Acuse de recibo
El alerta sobre un desagradable humo gris blanquecino que saturaba de mal olor las noches en Lawton, municipio capitalino de Diez de Octubre, lanzó aquí el pasado 1ro. de mayo Amed Calderín Gilbert, residente en ese barrio. Y lo describía: «Viene desde el este o noreste, y en ocasiones perdura hasta el amanecer. Deja una pestilente neblina a unos dos metros del pavimento y hasta diez metros de altura».
Además de las gestiones en el policlínico, señalaba Amed que había llamado a los Bomberos y a la Policía, y todos daban la misma respuesta: si no informan sobre el origen del fenómeno, nada se puede hacer. «¿Qué debe suceder para que se atienda esta situación?», preguntaba finalmente él.
Al respecto responde el doctor Carlos Alberto Martínez Blanco, director de Salud en La Habana, que para investigar lo revelado se constituyó una comisión de directivos del Centro Provincial de Higiene y Epidemiología y Microbiología, la cual entrevistó a vecinos de la comunidad y autoridades sanitarias del territorio, y recorrió el lugar en reiteradas ocasiones.
Precisa que en las visitas realizadas, en diferentes días y horarios, la niebla gris blanquecina referida por Amed no se observó ni se constató el mal olor. Y al final se habló con Amed para ofrecerle respuesta. Este dijo que hacía días que no se apreciaba el fenómeno descrito.
«Se califica la queja Sin Razón —señala—, al no comprobarse mediante las entrevistas a los vecinos y el recorrido por el lugar la presencia de ese humo. También le manifestamos al promovente nuestro agradecimiento por la confianza de plantearnos la insatisfacción, además de referirle que daremos seguimiento y control al asunto, para definir las causas y condiciones del supuesto fenómeno que no pudimos constatar durante la investigación».
Agradezco la respuesta y la atención brindada ante un alerta ciudadano; pero, sobre todo, la disposición de las autoridades sanitarias de darle seguimiento a algo que todavía no ha traspasado los límites del misterio.
Karelia Pérez Benet (calle Línea No. 152A, entre Unión y Bofill, Manzanillo, Granma) relata que frente a su casa radica el taller Manuel Fajardo Rivero, de la Empresa de Servicios Técnicos e Industriales (ZETI), el cual se dedica a fabricar piezas de repuesto para la industria azucarera.
«En pos de mejorar sus producciones —refiere—, la empresa fabricó un horno de inducción eléctrico que funde con una resina altamente tóxica. Pero no se percataron de que al construir la chimenea de dicho horno, esta era muy bajita. Y al fundir la resina se quema y expele un hedor insoportable que contamina a varias cuadras a la redonda».
El aire que se inhala, añade, provoca enfermedades respiratorias en personas mayores, niños y jóvenes; y es motivo de queja del vecindario, que respira a diario un peligro real que contamina su salud. Esa situación insostenible causa malestar y sensación de ahogo en los vecinos más cercanos a la chimenea (tos desesperante, falta de aire, lagrimeo en ambos ojos, así como ardor e irritación).
«Las autoridades de la empresa —plantea— no se percataron de que todo ese material que se desecha en la fundición del horno debe estar mucho más elevado de lo que se encuentra y a unos cuantos metros de distancia de los patios más cercanos al taller. La fundición se realiza casi siempre desde tempranas horas de la mañana hasta casi el atardecer. Luego de culminada la faena, queda en todo el vecindario ese olor insoportable, y no es hasta altas horas de la noche que por fin desaparece».
Karelia indagó sobre el tema con un ingeniero químico, quien le confirmó que los gases que se vierten en esa fundición repercuten de manera negativa en la salud de las personas. Pueden provocar asma, bronquitis aguda, caída del cabello, lesiones malignas en la piel y los pulmones, lesiones oftalmológicas, contaminación de la sangre y malformaciones genéticas en mujeres embarazadas, entre otras.
«¿Existirá alguien que pudiera sensibilizarse y darse cuenta, como nos damos cuenta otros, de que al elevar la chimenea, para verter estos gases tan tóxicos, la situación puede cambiar? ¿Adónde nos quejamos y quién indemniza al vecindario por daños y prejuicios? ¿Qué hacen las autoridades del taller para cuidar y elevar la salud de los pobladores y de sus propios obreros?», concluye Karelia.