Acuse de recibo
El pasado 3 de julio la capitalina Cleidy Vázquez se quejaba de que este año el Día de los Padres (tercer domingo de junio), a las diez de la mañana, no había frente al Cementerio de Colón ni una flor en venta para venerar a los papás ya desaparecidos de nuestras vidas.
La remitente se preguntaba si los padres no son tan dignos de amor y devoción como las madres, al tiempo que contrastaba lo que se vende profusamente en materia floral el día de ellas.
Al respecto, responde Raúl Camilo Santana, director de la Empresa Provincial de Jardines de Ciudad de La Habana, quien señala que «no es tradición que se realicen ferias el Día de los Padres»; pero también afirma que ese 20 de junio sí se vendieron flores desde temprano en la mañana en los portales de la calle 12 y en los jardines: 1 227 docenas y 743 confecciones, por un valor de 5 848 pesos.
Concuerda el directivo con Cleidy en que ese es un día especial, pero aclara al propio tiempo que esa empresa no es productora de flores, sino comercializadora de las mismas; y como tal hace contratos con la cooperativa productora del Ministerio de la Agricultura. «No sabemos —afirma— el momento en que el contrato pueda variar debido de las inclemencias del tiempo, ya que este producto es altamente sensible a las fuertes lluvias y vientos, que son frecuentes en esa época del año. Además, debemos establecer un nivel de prioridad ante esta situación, para no afectar el surtido a los jardines para preparar coronas funerarias».
Agradezco la respuesta, no sin antes apuntar que las tradiciones comienzan un día. Con un enfoque de género, tan socorrido hoy, bien que merecen nuestros padres, que no son cualesquiera, se les prodigue el mismo tratamiento —en cuanto a agasajarlos con flores— que a las madres.
Debían crearse todos los mecanismos contractuales y las coordinaciones con los productores de flores para que, aun cuando siempre aparezca el argumento de la veleidosa naturaleza, pueda incrementarse la venta de esos hermosos tributos de amor el Día de los Padres.
Quizá la actual apertura al trabajo no estatal en Cuba pueda llenar de flores ese día, con agilidad y esmero, como no lo ha podido garantizar el Estado. Sería un elocuente homenaje a quienes fecundaron nuestra existencia.
El pasado 14 de agosto, desde el capitalino reparto Barbosa, en la calle 21-E, No. 47, entre 308 y 310, Playa, Mislayne Sánchez contaba que hacía dos años, bajo los vientos de la temporada ciclónica, un enorme árbol de mamoncillo de su patio se desplomó y afectó tres casas sin daño para la vida humana, por suerte.
Entonces, afirmaba, el delegado de la circunscripción alertó al Gobierno municipal de Playa sobre la existencia en el mismo patio de otro árbol, un almendro, que era una amenaza, y solicitaba su tala. Pero el tiempo pasó, y cuando Mislayne escribiera a esta columna, continuaba allí, imperturbable y perturbador, el almendro de marras.
A la joven, que reside con su hermana enferma y sus dos padres, le era imposible asumir por sí misma trabajo tan complejo…
Y he aquí que después de tanto tiempo y tanta tempestad, llegó una escueta respuesta de Rafael Oceguera, director de la Unidad Provincial de Áreas Verdes de Ciudad de La Habana:
«Por este medio le estamos informando de la queja de la mata de almendras de calle 21-E, No. 47, entre 308 y 310, reparto Barbosa, Playa, que salió en el diario Juventud Rebelde, que fue realizado en el día de hoy por los compañeros a cargo de la poda. Los vecinos del lugar quedaron satisfechos con el trabajo realizado, alegando la eficiencia y austeridad de los mismos».
Este redactor se alegra y agradece que al fin se haya hecho el trabajo. Pero, sin ánimo de aguafiestas, no puede compartir la rotunda satisfacción: ¿por qué no se hizo durante tanto tiempo de espera, y sí cuatro días después de revelada la queja en esta columna? Hace falta podar perezas y lentitudes…