Vítězslav Veselý estira el brazo derecho y hace antes de lanzar una especie de giro para tomar impulso. La jabalina danza liviana a la derecha y luego a la izquierda hasta salir de viaje por las alturas. Si el deporte fuera un arte, al checo pudiera considerársele un artista de la estética y la elegancia.
El movimiento previo al disparo debería estar expuesto de manera vitalicia en una «galería de jabalinazos», junto a los de Tero Pitkamaki, Andreas Thorkildsen y Jan Železný. Antes tenía más fuerza y el implemento llegaba con mayor furia a la hierba dorada. Heredero fiel de una escuela ganadora, reinó a sus anchas mientras pudo en una prueba dificilísima.
Tumbó a los mejores a base de constancia y técnica exquisita. Labró su carrera esquivando baches incrustados en el camino hacia el éxito, desde aquellos primeros años en que las lesiones casi le disuaden de abandonar.
Pero Veselý siguió. Batalló contra sí mismo. Convirtió sus 207 libras en músculo útil para lanzar mejor y talló con el cincel de la persistencia cuanto error detectó en su manera de recorrer la pistilla.
Tuvo al mejor maestro. Železný, la leyenda Železný, vio en él algo especial y decidió ayudarle. Juntos corrigieron las falencias y consolidaron un estilo impoluto para ganar metros.
Y Vítězslav, que en sus años mozos debió sucumbir al dominio escandinavo, cada día envió más allá la azagaya. Y comenzó a competir sin complejos hasta que los triunfos cayeron uno tras otro cuando ya rozaba los 30 febreros.
A Tokio, en 2021, llegó con 38. A competir. A volver a una final. A prestigiar con su única presencia el listado de concursantes. Porque la jabalina, con Vítězslav Veselý, era un evento top en cuanto a la atención de la gente. Él lo sabía, aunque probablemente ni en sus sueños más ambiciosos vaticinó sonreír al concluir la prueba con una medalla colgando de su pecho.
Fue un guiño más del deporte a sus enamorados. En Tokio, en unos Juegos Olímpicos especiales, el destino devolvió la gloria al más genuino de sus estandartes de la jabalina actual. Ver a Veselý encaramado al podio constituyó el premio a la constancia y, a fin de cuentas, una medalla también para la gran Barbora Spotaková y para cada checo que ama el deporte rey.
Y por si fuera poco, lo hizo modificando su habitual técnica de caer en forma de plancha tras soltar el implemento. No le hizo falta. A veces algunas cosas empujan más que el físico y la técnica.