El pinareño William Saavedra vuelve a brillar en postemporada. Autor: Juan Moreno Publicado: 21/09/2017 | 06:29 pm
Con los niveles de adrenalina disparados por el cierre de la semifinal entre matanceros y vueltabajeros, el duelo por el trono del béisbol cubano comenzará mañana en tierras avileñas, donde los Tigres pretenden iniciar con buen pie la defensa de su corona.
El tramo previo, de una forma u otra, diluyó los pronósticos más afincados. Por un lado, la novena de Ciego de Ávila confirmó su favoritismo, pero rompió el molde con una insospechada barrida sobre Industriales. Por el otro, Pinar del Río echó mano a su gen más bélico, y con un impresionante sprint deshizo adversas proyecciones, basadas en la alcurnia del staff de lanzadores yumurinos, la calidad de los refuerzos adquiridos y la sed por alzar un trofeo que tantas veces se le había escurrido entre los dedos.
El desenlace en el duelo entre felinos no fue más que el fiel reflejo del estado de dos equipos con desempeño bastante dispares. No era un secreto que la suerte de la tropa dirigida por Javier Méndez estaba directamente ligada a sus potencialidades ofensivas. Por eso, más que en la fragilidad de su pitcheo —que era evidente—, los motivos habrá que buscarlos en el cajón de bateo, donde los Leones se sintieron enjaulados.
Sus rivales, en cambio, les superaron en todos los órdenes del juego. Contundencia en ataque, fiabilidad monticular y exquisita mecánica defensiva fueron las armas para domesticar fieras. Aunque también, desde el puente de mando, se empujó a la suerte con un puñado de jugadas, sobre todo a la hora de correr las bases, que fueron bastante efectivas.
En combates más al este quedó demostrado el valor de los detalles —por pequeños que sean—, en medio del equilibrio. Y en ese saco cabe desde el lanzamiento escapado de Alexander Rodríguez en el quinto choque, el desafortunado tropezón dominical de Pozo, y luego el fly que inexplicablemente se le escurrió del guante a Eduardo Blanco, o el equivocado lanzamiento del diestro baracoense que Alarcón no perdonó.
Si algo faltó a los Cocodrilos fue la capacidad de rematar a un rival como Pinar del Río, que si algo le sobra es solera para encarar pulsos bajo presión. Algo así como una denominación de origen que no puede ser importada, que solo se adquiere con la experiencia vital y, al parecer, se transmite a través de las generaciones para dar fisonomía a una forma de jugar béisbol, a un estilo.
Está claro que el estacazo del enmascarado tunero clasifica como el momento más espectacular hasta el momento, pero afortunadamente hemos visto actuaciones que merecen, al menos, mención en estas líneas. Las faenas monticulares de Freddy Asiel, los aportes ofensivos de los holguineros Manduley y Paumier, la entrega incondicional del villaclareño Lázaro Ramírez a la causa pinareña, el esfuerzo descomunal del vueltabajero Yosvani Torres, la confirmación de Saavedra como inspiración de los suyos, el apego a la disciplina de Javier Méndez como timonel y el despliegue del jovencito avileño Luis Robert Moirán en su primera postemporada como titular, entre unas cuantas pinceladas más.
Llega otra vez la hora de los vaticinios, con dos equipos listos para romperlos. Dos historias que comenzaron a escribirse en pasado, y ambos con un incierto futuro.