Acuse de recibo
El joven Karel Morell Betancourt todavía no precisa si realmente fue estimulado, o sencillamente recibió un castigo.
Karel reside en el poblado La Gloria, de Sierra de Cubitas, en la provincia de Camagüey; y es informático de la Dirección Municipal de Trabajo de Sola. En marzo del presente año fue seleccionado trabajador destacado del Sindicato de la Administración Pública en su territorio, junto a otros tres compañeros.
Como reconocimiento, le dieron a escoger entre el disfrute de una estancia en un hotel y el derecho a comprar en la tienda Orbe, de estímulo a vanguardias y destacados, sita en la ciudad de Camagüey. Y escogió esta última opción.
Cuando en junio avisaron que ya podían ir a la compra, el nombre de Karel no aparecía en el listado que tenía la tienda. Ha llamado al Sindicato provincial en Camagüey para alertar sobre esa situación, y terminó personándose en su sede. Sin embargo, hasta ahora no ha recibido una respuesta efectiva al respecto.
Aún así, Karel acompañó a sus colegas a la compra en la tienda de estímulos. Y lo que encontró allí le decepcionó: mercancía de pésima calidad: toallas rotas y en general productos rasgados o manchados.
Karel me escribe indignado, y no puede explicarse cómo una idea tan noble como la de esas tiendas puede naufragar tanto: «¿Cómo se explica —cuestiona— que a trabajadores que son vanguardias nacionales, provinciales o municipales, personas que se esfuerzan a diario y lo entregan todo para que nuestro país mejore, al final les den un derecho para comprar semejante mercancía?».
La segunda carta la envía Rolando Zulueta, profesor de la Universidad de Ciencias Informáticas y residente en avenida Rancho Boyeros 803, apartamento 16-E, entre Conill y Tulipán, en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución.
Manifiesta Rolando que el 13 de diciembre de 2005, en el Taller de Lentes de Contacto de calle 19, entre 2 y 4, en el Vedado, mandó a hacer sus lentes, con la orden 4601, y pagó por adelantado los 48 pesos.
El 1ro. de junio de 2006 fue que estuvieron listos. Y cuando los recogió y los llevó al policlínico Asclepio, para comprobar los parámetros, le esperaba una fatal sorpresa: el lente del ojo derecho había sido tallado más pequeño de lo ordenado. Debía llevarlos nuevamente al taller e iniciar un nuevo y largo proceso de espera.
Con mucha razón, Rolando pregunta: «¿Cómo es posible que después de tan prolongada espera, y de pagar un servicio que aún no se ha brindado, la calidad del producto no se corresponda con lo ordenado? ¿Qué respuesta se le daría a un trabajador que necesita los lentes como el propio aire que respira?».
No es la primera vez que aparecen en esta columna los problemas de calidad y otras irregularidades en el tallado de los lentes de contacto.
Esta sección espera por respuestas esclarecedoras por parte de las entidades aludidas.