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Una vuelta por el Clásico

José Mojica se ajustó la camiseta de campeón, un atuendo que se había enfundado en Topes de Collantes y que jamás cedió

Autor:

Norland Rosendo

Con un embalaje masivo concluyó el Clásico ciclístico Guantánamo-Pinar-La Habana. Como en 2015, José Mojica se ajustó la camiseta de campeón, un atuendo que se había enfundado en Topes de Collantes y que jamás cedió. Así se paseó por media Cuba, y par de veces rodó por calles de su pueblo natal, Guanajay, la última de ellas cuando ya se sabía el rey del giro.

El Clásico, así de corto, fue un largo periplo por el lomo de la Isla. Un viaje que se acercó a lo que antaño era la Vuelta a Cuba; la misma que los ciclistas y la afición anhelan, y que podría ser el mejor regalo de este deporte el año que viene.

Según cálculos, se necesitan 40 000 dólares para que vuelva la Vuelta. Ahora lo que hace falta es voluntad y pensamiento, porque vías hay para gestionar ese financiamiento.

Mientras se estudian variantes para  2017, pedaleemos un poco sobre la historia de este giro nacional que comenzó el 16 de febrero en Guantánamo y concluyó el pasado domingo frente a la sala polivalente Ramón Fonst.

Aunque en algunos territorios hubo baches como los vistos en varias de las carreteras transitadas, la organización de la competencia, de manera general, merece reconocimientos. Esta vez Guantánamo y Ciego de Ávila ganaron el sprint en la atención a los atletas. Cada vez el apoyo de los gobiernos provinciales es mayor y mejor, según la evaluación de Héctor Ruiz, director de la carrera y comisionado nacional de ciclismo.

Sin embargo, fue lamentable que el equipo de Mayabeque no contara con un vehículo apropiado para este tipo de giro. El camión-guagua que les asignaron no pudo cumplir las funciones que debía, lo que se reflejó en el pobre desempeño de sus corredores.

Loable resultó que el Clásico llegara hasta Pinar del Río, y que se rescataran etapas que privilegiaron la Vuelta a Cuba; sin embargo, considero que la doble etapa de la octava fecha debe ser replanteada. O bien después del circuito en el Prado cienfueguero se sigue para Santa Clara, o se busca otra variante que no sea tan agotadora, sobre todo después de que el día anterior los ciclistas suben hasta Topes de Collantes.

También pudiera valorarse la posibilidad de recortar la última etapa, pues cuando sucede como esta vez, que el campeón estaba decidido ya, se vuelve lenta y monótona.

La llegada de los corredores a la meta es una oportunidad exclusiva para que se fundan deporte y arte. Talento hay en las provincias, solo se requiere pensar cómo hacer de ese momento un auténtico espectáculo que ruede sobre pistas de autenticidad y cubanía.

El ciclismo es muy costoso. Eso no impidió que algunos atletas se las ingeniaran para asistir. El pinareño Yon Rodríguez es un inventor que merece aplausos. Él se fabricó, a partir de notables modificaciones, sus propias llantas, el timón y un casco aerodinámico para la contrarreloj.

Este es un ejemplo que refuerza la idea de que si los atletas son capaces de crear sus propios medios para competir en el Clásico, no se deben justificar descuidos en las atenciones, ni la ausencia en algunos lugares de la alimentación requerida para una prueba tan desgastante.

Ha concluido un Clásico que quedará, otra vez, en la memoria colectiva de la nación. El esfuerzo y la osadía valieron la pena. Se respiró todo el tiempo el espíritu de la Vuelta a Cuba. ¿Será que volverá el año que viene?

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