Desde la grada
Parecen hermanas gemelas. Si antes de salir Lisa al círculo de lanzamientos del Estadio Olímpico de Tokio la apariencia facial y la corpulencia fungían de elemento delator de un vínculo familiar, pronto fueron otros los rasgos en común. En la grada, Valerie simulaba una fotografía ampliada de la persistente atleta. Y sí, más allá de cualquier suposición previa, las Adams de la bala no son gemelas, pero sí hermanas.
Valerie representa desde hace años, sin demasiadas florituras, una leyenda del atletismo en toda la extensión de la palabra. En Tokio, consiguió su cuarta presea bajo los cinco aros. Se dice fácil, pero implica decir que allí, en ese mismo círculo donde esta vez concluyó tercera, mantuvo durante años una supremacía a prueba de todo.
Lisa llegó al deporte en 2018. Demasiado tarde, pensarían algunos. Ella no. Tiene 30 años, pero el denuedo de una juvenil. Sufrió una parálisis cerebral y sus achaques apenas fueron la mecha para encender una carrera en el deporte. Su mayor inspiración tiene 36 años y además de hermana, es entrenadora y fuente de inspiración.
Valerie antes de Tokio dividió su tiempo para poner a tono físicamente todo el poderío posible a nivel personal y encarar la magna cita con esperanzas de escalar al podio. Grande como es, rechazaba con mucho convencimiento la posibilidad de ser una mera participante. Y logró colgarse el bronce, que si bien no es una medalla a la altura de su espectacular trayectoria, al menos sirve de digno colofón.
Y también destinó horas a educar lo mejor posible a Lisa. Cada paso hacia la gloria debía ser estudiado y puesto en marcha con minuciosidad. La técnica exquisita, la sicología, la ambición: la joven hermana debía ser una maquinaria perfecta si quería emular los logros de su entrenadora.
Lisa Adams no solo logró vencer con muchísima facilidad en su prueba, dejando bien por detrás a cada oponente y mostrando al mundo su potencial extraordinario y genuino, casi sin tiempo para consolidarse, sino que forjó una dinastía familiar que será difícil repetir en los próximos años para quien quiera que intente emularla.
Y de paso, cuando miró a la grada con una sonrisa amplísima, descubrió el orgullo desmedido en el rostro de su hermana. Coinciden quienes vieron en vivo el momento que jamás, ni siquiera en los tantos momentos de gloria, a la mítica Valerie se le vio así, casi conmovida por una situación deportiva.
La responsable fue Lisa y seguramente en alguna pista de la lejana Nueva Zelanda, las hermanas preparan la próxima embestida en busca de una gesta semejante.