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Antidepresivos, medicamentos contra la ansiedad y píldoras de dormir forman parte de la mochila de campaña de los soldados estadounidenses en Iraq y Afganistán. Comúnmente el 12 por ciento de los efectivos en suelo mesopotámico y el 15 por ciento de los emplazados en el montañoso país centroasiático los usan a diario, y el Departamento de Defensa, que ha revelado recientemente datos de septiembre de 2007, cuando a las tropas en servicio activo se estaban entregando más de 50 000 recetas mensuales. Como decía un artículo de la sección Mens Health de MSNBC, los militares estadounidenses «están fuertemente armados y medicamentados»...
El Pentágono, con dos guerras a cuestas, ha incrementado la prescripción de estas drogas para poder mantener a sus guerreros en las líneas del frente, aseguraba el trabajo periodístico. De esa forma, cuando regresan a casa, llevan ese lastre y su mente en dificultades. Pero, ahí no termina el problema: muchos de ellos deben regresar a los escenarios bélicos y, por supuesto, van cargados de estas medicinas y con las armas letales, provistas por la tecnología de punta, listas para disparar, incluso bajo los efectos de esas drogas, que la jefatura militar asegura son «seguras» y no las utilizan para «enviar guerreros inestables de regreso a la guerra», según le comentaron a la publicación periodística.
Sin embargo, la psiquiatra Judith Broker, fundadora de Soldiers Project, un grupo que ayuda al personal en servicio que sufren enfermedades mentales, es categórica: «Hay riesgos poniendo a gente de regreso al combate con medicinas en sus cuerpos» que ayudan a los pacientes, pero también les causan somnolencia y les empañan el juicio, efectos colaterales posibles de ser aceptados y tratados cuando están en su casa, pero constituyen un gran peligro en soldados en activo, que son enviados de vuelta a la guerra porque «los militares están bajo gran presión para tener gente lista para el combate».
El reportaje relata el caso del marine Michael Cataldi, que una noche despertó en medio del desierto, con su fusil M16 listo para disparar, a más de 200 metros de la edificación donde descansaban sus compañeros... Con 20 años, ya había estado con anterioridad en Iraq, en el año 2005, y quedó impactado cuando tuvo que recoger los restos de 31 marines carbonizados y desmembrados en la caída de un helicóptero CH-53E Super Stallion. De regreso a su casa en California, todavía sentía el olor de esos cuerpos quemados, y una noche despertó cuando apretaba el cuello de Mónica, su aterrada esposa.
El psiquiatra de la base Twentynine Palms le recetó Klonoplin para la ansiedad, Zoloft para la depresión y Ambien para ayudarlo a dormir. Otro médico militar le añadió un narcótico contra el dolor de su pierna, herida durante un ejercicio de entrenamiento. Y el marine Cataldi le añadió otro ingrediente automedicamentado al ya peligroso coctel: alcohol en fuertes dosis...
Y en 2006 estaba de regreso al mismo desierto iraquí en un LAV, un vehículo de 14 toneladas de peso, semejante a un tanque, armado con un cañón 25 mm, dos ametralladoras y más de mil municiones. Un buen día el Klonoplin se le acabó, estaba en falta en todo Iraq y le dieron Seroquel —un antipsicótico que dicen ayuda a tratar las pesadillas, pero cuyo uso no está aprobado aún— , y ahí mismo empezó a perder el sentido de las cosas, iba por un instrumento y tomaba otro, era incapaz de hacer su trabajo... comenzó a volverse «loco».
Hace 20 años atrás, reconoce el coronel Elspeth Cameron Ritchie, psiquiatra y director médico del estratégico directorado de comunicación en la Oficina del Cirujano General del Ejército (jefe de los cuerpos médicos en esa arma), «no emplazábamos soldados bajo medicamentación», y reconoce que ha habido un cambio de política en el Pentágono, institución que desde 2006 considera que «pocos medicamentos están intrínsecamente descalificados para el emplazamiento», por eso ahora es común ver a soldados que arriban a Iraq cargados de medicinas...
La nueva política llegó justo a tiempo, pues George W. Bush acababa de ordenar el reforzamiento de las tropas en Iraq con 20 000 efectivos más... y el Pentágono debía dar respuesta inmediata. Un reciente estudio del ejército encontró que el diez por ciento de los nuevos reclutas tienen historial de tratamiento psiquiátrico.
He aquí un resultado médico concreto expuesto en un artículo publicado en Military Medicine, por el doctor Jeffrey Hill: en un estudio realizado en la base de Tikrit a 425 soldados evaluados para tratamiento psiquiátrico, se reportó que el 30 por ciento había considerado matarse en la semana previa, y 16 por ciento había pensado en matar a un superior o alguien más «no enemigo».
El «enemigo» lo están fabricando, y pronto puede matar al sujeto «equivocado» afuera o en casa... La guerra, Klonoplin y otras drogas, no es cosa de plin...