Acuse de recibo
«Tengo la sensación de encontrarme inmerso en la atmósfera asfixiante de un pozo ciego», me confiesa Daniel Gutiérrez Luis, quien me escribe desde Protestante 4, apartamento 2, esquina a Segunda, en el reparto La Dionisia, del municipio capitalino de Plaza de la Revolución.
Y no es para menos. Daniel cuenta que es trabajador de la microbrigada sita en calle 39, entre Unión y Colón, en ese mismo reparto, adscrita al Plan de la Microbrigada Estatal de Plaza de la Revolución. Y hace seis años fue liberado por su centro laboral para ir a construir su vivienda, como parte de un programa de reurbanización de ese barrio.
Tanto él como el resto de sus compañeros microbrigadistas allí, terminaron sus viviendas desde hace meses. En julio de 2007 fueron dadas por concluidas y, sin embargo, sus familias no han podido mudarse para habitarlas.
En realidad todo no está terminado, asegura Daniel: subsisten problemas de plomería y las facilidades temporales no han sido retiradas. No se ha instalado el alumbrado público. La calle no se ha hecho. No han sido colocadas las lucetas de las puertas ni las puertas de los clósets. Ni les han suministrado el material para hacer por su propia cuenta las aceras del vecindario.
Los afectados han hecho múltiples gestiones con las autoridades correspondientes, sin resultado. Y Daniel pregunta: «¿Quién se ocupa de desenredar este entuerto? ¿Es que acaso no es una deformación de quienes tienen la obligación de atender estos programas, y abandonan a siete familias a su suerte, porque ya no son un número que presione el cumplimiento del plan? ¿Es que no es cierto que una de las tareas prioritarias en estos momentos es destrabar las fuerzas productivas allí donde están enjaezadas en las laberínticas tramas de los buroes?».
La segunda carta trae una historia peor. Desde el barrio Montesano, en el kilómetro 3 y medio de la carretera de El Salvador, en Guantánamo, me escribe Miguel Romero, en nombre de siete familias que se sienten engañadas y preteridas.
Refiere Miguel que en el año 2000, y por una decisión del Gobierno local, se demolieron sus viviendas para reconstruirlas en un plazo de tres meses, como parte de un programa aprobado. Les aseguraron a esos vecinos que estaban garantizados los materiales y las condiciones para que las construyeran ellos mismos, con esfuerzo propio.
Así, los aludidos hicieron sus cuartitos provisionales... Y allí permanecen todavía. Cuando llueve todo se les moja, y lo poco que tienen se les ha echado a perder.
«Estamos cansados de quejarnos al Poder Popular —afirma Miguel—. Todos los años nos dicen lo mismo: que para el plan del nuevo año. Y así ha transcurrido todo este tiempo. Estamos cansados de tanto maltrato y engaño».
La tercera carta la envía Osvaldo Duménigo, residente en Obrapía 516, apartamento 3, entre Bernaza y Villegas, en La Habana Vieja:
Hace varios meses se presentó una obstrucción en la salida de las aguas albañales de ese edificio. En septiembre de 2007 acudió una brigada que abrió un hueco e intentaron destupir manualmente, pero luego de taparlo solo con tierra, sin cemento ni asfalto, se marcharon. Y las aguas pestilentes continuaron corriendo por la calle.
El 8 de noviembre, Osvaldo se personó en las oficinas de Aguas de La Habana que radican en Monte casi esquina a Ángeles, y reportó la incidencia. Quien le atendió le aseguró que en un término no mayor de 72 horas iría un inspector a valorar el caso. Todavía lo estaban esperando el 10 de enero, cuando me escribió la carta.
Osvaldo ha llamado por teléfono en ocho ocasiones, y le dicen que ahora no tienen camión...
Ya las aguas sucias están brotando por la poceta de su baño...
Historias de abandonos, de promesas incumplidas, lo mismo en La Dionisia que en Montesano o en La Habana Vieja. Y los sufrientes, a blindarse de paciencia. ¿Hasta cuándo?