Látigo y cascabel
¿TENDRÁ que ver conque marzo es el mes de la primavera, y la primavera es la estación donde todo reverdece; el período en el se «regresa a la vida»? Empiezo a escribir estas líneas y temo que tanto entusiasmo sea en balde, o que mis palabras pudiesen evocar un «mal de ojo».
Sin embargo, me arriesgo a destacar algunos sucesos, en mi opinión importantes, que han tenido lugar en la Televisión Cubana, a pesar de que uno de ellos viene desde diciembre de 2006. Me refiero a la presentación de Marx en el Soho, en el espacio Teatro. El otro fue la exhibición en la pantalla doméstica de dos filmes «made in Cuba», producidos después de la década de 1990.
Y usted se dirá: ¿cuál es el rollo, como si nunca antes algo así hubiese sucedido? Y no deja de tener razón, si se refiere a una de mis alegrías. Pienso, por ejemplo, en la magnífica adaptación que llevara adelante Enrique Álvarez de Madre Coraje y sus hijos, de Brecht, para este medio. Mas quiero reflexionar sobre el Teatro en TV, pero desde otra arista. Y es que Marx en el Soho, junto a Freddie y Santa Cecilia, indican que la TVC, y específicamente su División de Dramatizados, ha emprendido un camino que posibilitará que piezas de tan alto calibre puedan ser apreciadas por miles de espectadores a lo largo y ancho del territorio nacional.
Y es que, a diferencia de buena parte de las orquestas bailables de alta convocatoria, no suelen los colectivos teatrales de vanguardia, cuyas propuestas son de elevado valor estético y ético, hacer estos periplos que harían tanto bien al espíritu de quienes viven fuera de la capital o de Camagüey, ciudad que cada dos años se «salva», pues sus habitantes cuentan con la posibilidad de poder sopesar lo más representativo del teatro cubano contemporáneo, al celebrarse allí el Festival Nacional de Teatro, que alterna con el Internacional de La Habana.
Supongo que hubo que vencer grandes resistencias, sobre todo esa que asegura, en plena era de la globalización de los medios, que no es lo mismo una sala de cine o de teatro que la televisión, a darse el lujo las primeras de emplear a piernas sueltas un «fuerte» «lenguaje de adulto», mientras que la TV, por estar al alcance de todos, se debe «limitar». Pero olvidamos que hoy la gente accede a Internet, al video, al DVD y familia y, por tanto, está expuesta con más frecuencia a la pseudocultura, a la bobería... a eso que muchos llaman «veneno».
Por eso me parece magnífico que la TVC haya apostado por convertir en audiovisuales estas otras, probadas con éxito en las tablas y que, además, han obtenido los más importantes premios que se otorgan en el mundo de las artes escénicas. Y digo obras audiovisuales —lo cual es esencial— porque no se trata de poner una cámara y ya, vamos a grabar. Es evidente que se buscaron directores con puntos en común, con estética e intereses similares, que hubo intercambio, conciliaciones, para que el resultado final fuera el mejor. En algunas piezas, incluso, se introdujeron nuevos personajes, se hicieron adecuaciones...
En resumen, que en tiempos de escasez de recursos, que artes escénicas (que puede aportar también el vestuario, la escenografía) y la TVC se hayan unido en armonioso matrimonio —el cual seguirá reportando retoños (se habla de presentar próximamente en la pequeña pantalla piezas rotundas como Stockman, el enemigo del pueblo, Escándalo en la Trapa, Arte y Delirio habanero)— es una noticia alentadora, sobre todo para aquellos que padecen el fatalismo geográfico-cultural.
Al mismo tiempo, se dan también las manos la TVC y el ICAIC y, para el bien común de todos los cubanos, tuvo lugar la necesaria exhibición de estos filmes «otros», como el notable Suite Habana y el nada despreciable Páginas del diario de Mauricio.
Confieso que no me fío mucho de las llamadas que solicitan La tercera de sábado (o La primera del domingo), pero me llenó de regocijo observar que los televidentes decidieron porque se repitiera la obra de Fernando Pérez; obra de la cual se pensaba que, a pesar de su redondez artística y su mensaje humanista, podía tener dificultades para comunicarse con la mayoría, al prescindir de los diálogos. Una muestra más de que nuestra gente está ávida de verse en la pantalla, de intercambiar sobre nuestra realidad, y qué mejor que la siempre a la mano televisión, por su alcance el medio más eficaz para mover el pensamiento colectivo.