Acuse de recibo
Sale un año y entra otro, pero persisten impunemente las molestias e indisciplinas sonoras aquí, allá y acullá.
Nicasio Vázquez (Leoncio Vidal 94, Corralillo, Villa Clara) cuenta en su carta que hace ocho años los vecinos de su edificio, un inmueble de fines del siglo XIX, se asombraron porque en un local contiguo, donde siempre existieron unidades comerciales de servicio diurno, se instaló una moderna panadería que labora las 24 horas. Algo muy bien recibido por la población, pero a solo un metro del dormitorio de Nicasio, y a escasos metros de otras tres familias.
A pesar de los reclamos de ellos, la panadería se instaló. Y al principio, quienes laboraban allí eran respetuosos y los equipos modernos muy silenciosos hasta que, con el tiempo, todo fue cambiando para desasosiego de los vecinos:
«Nuevos operarios más indolentes, indisciplinas de todo tipo, conversaciones y discusiones en voz alta, lanzamiento indiscriminado de tártaras, aumento del ruido de los equipos por el lógico deterioro de sus rodamientos, a lo que se sumaron las colas de madrugadores para adquirir el producto que allí se vende a partir de las seis de la mañana, incluidos los domingos», describe Nicasio.
Los vecinos comenzaron a quejarse ante la administración del centro, la empresa provincial y el Gobierno municipal. Incluso ante la Fiscalía, porque existía un documento rector urbanístico que prohibía en esa zona cualquier actividad perturbadora del silencio, como la que llevan a cabo industrias.
Los vecinos demandaron el traslado de la panadería hacia otro lugar más adecuado —que los hay— sin tener que hacerle grandes inversiones. Y se lo propusieron, fundamentadamente y con fotos, al Ministerio de la Industria Alimentaria.
«Pero la panadería sigue allí, recalca Nicasio. Y los vecinos, muchos de la tercera edad, sufrimos noche a noche. No nos permiten el descanso y hasta se nos ha faltado el respeto cuando nos quejamos».
Señala el lector que los directivos de la panadería son supuestamente receptivos, pero no permanecen allí entre las cinco de la tarde y las seis de la mañana, por lo cual no se han resuelto tantas indisciplinas sonoras.
«Parecería que fueran dos centros totalmente distintos: el diurno y el nocturno, afirma. Ya el expediente que acumulo contiene desde reclamaciones, respuestas a medias, dictámenes, fotos, propuestas desde el nivel municipal hasta el central. Pero la panadería sigue allí, mientras que las personas que llevamos más de 50 años conviviendo en el edificio ahora nos pasamos las noches mirando al techo, alterados y hasta enfermos; o caminando el poblado en busca de los directivos en las madrugadas frías».
Jorge Alejandro Soler (Avenida Garzón 227, entre K y 2da., reparto Sueño, Santiago de Cuba) cuestiona en su carta que por las festividades de fin de año, durante estos días, esa céntrica arteria de la hermosa ciudad oriental se cierre y se planten, muy pegados a las viviendas de los vecinos, equipos de audio que se utilizan a un nivel hiperdecibélico y atormentan a aquellos.
Jorge Alejandro reconoce que hay múltiples razones para la alegría por fecha tan especial para los cubanos. Pero, a fin de cuentas, nadie debería imponerse con su música, a todo volumen y potencia, por sobre los espacios de celebración de cada quien.
El santiaguero pregunta: «¿Por qué y quién vela por el uso adecuado de los equipos de audio? ¿Por qué después de realizar actividades de remodelación de varios locales de la gastronomía, no se usan con ese fin para estas fechas? ¿Por qué no se hace uso de otros espacios más idóneos, desde dentro de los cuales las afectaciones a viviendas colindantes serían mínimas, y no se provocaría el desvío de rutas de ómnibus, aparte de acercar las festividades a diferentes sitios de la ciudad?».