Acuse de recibo
«Al mal tiempo buena cara, porque el coronavirus ha sacado a colación muchos valores y comportamientos sociales que eran innatos de los cubanos y habían pasado al olvido», afirma Juliana Trasosbares Rodríguez, desde su domicilio en calle Arias no. 199, en la ciudad de Holguín.
«Recuerdo que de niña se oía en la casa que no se hacían visitas cuando se estaba enfermo, expresa. Y esa disciplina era favorable para todos. Sin embargo, cuántas veces, por citar un caso, en un teatro un tosedor o varios no nos han dejado disfrutar de un concierto?».
Para Juliana el aislamiento hogareño al que nos obliga la pandemia puede ser muy provechoso para que los cubanos se unan mucho más a sus familias, y se den un tiempo para atender cuestiones del hogar que necesitan pasarles la mano, desde la llave que gotea hasta un clóset por acomodar; desde leer un buen libro hasta dormir esa buena siesta que nunca pueden.
En sus reflexiones, la remitente trasciende las paredes hogareñas, y considera que este coronavirus ha obligado a la humanidad, a cada pueblo y nación, a meditar en los propios problemas que se han ido creando en el planeta, por la irresponsabilidad de los terrícolas.
Pero la lección suprema, a su entender, es que solo nos pueden salvar la solidaridad y el amor, no los mezquinos intereses; pues somos muy frágiles los seres humanos. «Todos importamos, por pequeños que parezcamos, y todos tenemos algo que aportar, ya sea como pueblo, como país, como vecino o como familia.
«Debemos convencernos, expresa, de que no somos mejores por lo que tenemos, sino por lo que somos capaces de dar. Y sacar un saldo positivo para luego comentar, ya sea con tristeza, alegría o nostalgia, lo que fue esta época del coronavirus».
La doctora en Ciencias Biológicas Beatriz Cobas, con 76 años y ya jubilada, patentiza su apoyo a las medidas profilácticas que viene asumiendo el país, y también plantea ciertas inquietudes, desde su hogar en calle 21 no. 4, apto. 62, entre N y O, en el Vedado capitalino.
A Beatriz le preocupa que en obras particulares en ejecución, los constructores están poniendo en riesgo su salud y sus vidas, porque no se distancian físicamente y tampoco usan medios higiénico-sanitarios para protegerse. Y como esas obras generan polvo, esos trabajadores, aun de forma asintomática, pueden propagar el virus.
Además, añade, esos constructores, quienes utilizan el transporte urbano para dirigirse hacia esas obras y luego de regreso a sus hogares, tocan los pasamanos de las escaleras, los picaportes de los edificios y los ascensores, lo que aumenta el riesgo de contagio.
«Al trabajar juntos no pueden mantener las distancias establecidas, refiere. Y sus condiciones de alimentación e hidratación no son las más adecuadas. Pueden contaminar a los demás, a sus familias y a los transportistas. Y el polvo, sea cual fuere su origen, crea alergias y cuadros respiratorios en vecinos asmáticos y en los propios trabajadores», concluye.
Reitero a nuestros lectores que está abierta la convocatoria para que envíen las historias de su entorno más cercano acerca de cómo se enfrenta en el barrio la pandemia del coronavirus. Y muy especialmente, las historias silenciosas de hacer el bien, tender manos o ayudar y proteger a vecinos y demás compatriotas.
Es el momento de unirnos todos, para que ese aplauso de las nueve de la noche a nuestros trabajadores de la salud, dondequiera que estén, llegue a convertirse en una ovación múltiple a cada cubano digno y honorable, sea cual fuere su misión, siempre que esté haciendo el bien y obrando en favor del prójimo. Así nos salvaremos.