Femke Bol cayó en su primera salida en el relevo mixto, pero después guio a la posta femenina de Países Bajos al oro. Autor: EFE Publicado: 30/08/2023 | 10:30 pm
Por nueve días el Campeonato Mundial de atletismo atrapó todas las energías del cronista. No existe, salvo los Juegos Olímpicos o alguno de los grandes eventos de fútbol, un certamen que regale tantas historias, ni ofrezca igual variedad de imágenes impactantes. Budapest 2023 fue, en ese sentido, la demostración de que los éxitos rara vez responden a sucesos fortuitos y son, más bien, resultados forjados a partir de la robustez del carácter, la voluntad y la persistencia.
Decían muchos, antes de iniciar la lid, que la ausencia de estrellas de la élite universal menguaría el espectáculo. Dicha conjetura, en realidad, estaba sustentada en argumentos demasiado superficiales. La magia del Mundial no radica en individualidades, sino en su constante capacidad de sorprender, en la fortaleza física y mental de quienes se repusieron a los obstáculos y vencieron, o en quienes cayeron, mas honraron la competición.
JR les ofrece hoy algunos sucesos espectaculares acaecidos en el Centro Nacional de Atletismo, a orillas del Danubio, contados cronológicamente en breves crónicas escritas desde la subjetividad de los 8 936 kilómetros que separan a Hungría de Cuba.
La caída de Femke Bol
A escasos metros de la meta suelen suceder cosas maravillosas. Son segundos apenas los que te deja la vida para pensar en la vida: solo necesitas apretar un poco y entrar antes para solucionar todas las reyertas internas. La línea blanca representa un muro, muro peligroso, muro de Berlín llevado al deporte y otra vez a la vida. Ah... ¡la vida! ¿Qué otra cosa podría compararse con una carrera de 400 metros en la cual vale ganar y pocos descubren que lo importante está en el proceso?
Ese mismo proceso, caprichoso y cruel en iguales dimensiones, tumba a Femke Bol, que iba primera, y le regala a Alexis Holmes la gloria. O lo que es lo mismo, desbarata todos los sueños húmedos de Países Bajos, que brincaba ya victorioso, para decirle a Estados Unidos: valió la pena insistir. El Mundial apenas comienza y ya nos sacude con pasajes estremecedores.
Richardson y la riposta
Un amigo me pregunta en un mensaje de WhatsApp qué tiene de especial el atletismo. El cuestionamiento me llega de improviso. Es un golpe. Nunca lo había pensado. Me gusta, pienso, pero no sé por qué. Y medito otra vez, aludido como el discóbolo sueco Daniel Stahl cuando el esloveno Kristhjian Ceh envía el implemento más lejos. Cavilo, recuerdo, riposto. Y miro la pantalla para buscar la esencia poética. No es en exceso difícil y por eso justamente el atletismo me resulta único.
Allí está Sha›Carri Richardson, que tampoco sabe cómo ganó la final de los 100 metros planos. Apareció de la nada y cruzó la meta con ojos gigantes y brazos abiertos, envuelta en una bruma espesa de corredoras, cámaras y flashes.
Sin adornos: Sha›Carri Richardson decidió matarse antes de soñar con ganar el campeonato del mundo. Prioridades en vidas torcidas enderezadas por la pasión de la riposta. Una mujer en busca de sentido aparece de la nada en el carril nueve, el carril más lejano a la vida, para renacer y llorar más que el día que perdió a su madre. La felicidad puede ser un sentimiento devastador.
Sha›Carri Richardson nació hace 23 años, aunque ha vivido lo que ignoran millones que le doblan en edad. Masticó marihuana como placebo ante la frustración, apretó los puños para no poner una daga en su maltrecha existencia y luego, con la fuerza que solo tienen los elegidos, decidió ripostar y vencer. Es la vida después de la vida. Es la vida de nuevo, la suya: una riposta de leyenda que tumba a Shelly-An Fraser-Price, a Shericka Jackson y también a la muerte. Es el atletismo hecho poesía.
El susto de Yulimar
El aburrimiento la estaba matando. En un mundo de máxima competencia, ganaba con demasiada holgura. La prensa, para revolver un poco la calma, molestó a sus rivales: ¿Es posible tumbar a Yulimar? «Imposible», dijeron todas. Y llega el momento en que el éxito sin muchas complicaciones embriaga, acomoda y hastía.
Yulimar Rojas tiene cosas muy suyas. El matiz lúdico de sus triunfos cobró más sentido en Budapest, cuando vio la soga apretarle con furia la yugular.
Le ha salido un ejército rival a la venezolana. Un ejército de mucho respeto. Y quizá, por no esperarlo, la primera batalla verdadera la tomó bebiendo vino, sentada en su trono de plumas de saltos de 15 y pico, y el pánico le pudo en las primeras cinco rondas. Cuando los dioses bajan a la tierra también temen. Son sus pocos minutos de humanidad e imperfección.
Pero llegó hasta los 15,08 metros, gloria decepcionante para quienes pedían más, gloria bendita para ella, que al fin pudo llorar tras una victoria. Las lágrimas de alegría brotan únicamente cuando la lucha casi asfixia. Y aun así, Romanchuk y Leyanis volverán a decir lo mismo la próxima vez: ¿Tumbar a Yulimar? Imposible.
Ella sonreirá, a su picaresca manera, avisada de la existencia de elementos irreverentes. Aunque la vulnerabilidad le sigue dando la espalda, ya sabe que en el mundo particular del triple salto ahora sí está permitido disentir.
La resiliencia de Bol
La resiliencia es un acto puro de fe. No existe en esta tierra mayor signo de humanidad. Yo he arruinado actuaciones colectivas por errar cuando menos podía. Y lo he sufrido en silencio.
Por eso pienso, al fin, que hablar tantas veces de riposta durante el Mundial de Atletismo no es solo fruto de la carencia de imaginación del cronista, sino también del mensaje sólido e insoslayable del deporte: ¿qué es, si no, el hecho de reponerse tras el fracaso? Un éxito a medias, menguado por la amargura de un fallo pretérito y, a la vez, un éxito doble, sólido como madera de roble, porque saborearlo equivale a fortaleza y a comprender de qué va esto, de qué va la vida.
El último día vimos otra vez el rostro de la riposta: Femke Bol, tendida sobre el poliuretano y el tartán que dan forma a la pista de atletismo, piensa en irse a casa un domingo y el otro va contra sus propios fantasmas a la velocidad del viento. Rebasa a una, a otra, a otra... Todas la miran perplejas. Femke Bol sorprende a Femke Bol. Tira de sus últimos resquicios de aire y esperanzas y cruza la meta en primer lugar. Regala a las compañeras el oro, cuando la herencia colectiva había relegado a Países Bajos a puestos secundarios.
Bol es holandesa, es humana y es resiliente. Ella riposta y eso la convierte en un ícono. No hay más. Es domingo y la noche cae sobre la rivera del Danubio. Ha terminado el Mundial. Adiós, Budapest.