Shohei Ohtani es, más que un jugador, un fenómeno. Y no un fenómeno a lo Ronaldo Nazario —o también—, futbolista brasileño a quien apodaron así por su memorable talento, sino un fenómeno como algo impersonal. El diccionario lo explica mejor: «manifestación de una actividad que se produce en la naturaleza y se percibe a través de los sentidos».
Y aunque pudiera parecer una discrepancia que las «barbaridades» del japonés sobre el terreno puedan calificarse como algo sobrenatural, a partir de las hipérboles de los más encarnizados fanáticos al deporte de las bolas y los strikes, ciertamente son hechos que solo se pueden comprender a partir de una percepción objetiva y subjetiva del deporte.
¡Qué manera de disfrutar durante el clásico con semejante derroche de habilidades! Mientras algunos han llegado a la cúspide de la gloria a base de batazos y otros mediante ponches, él cumple con ambas funciones de forma tal que parece fácil. Ahí radica la parte más gruesa de su mérito, en convertir lo excelso en algo cotidiano.
En el último partido del Clásico tuvo la osadía incluso, en el estadio LeanDepot Park, de ponchar al que es, para muchos, el mejor bateador de los últimos años en las Grandes Ligas del béisbol estadounidense. Aunque, en sana comparación, hasta Ohtani ya pudiera aspirar a tal condición. A la de mejor bateador, a la de mejor lanzador… Es más, a la de mejor pelotero.
En pelota, cuando los niños inician su camino sobre los terrenos de juego, muchas veces se les insta a cumplir ambas funciones, a comprender la dificultad y también el sentido lúdico de subirse a la lomita y de jugársela además en el cajón de bateo, para luego ver, si alguno cumple con los requisitos mínimos, si pudiera especializarse en alguna de las dos funciones.
Y Ohtani, que nació en una tierra donde nacen excelentes beisbolistas todos los días y en todos los rincones, ha ido escalando categorías hasta llegar a la liga más fuerte del mundo y jugar como el «niño bueno» de los piquetes de la infancia, que era capaz de hacer todo con la misma aptitud.
Shohei Ohtani tiene por delante un futuro en el cual —y recurro a la manida frase porque encaja a la perfección en este caso— solo el terreno dirá la última palabra. Solo el terreno pondrá límites, si existen, a sus conquistas. El emperador japonés, pudiera llamársele, tiene mucho por decir todavía, para el bien de todos los que amamos este hermoso deporte. ¡Aleluya!