Acuse de recibo
Es sintomático que lluevan cartas acerca de las dificultades que están afrontando personas de la tercera edad, sobre todo en la capital, en las interminables colas para adquirir los medicamentos cuando arriban a las farmacias. Más de una vez aparecen aquí quejas al respecto.
Esta vez escribe Marta Yabor Ballbé (avenida Palmar, esquina a Avenida Norte, edificio 701-703, apto. 23, reparto Santa Catalina, Cerro, La Habana). Y es para contar lo que está pasando su mamá, de 83 años, quien reside en Bouza 268, entre Cumbre y Teresa Blanco, reparto Asunción Lawton 10 de Octubre, en la propia capital.
Refiere que la anciana tiene tarjetón de medicamentos para su cardiopatía en la farmacia de Teresa Blanco y Jardines, allí en el reparto Asunción. Y casi nunca puede adquirirlos.
Lo que narra es el testimonio de su propia madre: las colas son desgastantes. Hay personas que duermen allí y acaparan los turnos. Su mamá va a marcar a las seis de la mañana, porque no puede arriesgarse antes del amanecer, en la oscuridad. Y viene a coger el turno 50 o 70 en la numeración, sin la seguridad de que pueda alcanzar los medicamentos que requiere… para vivir.
El responsable de la farmacia ha dicho que ellos no tienen obligación con lo que suceda en la cola. Y tampoco ponen en lista la cantidad de medicamentos que llegaron. Mantienen a los ancianos de un lado para otro en la cola seis y siete horas, y cuando les llega el turno, muchas veces el medicamento se acabó. La farmacia abre a las 8:00 a.m., y son las 12 del día y apenas han despachado a diez personas. Demasiado lento.
«A la 1:00 p.m., agrega, la mitad del personal de la farmacia se va, y se quedan una o dos personas atendiendo la cola, con tremendo disgusto y ganas de terminar, al punto de que no se puede preguntar cuánto medicamento queda».
Todo se agrava más, manifiesta, porque tampoco la delegada del Poder Popular ha logrado, como en otros barrios, organizar a jóvenes que podrían laborar como mensajeros de los medicamentos para los ancianos, al propio tiempo que perciban ingresos por esa importante labor social. Solo hay un mensajero, y ya tiene demasiados ancianos a quienes servirle.
Precisa Marta que su hijo vive con su mamá, y la ayuda en lo que más puede. Hace colas, pero tiene sus obligaciones laborales. Si llega a las cinco de la tarde, todavía puede haber esperando en cola unas 70 personas.
Ante la falta de medicamentos, pues no vienen completos muchas veces, Marta cuestiona por qué a los ancianos y otras personas vulnerables no se les garantiza, de manera rotativa, cierta prioridad para que alcancen lo que necesitan, que no es precisamente una opción, sino una necesidad.
Y este redactor, que tantas quejas sobre las farmacias y sus colas ha publicado aquí, considera que al embrollo de los medicamentos en las farmacias, hay que ponerle corazón… y pensamiento, porque es una fuente de sufrimiento y de conflictos para los veteranos, en un país con un acelerado envejecimiento poblacional.
Cabe la pregunta de por qué en el trabajo social que viene haciéndose en los barrios, no se prioriza de una vez por todas que haya una solución definitiva para que nuestros ancianos no sufran tanto en esas desgastantes colas de los medicamentos. Porque cualquiera se infarta allí, y puede echar por la borda la esperanza de vida que ha alcanzado por otra parte. Ya no dan más las quejas.