TOKIO.― En esa larga competencia que empieza mucho antes de la ceremonia inaugural y no concluye nunca, la prensa acreditada a unos juegos multideportivos solo accede al podio de sus lectores si encuentra la historia detrás de los números, si es capaz de entender y explicar cada resultado, sea cual sea.
Pero los tiempos no son los mismos, y las historias ya no se escriben a una o a dos manos como antes. Son muchas, a veces decenas, cientos, las que hunden los dedos en el teclado imaginario del cual emergen los textos.
Así, la plata de Leuris Pupo no brillaría tanto como cuando uno lee el correo de un lector de Juventud Rebelde, y dice que lleva días tratando de explicarse ese segundo lugar: sin balas, sin la mejor tecnología, pasándose la mayor parte del tiempo disparando con los labios, puf, puf, puf, sin saber a ciencia cierta dónde van a caer sus disparos vacíos. Ese Leuris es más campeón que cualquier otro, afirma Juan Díaz en su mensaje.
Y Eduardo Miguel Morejón le añadió más oro al título de Fernando Dayán y Serguey Torres: mucho que entrenaban en el hotel Hanabanilla, y cualquiera diría que estaban en un hotel, pero no, son muy sacrificados, lejos de su familia durante largos períodos, levantándose desde las cuatro o las cinco de la mañana a remar en un embalse que para muchos es el más frío del país. Nunca podían disfrutar del show que dábamos por las noches. Ese oro es la recompensa a tanto sacrificio.
Sin embargo, hoy recibí un correo que inspiró estas líneas. Un joven (supongo, por algunos giros en su texto) me cuenta que su abuelita María aún lee periódicos a pesar de ciertos problemas con la visión y que nuestro diario es su preferido.
Ella le pidió que me escribiera lo siguiente: Periodista, Cuba solo puede sentir orgullo de sus deportistas. De todos, desde Mijaín hasta el que no ganó nada, ninguno sale a jugar para perder y solo uno es campeón. ¿Cuántos no pueden ir nunca a una Olimpiada? A veces escucho a los aficionados y hasta a colegas de usted olvidar ese detalle y juzgan con la frialdad de un tribunal a esos muchachos y muchachas como si fueran robots. Yo amo los deportes, y si hay cubanos ni el sueño me vence, aunque mi familia me pida que duerma. A todos les digo cuando los veo por el televisor: ¡arriba, mi campeón!, o ¡mi campeona!
Y yo pensando que tenía las mejores historias al alcance de unos metros…