Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Aquel muchachito de los pantalones anchos

Issac Martínez dejó una gran huella en el béisbol avileño y cubano

Autor:

Mario Martín Martín

No fue un pelotero espectacular ni alguien que impresionara en el terreno de juego por su físico. Más bien era de baja estatura. No era un bólido en las bases, tampoco un fildeador «fuera de serie» en la defensa, pero el oriundo del municipio de Baraguá dejó números en las series nacionales para que siempre se le tenga presente a la hora de mencionar los buenos peloteros que han pasado por ellas.

Allá por los primeros años de este siglo le pedí la opinión al desaparecido Mario Salas, quien a no dudarlo fue uno de los profundos conocedores de nuestro pasatiempo nacional. Quería saber cómo se explica que peloteros sin esos dotes naturales pudieran alcanzar el estrellato. Ese día recibí una clase magistral de béisbol. En pocas palabras me convenció:

«Yo creo que la pregunta sería más interesante si indagaras por qué atletas que a primera vista lo tienen todo para imponerse luego no pasan de ser uno más que jugó pelota. No hay una varita para medir la voluntad de salir adelante de los hombres. Cada vez que veas uno u otro caso, ten por seguro que unos se desconsolaron al primer traspié y otros nunca se dieron por vencidos para superarse a ellos mismos».

Eso recordé cuando me propuse escribir esta entrevista con Isaac Martínez Dorta, aquel «zurdito de los pantalones anchos».

Julio Guzmán, quien por aquella época era lanzador con experiencia en la primera categoría, nunca olvidará el juego dominical entre comunidades vecinas del municipio de Baraguá, cuando el muchachito que no rebasaba los diez años de edad le conectó jit de línea al jardín central. Lejos estaba de saber que el «bochorno» se convertiría en honor con el paso del tiempo.

«Fue en la localidad de Las 20, donde nací y me crié. Faltaba un pelotero para completar los dos equipos y me eligieron a mí para “llenar el hueco”. Lo cierto es que allí estaba el profesor de educación física de mi escuela y me dijo que al otro día llevara el carné para inscribirme en el equipo del municipio para el torneo provincial de 11-12 años», rememora Isaac Martínez Dorta.

Y aquel chamaquito, algo débil y bajo de estatura, inició entonces una carrera deportiva que lo llevó a convertirse en uno de los mejores bateadores avileños de todos los tiempos, con .316 de average. Entre sus jits, firmó 303 dobletes, 24 triples y 132 jonrones, a lo que se agrega que anotó 800 carreras e impulsó 842, todo esto en 5 397 comparecencias oficiales al plato.

—Fue algo curioso tu debut en Series Nacionales…

—Yo estaba en el segundo equipo, que jugaba por aquel tiempo en el horario de la mañana. Disfrutaba en las gradas del estadio José Ramón Cepero el partido ante Isla de la Juventud. En los finales del juego vino el delegado del equipo, Severo Carrazana, y me dijo al oído:

«Dice Mario Salas que si tienes valor de salir a batear de emergente175». Y no demoré cinco minutos en vestirme de pelotero y estar en la caja de bateo. Recuerdo que el lanzador era Carlos Llánes y le conecté rolata a primera que facilitó que el corredor de segunda avanzara y posteriormente anotara la del empate.

—Es de suponer que eso te abrió las puertas en la alineación oficial...

—Me insertaron en el listado, pero apenas jugué en esa temporada. En el siguiente año, con la dirección de Darío Cid, tuve una oportunidad que aproveché, pues en una parte de la justa fueron llamados
Danny Miranda, Yorelvis Charles y Franklin López a un entrenamiento del equipo Cuba juvenil para un tope internacional. Pude entonces jugar todos los días. Y nunca más fui al banco.

—Jamás lo has afirmado, y sospecho que ahora tampoco habrá la respuesta que los lectores esperan, pero yo insisto con la pregunta: ¿eras mal visto por los entrenadores en la época en que te tocó jugar?

—Eso se ha comentado en las peñas, pero si yo pensara así estaría siendo ingrato con quienes desde muy pequeño me enseñaron a jugar béisbol. Además, nadie quiere tener un buen equipo y al mismo tiempo dejar fuera a un pelotero que pueda hacerlo mejor. Equivocarse en la elección es una cosa y dejar fuera por caer mal es otra.

—Aquel error entonces fue mayúsculo cuando intentaron dejarte fuera de la selección nacional que asistiría a los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, en 1999. Habías bateado «un mundo» en la temporada, y luego, en el concentrado de la preselección, lo hiciste para promedio de .667. Había que llevarte de «todas, todas»…

—Ya te dije, la equivocación en estos casos también existe. Debí aparecer en el equipo desde el primer momento, pues estaba que no se me podía lanzar. Y mira tú, fue un gran aficionado al béisbol quien evitó que se cometiera una injusticia.

—Es conocida la historia, pero los lectores agradecerían que la rememoraras…

—Nuestro Comandante en Jefe cada vez que podía se daba una vuelta por el estadio Latinoamericano y, como te dije, yo estaba que era un gran problema sacarme out. Cuando conforman el equipo, no aparecí entre los 25. Le entregaron el listado a Fidel y él preguntó por qué no estaba «el muchachito de los pantalones anchos».

Le explicaron que iban a enfrentar un torneo muy fuerte y que yo era aún muy joven y preferían llevarme a una justa de menos rigor. Él les ripostó que hicieran lo que entendieran, pero que no olvidaran que la Revolución era sinónimo de justicia y que el béisbol no debía divorciarse de eso. Pero en verdad no era fácil dejar fuera a cualquiera de los restantes cuatro jardineros: Roberquis Videaux, Luis Ulacia, Javier Méndez y Daniel Lazo. Al final, como aparecían tres segundas bases, se optó por dejar fuera a Oscar Macías.

—Tuviste un doble honor: ir a los Juegos Panamericanos y el apoyo de Fidel…

—Sí, pero también una presión enorme. No podía quedar mal con los aficionados ni con el Comandante en Jefe. Para vencer ese detalle sicológico, recuerdo que me dije: «Tú viniste a batear y si lo hiciste bien ante los mejores lanzadores cubanos en La Habana ahora no te costará trabajo hacerlo aquí», no obstante, me ponché la primera vez que salí de emergente en el choque ante México.

“El mundo parecía caérseme encima, pero Alfonso
Urquiola, un mánager al que respeto y admiro porque sabe de pelota, y además es un hombre a carta cabal, me dijo en ese momento que fuera a jugar al jardín derecho y no me preocupara, pues tendría más oportunidades. Y en el próximo turno di jit.

«Al otro día el rival presentó otro zurdo. Volví a salir de emergente en el quinto episodio y entonces disparé un doble y luego un jit en los únicos turnos que fui al plato. En la siguiente fecha, frente a Estados Unidos, di tres jits, entre ellos un jonrón, y luego sí ya fui regular».

—Ya que te referiste a la utilización de bateadores zurdos solo ante derechos. ¿Qué opinión tienes de esa «sutileza» táctica?

—Te puedo hablar algo del asunto, porque lo sufrí en los primeros años, cuando no jugaba si el tirador era zurdo. Si esa decisión hubiese persistido, no me hubiera acostumbrado a batearle a ese tipo de serpentineros. Y mira eso, con el tiempo me convertí en un bateador de promedio ante ellos. Es que si no los ves con frecuencia no puedes batearles con facilidad. Siempre he dicho que, de director de equipo, a la defensa, no saco del box a mi buen pícher por traer a un zurdo sin resultados. Y lo mismo digo si estoy a la ofensiva.

—¿Algún recuerdo especial de aquel playoff de los Tigres ante Industriales que le dio el primer título a la afición avileña?

—Podría hablar durante horas de todo lo que sentí en esos días, pero brevemente te contaré dos anécdotas. Aquella misma noche, durante los festejos, un señor ya mayor, en medio de la algarabía me dijo: «Ustedes mismos no saben la hazaña que han hecho. Cuando pase el tiempo se darán cuenta de eso». Y cada nuevo año me acuerdo de aquella frase.

«La otra fue con Lázaro Vargas, con quien mantengo una gran amistad. En la inauguración del campeonato, allá en el Latinoamericano, le dije cuando nos vimos: “Esta serie la discutirán Leones y Tigres”. Y él me respondió: “Ojalá, sería una gran fiesta”. Cuando los dejamos en el terreno, en aquel memorable sexto juego en el Cepero, él fue el primero en venir a felicitarme para decirme: “¡Oye, estabas claro, se dio como me lo dijiste!”».

—Dicen que cuando te retiraste aún estabas en condiciones de aportar al equipo…

—Desde el punto de vista físico me sentía bien, pero ya notaba que en la caja de bateo no era lo mismo. Los lanzadores y entrenadores rivales se habían percatado de que yo conectaba bien los envíos adentro por tener las extremidades cortas. La decisión fue determinante, desde mucho antes dije que quería retirarme sin dejar la imagen de un atleta «acabado». Lo cierto es que ya tenía 40 años de edad y había muchachos ansiosos por una oportunidad.

En el transcurso del diálogo traté de que Isaac me dijera si se sentía reconocido o no después de tantos años dándole alegrías a la afición local, pero una y otra vez insistió en que el cariño de su gente en las calles es la mayor recompensa por lo que hizo. A no dudarlo, para peloteros como él se creó el calificativo de Caballero del béisbol.

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