Acuse de recibo
Gladys Santana Monzón se siente extraviada en un laberinto de desatenciones para poder cocinar los alimentos de su familia, allá en Candelaria 104, entre Juan Bruno Zayas y Los Alejos, en la ciudad de Santa Clara.
Cuenta la señora que ella reside en una zona de bajo voltaje, y por ello no puede utilizar los módulos de cocina que se entregaron como parte de la Revolución Energética, sobre todo a la hora de máxima demanda eléctrica.
En Santa Clara se decidió, hasta tanto no se eliminen las zonas de bajo voltaje, facilitarle a los núcleos familiares afectados por esa razón la adquisición de un balón de gas de cien libras para un año, a diferencia del de 40 libras que reciben, como reserva, los núcleos que pueden cocinar perfectamente con el módulo eléctrico, por disfrutar de un voltaje óptimo.
Inexplicablemente, Gladys ha sido discriminada de esa medida compensatoria, a pesar de que ya ha hecho las gestiones necesarias. En el 2007 visitó la sede de la OFICODA en cinco ocasiones con el fin de que la incluyeran en la lista de consumidores de gas que sufren bajo voltaje eléctrico. Y esa misma cantidad de veces se personó en la Empresa Eléctrica. Allí siempre le reiteraron que enviarían a los inspectores, pero ellos nunca visitaron su hogar.
En enero de 2008, Gladys estrenó de nuevo la esperanza de hallar solución. Luego de visitar la OFICODA una vez más, se dirigió a la Empresa Eléctrica. Le atendió un funcionario muy amablemente y le solicitó el número de su libreta de abastecimiento, pues ese mismo día «elevaría» su caso. Le aseguró a Gladys que en 15 días se tramitaría el problema.
Ya estamos en junio de 2008, y en el barrio de Gladys llega el camión del gas, sitúa los cilindros de cien libras a otros vecinos, pero ella permanece ignorada. ¿Cómo estará cocinando la mujer, si ya se le agotó el balón de 40 libras que le vendieron en octubre de 2007? ¿Eso no se lo preguntan quienes deben atender su justo reclamo?
«Hablando de trámites y gestiones —subraya Gladys—, a veces no sabemos adónde dirigirnos, por la pasividad con que nuestras preocupaciones se acogen y reiteran. ¿Qué podría decirse de un simple trámite de la Empresa Eléctrica a la del Gas, que consiste en que la primera, que tiene los reportes en computadora y conoce las zonas de bajo voltaje de una ciudad, reconozca que eres un cliente que, por residir en una de ellas, debe recibir el servicio con cien libras de gas?».
La segunda carta es una sana incitación al pensamiento, y la envía Daniel Rodríguez Alonso, desde Neptuno 1204, entre Mazón y Basarrate, en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución.
Daniel es un veterano de 69 años y confiesa que desde joven ha hincado la rodilla y el cuerpo completo por la Revolución. Y, luego de elogiar la perseverancia justiciera de esta columna, condena el inmovilismo, la desidia y las justificaciones banales de ciertos directivos que vienen a actuar y a resolver problemas de los ciudadanos cuando son aguijoneados por la revelación de las historias en secciones como Acuse de Recibo. «Esto conllevaría —recalca Daniel— a que los infelices que no vean reflejadas en la prensa sus inquietudes y vicisitudes, no tendrían siquiera la esperanza de que sus problemas puedan algún día ser resueltos».
A Daniel le digo que coincido con él, cuando afirma que «la denuncia pública no debe sustituir al mecanismo gubernamental de atender y resolver los problemas del pueblo. Si no, ¿dónde estaría la esencia del socialismo para una vida más plena y con calidad?».
Confiesa Daniel que le duele mucho el daño que tales actitudes le hacen a la Revolución; y recuerda al Che, no solo en estos días cuando se conmemoran los 80 años de su nacimiento.
El lector insiste en que todos tenemos derecho a equivocarnos, pero ya no es tiempo de permitir la impunidad, ni esos casos de sustituidos que «se caen para arriba», o aquellos que permanecen en sus cargos luego de cometer errores que tienen incidencia en la población.
A Daniel le agradezco sus reflexiones y el ánimo que transmite a este redactor y a muchos cubanos combativos ante la desidia, cuando los conmina a no rendirse, con un ¡adelante! que recuerda la carga mambisa.