceso cultural, motivó entre los participantes diversas expresiones de apoyo y acuerdo total.
No puede ser de otra manera, y pongo sobre la mesa otra vez un tema que ha sido abordado en más de una ocasión en este diario y en otros medios de comunicación del país, aunque ello no ha incidido en la puesta en vigor de ley, decreto, norma o cualquier otro «mecanismo» legal que, precisamente, sancione esta práctica frecuentemente molesta.
Lidiar con esos artefactos y con el gusto musical de sus dueños a bordo de un ómnibus, mientras intentamos dormir o conversar en un parque, por solo citar algunos momentos cotidianos en los que muchos invocamos a la santa paciencia, ya es bastante. No dejarlos entrar en todos los espacios cuando podemos evitarlo, es sensato, sobre todo cuando sabemos que de no hacerlo ponemos en peligro el disfrute de todo el que llegue con deseos de regocijarse con la propuesta.
Juan Rodríguez Cabrera, presidente del Instituto Cubano del Libro, llamó la atención sobre la necesidad de mantener la disciplina en cada rincón de la Feria. Cordura, mesura y respeto. ¿Para qué asistir a la presentación de un libro si nos sentaremos a hablar con el de al lado, sin permitir que los interesados escuchen lo que el autor y otros invitados comenten? ¿Cuál es el sentido de ir a una de las sedes del evento a «invadir» el espacio ajeno del que quiere estar en paz con las propuestas literarias y culturales del programa?
Una cita cultural como esta, con asistencia masiva del público, requiere también la asunción de conductas de beneficio colectivo y el ejercicio básico de toma de conciencia, ese que nos permite valorar lo que con tanto esfuerzo se organiza para que, de un tajo, actitudes insensatas empañen su calidad. Una vez más el libro es el pretexto para crecer. Crecer en intelecto, en armonía social, en futuro prometedor. Pensemos en ello.