Acuse de recibo
«Busco respuestas ante el maltrato, la indolencia, la ineficiencia y el burocratismo que recibí en el proceso de adjudicación de un bulto que envié por el Servicio de Carga de Cubana de Aviación el pasado 3 de julio, desde Panamá, donde me encontraba en un viaje de trabajo», afirma Valentín Rodríguez, residente en calle 162 No. 1D91, entre 1D y 3ra., en la Zona 1 del reparto habanero de Alamar.
Precisa que con la copia de la guía aérea en su poder, pudo averiguar que el envío llegó a Cuba el 18 de julio. Pero no estaba ubicado aún.
Valentín inició el trámite, en busca de una explicación y de solución a la demora en la entrega. Se agenció los teléfonos de la directora de Cubana Cargo, y del director general de Aerovaradero, esta última entidad encargada de hacer las entregas a los clientes. La directora de Cubana Cargo le atendió amablemente y quedó en darle respuesta. Pasó más de una semana, y entonces él llamó a la oficina del director de Aerovaradero, pero le fue imposible hablar con él. Al otro día llamó, y el directivo había dejado instrucciones a su secretaria de «darle seguimiento a la carga de Valentín». Pero no pudo concretarse nunca en una respuesta definitiva.
Tras mes y medio de telefonazos infructuosos y de «peloteo» entre ambas partes, el 10 de septiembre pasado lo llamaron de Cubana Cargo para que al siguiente día recogiera su bulto en la Terminal 5 de Aerocaribean.
«Cuán sorprendido quedé —señala— al recibir las cajas del televisor y del teatro en casa completamente mojadas, señal del lugar donde Aerovaradero las guardó. A ello se suma la demora: cuando llegué a las 9:00 a.m., Aerovaradero no les había entregado toda la documentación a los funcionarios de la Aduana, quienes dan la cara al cliente. Todo se alargó hasta las 7:00 p.m., hora de cierre.
«Antes de salir de allí abrí las cajas en presencia de la persona responsabilizada e hice la reclamación por el mal estado en que recibí la carga.
«No entiendo por qué hay tantas entidades implicadas en este proceso, acarreando desorganización, falta de comunicación y demoras innecesarias en los trámites. ¿Quién finalmente debe responder por este mal servicio, por el cual uno paga confiando en la seguridad y agilidad del proceso de transportación y entrega? ¿Por qué no fijar un plazo de tiempo mínimo y máximo que le dé garantía al cliente cuando contrata el envío? ¿Hay la posibilidad de reclamar indemnización de la carga cuando se entrega al cliente en mal estado?
«Lo peor es la falta de información oportuna al cliente, quien transita un largo camino de investigaciones para saber cuándo le avisarán de su carga. Urge insertar ese servicio en la dinámica del país, y abreviar los trámites con garantía de calidad, para evitar que otros corran mi “mala suerte”».
De la falta de organización, información y atención a los problemas de la gente en el gas licuado, trata Rubén Artiles (calle A, No. 17944, entre 1ra. y 2da., Reparto Monterrey, San Miguel del Padrón, La Habana).
Precisa Rubén que el punto de venta del gas licuado del reparto Monterrey contaba con un «piso» de 200 balitas, que el carro de Cupet le iba reponiendo, llenos por vacíos. Y con ello prestaba un buen servicio. Pero hace un tiempo todo cambió. Se recogieron varias balitas por no tener números, y no se repusieron. Luego se requisaron otras de doble costura de soldadura, y tampoco fueron repuestas. También se llevaron poco a poco las defectuosas y no se repusieron.
«Hoy solo quedan 58 balitas como “piso”, dice, y de seguir así se quedará el punto sin ninguna. Todo esto provoca que sea imposible garantizar la demanda diaria. Existe descontento en la población. Las colas se hacen en el punto desde las dos y tres de la madrugada hasta que llegue el camión, si es que llega. Y cuando lo hace, en ocasiones es con 50 balitas que no alcanzan.
«Lo cierto es que el tiempo pasa, las personas se indignan y no se ve solución. ¿Hasta cuándo las instituciones y organismos estatales destinados a prestar servicios a la población serán tan insuficientes, que ni siquiera explican al pueblo lo que sucede? Las personas pierden horas de trabajo, se afectan niños y ancianos que tienen que alimentarse, porque no hay gas para cocinar», concluye.