Acuse de recibo
La insólita historia la cuenta Sandy Orlando Rondón, un joven ingeniero en Ciencias Informáticas que labora en la Sucursal 7472 del Banco Popular de Ahorro en Bayamo, y reside en Céspedes 405, entre Amado Estévez y Coronel Montero, en esa ciudad:
El domingo 13 de noviembre él y su novia, junto a otra pareja de amigos, se dispusieron a ir a la llamada Disco Temba que funciona en la Casa de la Trova, establecimiento perteneciente a la cadena ARTEX.
Como ya la habían frecuentado con anterioridad, pues además de la música de hoy, son fanáticos también a las de décadas atrás, incluyendo la «prodigiosa», intentaron entrar. Fue cuando el portero les dijo que simplemente no podían pasar, porque la Disco Temba solo era para mayores de 40 años.
Además, el empleado, así como se dispone un menú dirigido, les comunicó que la «juventud» pasaba a las 9:00 p.m. a la otra oferta de la Casa de la Trova, cuya entrada cuesta 1,00 CUC; mientras que la Disco Temba solo cuesta 10,00 CUP por persona.
«Intentamos replicarle —señala Sandy— que por qué era eso así, si a nosotros también nos gustaba la música del ayer. Y solo nos dijo que él cumplía orientaciones. Casi al retirarnos llegó una muchacha que para nada tenía 40 años, le dio un beso y pasó como si nada; mientras nosotros nos fuimos cabizbajos y sin saber qué hacer.
«A veces creo que hay personas o instituciones que tienen la capacidad inmediata de echarle a perder a las personas un buen rato de esparcimiento. Me dirijo a ustedes con la esperanza de que me ayuden a que esto se conozca, pues me siento atropellado junto a las personas que estaban conmigo.
«No concibo que puedan definir mis preferencias musicales de acuerdo con mi edad ni nada por el estilo, porque de seguro a nadie se le ocurre decir que esta o aquella discoteca es solo para personas de 18 hasta 35 años. No sé si esto funcionará así en todo el país o solamente aquí en Bayamo».
¿Hasta dónde puede llegar la supeditación del cliente a los criterios de quien presta servicios con la rigidez a la carta? Nadie tiene derecho a administrarle a uno preferencias y gustos, y disponer adónde puedes frecuentar o no, como si ese no fuera un derecho de cada ciudadano. Algo así como «lo que te toca y lo que no».
Eneida Burke Morejón (Calzada de Bejucal 2763, apto. 3, entre Hatuey y Narciso López, reparto La Esperanza, Arroyo Naranjo, La Habana) viene algo alarmada de una estancia de diez días que hizo recientemente en Palma Soriano, provincia de Santiago de Cuba. Y no es para menos…
La lectora dice que se quedó aterrorizada por el trato que se le da a los caballos que sirven de sostén a cocheros de ese municipio, los cuales, afirma, no merecerían ese calificativo por su desamor hacia los animales. «El maltrato es atroz. Nadie es capaz de imaginar la indignación y el sufrimiento que sentí cada vez que tenía que salir de la casa a algo».
Eneida no comprende, con tantas leyes en el país, que no haya ninguna, al parecer, que proteja a los animales de tracción y carga.
«Se están muriendo de flacos, asevera. Los recorridos durante los carnavales eran largos en calles en mal estado. Vi a esos salvajes darle tubazos por la cara (con tubos de aluminio que utilizan para enganchar el látigo) a los pobres caballos. Los vi renegados por el cansancio y el agotamiento de ir de un lado para otro, sin que el cochero se preocupara de brindarles un poco de agua o algún alimento. Se les ven los hematomas y las inflamaciones en el área comprendida entre los ojos y la nariz…».
En su estancia en Palma Soriano, Eneida optó por no montarse en un coche y andar a pie, para no sufrir tanto.
«Una vez aprendí que la cultura de un pueblo se mide por el trato que se le da a los animales», sentencia.