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Americanos y polinesios pudieron tener contacto alrededor del año 1 200 d.n.e.

Una reciente investigación brinda pruebas sobre el mestizaje entre ambas culturas, aunque deja abierta la duda sobre cuál de las dos civilizaciones realizó el viaje entre el continente americano y las islas del Pacífico

 

Autor:

Juventud Rebelde

 

Científicos de la Universidad de Stanford, en colaboración con investigadores del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) y las Universidades de Oxford, Oslo y de Chile, estudiaron el ADN de 807 personas originarias de la Polinesia francesa, así como de poblaciones nativas del continente americano ubicadas en la costa del Pacífico, desde México hasta Chile.

Con sus genomas, en particular sus diferencias, han podido establecer relaciones de parentesco ancestral. Su trabajo, publicado en la revista Nature, muestra que algunos polinesios de cinco islas tienen hasta un 10% de material genético americano. Estiman además que el préstamo genético debió producirse en torno al 1200 de esta era.

«Creemos que se trató de un evento único entre pobladores cercanamente relacionados con los pueblos originarios de Colombia o Ecuador y los navegantes polinesios antes de que poblaran la Isla de Pascua», dice el experto en genómica de las poblaciones humanas del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav, México) y autor sénior del estudio Andrés Moreno Estrada.

El estudio añade otra pieza al rompecabezas: comparando entre los distintos genomas americanos, los investigadores observan que los nativos americanos más estrechamente relacionados con los polinesios son los zenú. Actualmente presentes en el Caribe colombiano, en el pasado debieron habitar también las costas del Pacífico.

«Efectivamente, las hipótesis en torno a un posible contacto se habían centrado entre los puntos más cercanos o icónicos entre el Pacífico y América, es decir Isla de Pascua y Perú o Chile. Sin embargo, la afinidad genética indica que el origen fue al norte de Sudamérica», comenta Moreno Estrada. En cuanto a sus protagonistas, «el contacto no necesariamente tuvo que haber involucrado a grandes civilizaciones, sino culturas con conocimiento y métodos de navegación, los cuales se sabe que existían en pueblos nativos del norte de Ecuador y cruzaban hacia las costas del sur de México mucho antes de la llegada de los Europeos»,  añade el científico mexicano.

Si bien el estudio brinda pruebas sobre el mestizaje entre ambas culturas, deja abierta la duda sobre cuál de las dos civilizaciones realizó el viaje. Una siguiente fase de esta investigación tratará de demostrar la ruta que siguieron los primeros pobladores polinesios, a fin de esclarecer el punto de contacto.

Sobre este controvertido tema, que cuenta con no pocos estudios e investigaciones de diverso tipo queda mucho por esclarecer aún, sobre todo porque no se cuenta con pruebas lo suficientemente contundentes para unificar criterios.

 En opinión de Lars Fehren-Schmitz, quien en el 2017 lideró un estudio a partir de ADN antiguo de pobladores de la isla de Pascua,  es poco probable que el actual trabajo zanje la cuestión del encuentro. «Su estudio nos recuerda que la historia de la población de la remota Oceanía es compleja y que no deberíamos afirmar a la ligera que hemos encontrado la evidencia definitiva del contacto o no entre polinesios y nativos americanos». Para él, solo el hallazgo de restos de la era precolonial de los primeros con ancestros de los segundos podría zanjar el debate. «Lo mismo se podría decir si se hallaran muestras de linajes polinesios en algún individuo precolonial de América, algo que por ahora no hemos encontrado», añade.

En todo caso, para los autores del reciente estudio genético, uno de sus valores es su contribución a reconstruir historias no contadas de una época cuyo centro siempre ha estado basado en las conquistas europeas. «Creo que este trabajo ayuda a reconstruir esas historias no contadas y el hecho de que puedan sacarse a la luz a través de la genética es muy emocionante para mí», concluyó el investigador de la Universidad de Stanford (EE UU) Alexander Ioannidis, coautor del estudio.

(Con información de Sputnik y El País)

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