Frente al espejo
En varios de sus comentarios de los viernes (sección Coloquiando), nuestro colega Luis Sexto se ha asomado al universo de las relaciones productivas en nuestro país. Abordar este tema resulta capital, urgidos como estamos de continuar restaurando un clima de laboriosidad en el que sea decisiva la condición de que el trabajo honrado garantice el bienestar.
Esa es una de las lecturas que pueden hacerse de la promulgación del Decreto-Ley No. 259 sobre la entrega de tierras ociosas en usufructo: su valor como palanca para llegar a ese clima. Su implementación y profundización, además, contribuiría no solo a que se produzcan más alimentos y se exploten mejor los recursos nacionales —léase los suelos, en primer lugar—, sino a vincular a la tierra aquel sector que siempre la trabajó, y que por diversas causas fue procurando otras opciones de las cuales vivir.
Como esa medida no resuelve por sí misma el problema de incrementar la productividad, el país ha encarado el desafío con lo que pudiéramos calificar como una fórmula combinatoria, en la que entran a jugar roles específicos la creación de las delegaciones municipales de la Agricultura, las tiendas para la venta de insumos y aperos agrícolas, el incremento al precio de venta de productos a Acopio y otras variables. Veamos los criterios que un lector aporta al debate en torno a este asunto:
«Estimado Luis Sexto: Quisiera ante todo reconocerle la claridad con que usted abordó el tema de la reciente resolución sobre la entrega de tierras, que tan bien tituló El papel no crece en el surco (1ro. de agosto). Me parece que hoy más que nunca se necesita de periodistas de sus características. Estoy convencido de que el enfoque de sus críticas son constructivas. Nadie podrá imaginar el daño que nos hacemos al autocomplacernos con las cosas mal hechas y dar por resueltos problemas que retoñan como el marabú.
«Los problemas de la producción agrícola están más que identificados y no pretendo descubrirlos. Es un complejo sistema donde intervienen muchos factores.
«Ubíquese en lo que desalienta a los agricultores que delincuentes inescrupulosos les roben lo que tanto sacrificio les ha costado obtener. Es una necesidad que las leyes no se queden rezagadas en el empeño de que se respete la propiedad del campesino...
«Hay casos en que el campesino también ha de vencer ciertas dosis de burocratismo cuando desea comprar o vender una res o un caballo. He “conocido” compradores “adivinos”: tienes que venderles por apreciación y no convencido del pesaje que definan, y hasta te compran el animal dándole la categoría que más les convenga a ellos.
«Los problemas de hacer producir la tierra pasan por varias condiciones, y creo que solo a las objetivas debemos estar resignados. Sé que la tarea del Estado al respecto no es fácil, pero triunfaremos más rápido si cada cual cumple en su puesto su misión ante la sociedad. Cuanto he referido lo he vivido junto a mi padre, abuelos y vecinos, agricultores todos. Espero no haber absolutizado; puede que en otros lugares las cosas sean diferentes y ojala que así sea». (Ariel Parra González)
Desde otro ángulo, el tan llevado y traído tema de la calidad de los servicios nos pone en la misma encrucijada sobre la cuestión de producir y sentirnos dueños de lo que creamos. De ello trata la siguiente opinión:
«Me gustó mucho su artículo En pesos cubanos (Luis Luque Álvarez, 17 de agosto). Coincido plenamente con usted en cuanto a la calidad de los productos de los restaurantes en moneda nacional, así como el trato de los dependientes, que no es el mejor.
«Usted ha puesto el dedo en la llaga. La mayoría de los dependientes que trabajan en restaurantes y ofrecen servicios en moneda nacional no saben, no les enseñan o no les importa cómo se debe tratar a un cliente —prefiero esta palabra al término usuario— que está pagando, además, por ese servicio, sea barato o no. El cliente debe estar complacido con el servicio y punto, sin que medien brechas para la queja, no importa si este es malo o regular. Así nos hemos ido acostumbrando al maltrato, la falta de ética y de calidad con todas las consabidas justificaciones —que no justifican— que existen para ello.
«Si los administradores de esos restaurantes que usted cita se sintieran verdaderos dueños, entonces sería diferente el trato y la calidad de los productos. No podemos seguir apelando únicamente a la conciencia. Se deben producir los cambios de concepto necesarios para evitar que llegue un momento donde la regla sea pedir disculpas por querer sentirnos a gusto en un restaurante». (Oneida Rodríguez)
«Compañero Luque: su artículo está muy bueno y crítico, pero esto no basta. Se escribirán muchos más y nada cambia. El problema obedece, quizá, al nivel de implicación y compromiso que hay entre quienes trabajan en una cafetería, restaurante o cualquier otro establecimiento de ese tipo, incluyendo al nivel superior del establecimiento, a tal punto que la imagen que prevalece en la población es que nadie puede con ellos y su nivel de vida es elevado y desmedido. Lo que más se manifiesta es el grado de impunidad del que gozan los que allí violan disposiciones y leyes.
«¿Qué sucede con las quejas que hace la población, incluso ante las administraciones, cuando se violan los conceptos de calidad, precio, servicio y atención? Simplemente nada. Las medidas disciplinarias son formales y blandas.
«De este modo, no se avizora solución o mejora del asunto y el descontento de la población crece. Creo que se debe seguir luchando contra todo esto, por parte de la prensa y con otras armas, pero sobre todo hay que tomar medidas ejemplarizantes para reducir estos hechos tan deshonrosos y nocivos». (Tomás Consuegra)
«Por este medio les doy las gracias por mantenernos informados, jugada a jugada, sobre los juegos de pelota de Cuba en la Olimpiada. Es muy interesante seguir los partidos y a la vez trabajar». (Enrique Pascual Díaz)