Acuse de recibo
Los trámites siguen en el candelero público, a pesar de cuanto se proclama triunfalmente de acciones institucionales para agilizarlos. Y lo confirma la carta de Jorge L. Muñoz Betancourt, vecino de Zapotes 157, entre Flores y San Benigno, Santos Suárez, municipio capitalino de Diez de Octubre.
Refiere Jorge que para hacer cambios en la propiedad de su vivienda, se personó en el Registro de la Propiedad de ese municipio, y descubrió que esa institución solo atiende a la población de 8 y 30 de la mañana a 12 del día, un horario sumamente restringido en una ciudad tan grande, donde las personas viven entre tantos problemas.
A mediados de junio, Jorge intentó clasificar en ese horario, pero finalmente llegó allí a las 12 y 10, pues tuvo que caminar las lomas de la Víbora y no conocía dónde estaba esa oficina. Cuando llegó, casi le suplicó a la compañera que estaba allí, que lo atendiera. Y la empleada le dijo que si su jefe la sorprendía atendiéndolo a esa hora, la sancionaba.
«Primera vez en mi vida que veo que sancionan a una persona por trabajar», ironiza el lector.
Pero más allá de la jocosidad, aun cuando Jorge piensa que están en el derecho de hacer respetar lo establecido, no concibe que «después de todo lo que se ha hablado en cuanto al rescate de la disciplina laboral, haya un centro de atención al público que mantenga este horario tan rígido y absurdo».
La segunda misiva la envía Raúl Muradás Veigas, vecino de Edificio 31, escalera A, apartamento 4, Micro III, en el centro urbano Abel Santamaría, de la ciudad de Santiago de Cuba. Y tiene el sinsabor de la cerveza que no llega en toda su dimensión.
Plantea Raúl su inconformidad con el expendio que se hace en la bella Santiago, de la espirituosa y ambarina bebida, bajo la modalidad de dispensada. Y compara, como hacen todos los de allí, con La Habana.
En la capital del país la norma se sirve por una jarra de cristal, o en su defecto, un recipiente que albergue igualmente 375 mililitros. Pero en la indómita e intramontana urbe, asegura Raúl, la medida, por igual precio: seis pesos, es un vasito plástico de cumpleaños que no le llega ni al intento. «Se hace en todas partes y a los ojos de todos, y con la apatía de quienes tienen que velar porque eso no suceda», denuncia el lector.
Raúl hace sus fatídicos pronósticos, cuando prevé que «ahora que deben empezar los carnavales en julio, los inescrupulosos harán su propia zafra con la venta de cerveza, la dispensada y la de termo».
Es, con palabras de Raúl, «el saqueo del bolsillo de quienes sudan la camisa».
La tercera misiva la envía María Magdalena Capetillo, de Juan Lefont 18, Santos Suárez, en el municipio capitalino de Diez de Octubre. Ella es una jubilada que durante dos meses seguidos ha intentado cobrar su pensión y no ha podido.
El asunto en cuestión es que la señora cobra por la modalidad de tarjeta magnética, y los encargados de facilitársela equivocaron sus apellidos.
El pasado 10 de mayo, en la sucursal bancaria de Juan Delgado y Lacret, le informaron que debía cambiar la tarjeta para poder cobrar. Le hicieron un nuevo contrato y le dieron la nueva tarjeta. Pero cuando intentó cobrar en el cajero automático, no pudo hacerlo, pues refería que no tenía asignado dinero.
La pensionada fue a ver a quien le dio la tarjeta, y le dijo que volviera dos días después, porque sus apellidos fueron cambiados. «En total fui cinco veces en mayo para cobrar mis 164 pesos. En junio he ido cuatro veces. Y siempre me dan la misma respuesta. Me piden que tenga paciencia y me dan esperanzas de que mi problema se resolverá».
María Magdalena lo resume así: «Tengo 67 años, soy mujer, vivo sola. Padezco del corazón. Hace dos meses que vivo de la caridad de mis vecinos y amigos. No puedo seguir así».