Acuse de recibo
EL Proyecto de Recreación de la ciudad de Santiago de Cuba, si bien ha dinamizado la vida nocturna de la ciudad con beneplácito de muchos de sus habitantes los fines de semana, también ha traído inconformidades y molestias en algunos sitios, como la calle 3ra., entre L y Garzón, en el reparto Sueño.
La queja la envía Martha L. Rodríguez Barthelemy, en nombre de los vecinos de esa cuadra, que históricamente han planteado en sus asambleas de rendición de cuentas su preocupación por el elevado volumen de la música, los gritos por parte de los empleados de las carpas que ofrecen servicios, las conversaciones y gritos de los custodios en la madrugada, y la nocividad que produce el humo proveniente de la confección de platos, muy pegado a las viviendas.
Refiere que las carpas de marras se instalan o retiran a cualquier hora del día, aunque sea en la madrugada. Y la circulación de vehículos, y especialmente motocicletas sobre las aceras, pone en peligro la integridad física de las personas.
El asunto se ha planteado a la presidenta del consejo popular, al gobierno municipal y provincial, entre otras autoridades. Y se analizó a instancias de los vecinos, quienes han propuesto que dichos quioscos trabajen hasta las 11 de la noche, pero no se logró. Se hizo un compromiso de ubicar a agentes del orden público en el lugar, el cual nunca se cumplió.
Lo cierto es que, según Martha, aunque se ciña ese Proyecto de Recreación a los fines de semana, al menos en esa cuadra la situación se hace insoportable. Y cita, como una muestra de los excesos, lo sucedido al 20 de octubre de 2018: música estridente, sin consideraciones, desde el mediodía hasta las 6 y 20 de la mañana del día siguiente.
Recrearse, pero con respeto y consideración hacia el prójimo. ¿Es tan difícil?
Podría parecer una nimiedad pasajera, indigna de tomar en serio, la historia que narra Norges Verdecia Fonseca, vecino de calle 28 No. 805, entre 33 y 35, en el reparto Rosa la Bayamesa, de la ciudad de Bayamo.
Pero si uno se detiene con hondura en ella, concluye en que tales asimetrías no debían existir a estas alturas en el trato preferencial, y a veces concesivo, hacia los extranjeros, con respecto al que se da a los cubanos, en ciertos servicios.
Narra Norges que se encontraba sa-boreando un helado en una de las mesas del salón principal del Coppelia bayamés, el cual está delimitado por una reja de baja altura y posee dos entradas de libre acceso sin puertas, custodiadas por sendos dependientes que fungen de porteros.
Y conversando con la compañera de mesa sobre el tema público de estos días, la nueva Constitución, y los cambios que necesitamos, observó que una señora acompañada de una joven intentaba acceder por la puerta de salida, y el portero les orientó que la entrada era por la otra puerta a varios metros.
«Un minuto después llegó una pareja de turistas extranjeros por la puerta de salida, y el portero los invitó a pasar y hasta les ofreció una mesa. Ese establecimiento, remodelado y reinaugurado meses atrás, comenzó con libre acceso de clientes por ambas puertas. Y todo bien. Un mes después sus administrativos aplicaron el «síndrome del túnel», manifiesta.
Para Norges, el «síndrome del túnel» es la práctica establecida de controlar y limitar la libertad de acceso y de salida a un local de servicios, estableciendo una inflexible puerta de entrada y otra obligatoria de salida. ¿Por qué se vulnera entonces esa rectitud ante unos turistas foráneos?
Y este redactor apunta que hay muchas otras variantes de esas dogmáticas normativas, inspiradas en una gastronomía que durante años ha supeditado al cliente a sus designios, en vez de lo contrario. Hay que liberar las puertas, y liberar la gestión de la gastronomía estatal del excesivo tutelaje y la subordinación exagerada del cliente.