Látigo y cascabel
Todavía me parece estar viendo la cara de tristeza de aquel señor que, sentado en un banco, se preguntaba por qué muchos jóvenes que encontraba a su paso se vestían como si fueran extranjeros. Tuve deseos de interrumpir su pensar en voz alta y decirle que la causa, a mi entender, estaba en que en Cuba se había tomado el interés por el vestir con gusto como una debilidad de carácter de quien lo tuviera; y la moda, como una mala palabra. Pero temí que me fuera a mal interpretar, y continué mi camino.
Recordé entonces los años 80 y mi viaje de estudios a Bulgaria, y a aquel hombre en el aeropuerto donde hicimos escala, quien nos reconoció sin que mediase ni una sola palabra entre nosotros. “Ahí van los cubanos, dijo, todos vestidos iguales”. Y era cierto, íbamos ataviados con camisas y pantalones Yumurí, pero nos sentíamos dignos y orgullosos.
Ha transcurrido el tiempo y lo que en aquella época era una industria textil auténticamente criolla en alza que, aunque no perfecta, trataba (y lograba) cubrir las exigencias de la gente del patio, ahora da la sensación de que apenas existe. Fue el feliz período de las confecciones Opina, Nueva Línea y Gala; de las muy bien recibidas Telarte —con sus tiendas y todo—. Había, incluso, hasta un Buró de Orientación de la Moda, que hallaba un espacio en programas estelares de la televisión para encaminar y educar a la población, además de publicaciones especializadas en esos temas.
¿Dónde fue a parar aquel interés por proponerles a las personas diferentes opciones para el vestir, que no descartaban ni a flacos ni a gordos, ni a niños y ni a abuelos? ¿Qué sucedió con todos los diseñadores que se preocuparon y ocuparon en cambiar conceptos y en crear con nuestros propios patrones? El período especial arrasó como un huracán con casi todo, y con sus fuertes rachas se fue a bolina lo que con el vestuario se había alcanzado.
¿Quién agarra ahora a un joven con una guayabera? ¿Tú estás loco?, dice, ¿quieres que me griten cheo? Y esto es, de cierta manera, entendible: nuestra prenda nacional se convirtió en uniforme de cualquier cosa, para bien y para mal. Ahora, para vestir de acuerdo con nuestro tiempo, se acude a marcas extranjeras. Las tiendas de Cuba son un carnaval de ropa de calidad, pero también de “trapos” muy baratos y de pésimo gusto, hechos en serie.
Nos molesta ver a algunos con prendas deportivas de otros lugares, pero, ¿qué les ofrecemos en nuestras cadenas de tiendas? ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que a no pocos les encantaría vestir una con las insignias de Industriales, Santiago de Cuba, Pinar del Río o Villa Clara? Es evidente que algo que es tan necesario como el comer, lo hemos ido dejando de la mano.