Marlies Mejías fue escogida entre las diez deportistas del año en Cuba. Autor: Ricardo López Hevia Publicado: 21/09/2017 | 05:58 pm
El destino está escrito. Unos dicen que no, otros que sí. Pero algo tiene que existir, sino cómo explicar que una muchacha a la que no le interesaba el deporte (y aún hoy le gusta poco) sea la segunda del ranking mundial en el omnium, una de las pruebas más exigentes del ciclismo.
Cualquiera podría pensar que ella desde chiquita «vivía y moría» encima de las bicicletas, tirándose por cuanta loma existía, allá en su natal Santiago de Cuba o en su tierra adoptiva de Güira de Melena (Artemisa). O que fue ella quien acudió a un área de entrenamiento de ese deporte para que la captaran. Sin embargo, la historia de Marlies Mejías no empezó así.
«Un día pasaron por mi escuela y preguntaron quiénes querían apuntarse en ciclismo. Yo, por embullo, me inscribí. Cosas de adolescente, tenía 13 años y hacía poco que mi mamá se había mudado para Güira. Estuve después tres meses en la EIDE y me enviaron para el centro nacional Reinaldo Paseiro, de La Habana», cuenta la joven de 21 años.
—¿Fue una carrera meteórica?
—Es que yo cuando hago algo me gusta que salga bien, si me metí a ciclista, pues quería resultados.
—Has sido medallista en ruta y en pista, ¿qué prefieres?
—Las dos. Pero la pista me encanta, es más exigente. La ruta es más agotadora.
—¿Y por qué te has especializado en el omnium, con lo difícil que es?
—Ahh, esa es otra historia. Yo llegué al omnium por casualidad. Cuando era juvenil me llevaron a un campeonato panamericano de mayores, y las atletas experimentadas no querían participar en esa especialidad. Entonces, me dijeron: «te toca a ti». Y yo, muy dispuesta, acepté. Obtuve el cuarto lugar y a partir de ese día me adueñé de esta modalidad (incluye seis pruebas y se efectúa durante varios días).
—Pero en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz, te excediste. Primero ganaste cuatro de oro en la pista y casi sin descanso fuiste la reina de la ruta…
—(Ella se ríe, y con un pedalazo de humildad esquiva los elogios) Sí, fue una competencia muy exitosa para mí. Había entrenado fuerte y estaba bien psicológicamente. Así logré el oro en la persecución individual y por equipos, en la velocidad por equipos con Lisandra Guerra y en el omnium. Y para rematar, gané la ruta, que era un sueño mío desde hace mucho tiempo.
—Las principales rivales en la ruta eran tus mismas compañeras, incluida Arlenis Sierra, la campeona de los Juegos Panamericanos de Guadalajara.
—Arlenis es muy buena, nosotras casi no coincidimos en las competencias porque como yo soy de pista, apenas tengo tiempo para correr en la carretera. Pero esta vez yo estaba de suerte, a pesar de la lesión, pude participar y me tocó el título.
—¡A pesar de la lesión!, ¿cómo es eso?
—(Y vuelve a sonreír, agacha la cabeza, sabe que lo que va a decir la engrandece como atleta). El primer día de competencias me lesioné en un muslo. Me pusieron una venda y así estuve todo el tiempo en los Juegos. Llegaba a la meta feliz, pero con dolor.
—Lo disimulabas muy bien.
—Es que la alegría por las medallas era más grande. La afición que iba al velódromo de Xalapa y los cubanos que me veían por la televisión merecían una sonrisa.
—¿Aspirabas a tantas preseas de oro en esa cita?
—Realmente el pronóstico era de tres.
—Quizá haya sido el incentivo de la plata que obtuviste en la primera parada de la Copa del Mundo, unos días antes en Guadalajara.
—A lo mejor, ese segundo lugar fue un resultado que me energizó. Me había preparado fuerte y en la prueba estaban campeonas mundiales y olímpicas. Fue una competencia durísima.
—¿Y qué pasó en la segunda parada de la Copa del Mundo, efectuada en diciembre en Londres?
—Había competido tres veces en un mes en el omnium, eso es demasiado. Además, el viaje fue complejo para allá, nos demoramos para llegar al hotel, casi no pudimos descansar. Lo importante era lograr puntos para la clasificación para el Campeonato Mundial de febrero próximo y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, y lo logramos.
—Ahora en enero es la tercera parada...
—Va a ser en Cali, Colombia, ahí no hay altura, es un viaje corto y no he descuidado el entrenamiento en los días finales del año, porque quiero estar entre las cinco primeras.
—Después viene el Mundial, ¿podemos esperar una sorpresa tuya?
—Soy muy joven aún, pero voy por mi medalla. Mi entrenador, Leonel Álvarez, me dijo que lo importante no era llegar, sino mantenerse en la élite, y quiero seguir subiendo hasta conquistar una presea olímpica, igual que una de las dos atletas cubanas que me sirven de guía, Yoanka González. La otra que tengo como modelo es Yumari González.
—Antes de Río de Janeiro, están los Juegos Panamericanos de Toronto en el verano de 2015. ¿Ya tienes previsto en qué piensas competir allí?
—Hasta ahora la idea es que corra en las mismas pruebas de los Centroamericanos, incluida la ruta.
—¿Cuáles deben ser tus principales rivales allí?
—En nuestro continente uno no puede descuidarse de ninguna corredora. Aunque las mejores son estadounidenses, canadienses, venezolanas y colombianas.
—Marlies, yo quisiera saber por qué tanta diferencia en los resultados entre las ciclistas y los ciclistas en Cuba.
—Si no fuera por ellos nosotras no tuviéramos este nivel. Dada la situación económica del país, los varones no pueden salir tanto a certámenes en el extranjero y las pocas veces que lo hacen no les basta para superarse como quisieran.
«Aquí en Cuba, sin embargo, entrenamos juntos, competimos juntos, y eso para nosotras es vital, nos exigen mucho. Las glorias de las mujeres se deben, en gran medida, al trabajo conjunto con los hombres».
—Este es un deporte costoso. Imagino que les sea difícil acceder a las mejores bicicletas.
—Ese es un asunto complejo. Las bicicletas buenas cuestan entre 3 000 y 6 000 dólares, y cada atleta necesita por lo menos dos, una para pista y otra para ruta. Es mucho dinero.
«Ahora mismo la UCI (Unión Ciclística Internacional) nos hizo un donativo de materiales. Yo tengo un amigo noruego que me compra las bicicletas. Gracias a él, que es como un padrino para mí, puedo montar en un equipo moderno».
—Y el velódromo Reinado Paseiro tampoco está en buenas condiciones.
—Eso también conspira contra los atletas. Parece más una pista de moto que de ciclismo, pero es el que tenemos y donde entrenamos al máximo.
—Es verdad que no te gusta el deporte, que no ves ni las competencias de tu especialidad.
—(Otra vez suelta la carcajada). Es cierto. A mí el deporte me gusta para practicarlo, no para verlo.
—¿Y los videos de tus actuaciones?
—Esos los observo, pero para analizar qué hice bien y qué mal.
—Entonces, si no hubieras sido deportista, ¿qué serías?
Se queda pensando. Es delgada, estilizada, supongo que sin la ropa deportiva sería difícil identificarla con el ciclismo.
—¿Hubieras sido bailarina?
—¿Bailarina, yo? Ahora la risa es más grande, como si le hubiera hecho un chiste de Pánfilo. No, me hubiera gustado ser maestra. Sí, eso, dar clases.
—Eso quiere decir que, cuando te retires, serás entrenadora.
—Sí, me parece que a eso me podría dedicar en el futuro. Pero debo estudiar mucho. Ahora voy a prepararme para hacer las pruebas de ingreso a la Universidad.
—¿Y nunca te pones brava?
—Si tú supieras, cuando me molesto me trago la risa y ahí la cosa se pone fea. Sin embargo, trato a los demás con cortesía, con educación. Para mí es una prioridad, como persona y como deportista, ser agradable.