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Pronostican que Cuba estará en la final del II Clásico Mundial de béisbol

Autor:

Raúl Arce

El destacado pelotero italiano Ruggero Bagialemani, reconoce la preparación de la selección antillana y cuenta sobre la entrada de ese deporte a su país Es noviembre de 2008, y en los linderos del Estadio Panamericano, de La Habana del Este, se organiza un partido informal de softbol.

Uno de los equipos escoge al «fulano aquel» (italiano, por más señas) y sus rivales, después de fastidiarlo con que «ustedes lo que juegan es al fútbol», y «con 45 años ya estás viejo», se asombran al verlo batear de 5-4, y al apreciar como realiza varios buenos fildeos en el campo corto.

La curiosidad les lleva, entonces, a conocer más íntimamente a Ruggero Bagialemani, un hombre que jugó numerosas veces ante el público cubano y militó casi 20 años en la selección nacional de su país.

Ruggero habla del Clásico

«Es verdad que Cuba tomó un poco por sorpresa a sus oponentes, durante el I Clásico, pero aquí tienen calidad como para llegar nuevamente a la final de 2009», opina Ruggero.

Él cree que «El Clásico es el verdadero Campeonato Mundial, y no la Serie que juegan los norteamericanos. Es una lástima que no existía en mi época; ver a los mejores del planeta es una emoción extraordinaria».

Dice que no concuerda con los métodos de la Federación Italiana. «No es suficiente tener un apellido nativo, si no conoce el país ni habla su idioma. Sin embargo, jugaron con nuestro uniforme en el I Clásico, porque el dinero de por medio hizo acudir a los que viven en Estados Unidos. El equipo de Italia en el Clásico fue más bien la selección B de los americanos. Los verdaderos italianos estaban en el banco».

Desde niño en el terreno

Ruggero Bagialemani. Foto: Roberto Meriño Ruggero nació en Roma, pero su infancia transcurrió en Neptuno, a 60 kilómetros de la capital, el 2 de febrero de 1963.

«El béisbol es el primer deporte de la Cuba chiquita, como le llaman a Neptuno: es porque tenemos Malecón, playa, pelota y bellas mujeres», dice malicioso.

Los norteamericanos llevaron este deporte, en 1944, cuando desembarcaron en medio de la II Guerra Mundial, el 22 de enero, con el objetivo de expulsar a los fascistas. El hecho es conocido como el desembarco de Anzio, pero en realidad ocurrió en Neptuno.

«Allí establecieron una base, y mi papá —como de 14 años— merodeaba los alrededores, donde veía a aquellos militares golpear una pelota con un madero. Al final de la guerra, los americanos, contrataron a obreros italianos para que construyeran un cementerio en el cual sepultar sus bajas. Desde Sicilia hasta Roma, los extranjeros muertos en combate —varios miles— están en el cementerio de Neptuno».

Se dice que, cuando los obreros se detenían a descansar, les pedían a las tropas probar su suerte con los bates, y allí surgió la semilla que extendió al béisbol por Italia. Entonces, entre 1946 y 1949 se jugó más bien softbol, y en 1950 Neptuno participó en la I Liga Italiana y ganó el trofeo.

«Nuestro club copó muchos títulos, 17 de 60, somos como los Industriales de Cuba. Además, con nuestro equipo hemos ganado la Copa de Europa, este mismo año lo hicimos. Ya pasaron varias generaciones después de la Guerra, la mía es la cuarta, la de los años 80 y 90».

Con cinco años de edad, Ruggero jugaba pelota en la playa; a los 15 estaba en la I Liga, en 1978. A los 17 era regular, y a los 18 fue al Mundial Juvenil de Ohio, EE.UU. (1981), cuando ganó Corea del Sur. Un año después asistió al Mundial de Corea del Sur, que lo ganó también Corea, pero en ninguna de esas ocasiones participaron los cubanos.

Fueron 22 años de entrega, hasta 1999, solo con la camiseta de Neptuno, con la camiseta de la escuadra nacional de Italia, y «me hubiera gustado jugar además con el nombre de Cuba, que es mi segunda Patria».

En el Latino

En 1981 vino a jugar con los juveniles en el Latinoamericano, y hubo bastante público, «sobre todo por curiosidad. Vargas, Verde, Padilla, Javier estaban frente a nosotros, perdimos 5-3 y es un recuerdo inolvidable. Alineé con Bianchi como receptor, Cecarrolli en la lomita, y yo entonces como antesalista, donde logré varias buenas jugadas».

Ruggero vivió del 81 al 84 en Cuba, donde pasaba seis meses en el invierno, y regresaba después al campeonato italiano. «Aunque entrenaba fundamentalmente con Industriales, en 1983 le dimos la vuelta a toda la Isla».

Recibió consejos de Daniel Ménendez Miñoso, de Rodolfo Puente, «y tuve la suerte de entrenarme con esa combinación maravillosa de Germán y Padilla. Hay formidables preparadores que te dicen qué hacer, pero si además lo hacen ellos mismos, la clase es entonces magistral».

Estaban aquí los 40 mejores juveniles de Italia, con el objetivo de prepararse y ganar el Torneo Europeo de 1983 en Grossetto, y con el mismo el único boleto del continente para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles ’84. Así ocurrió, y con 20 años nuestro entrevistado fue parte del conjunto de Italia que alcanzó el quinto lugar olímpico.

«En Barcelona ’87 nos ganó Holanda y no pudimos asistir a los Juegos Olímpicos de Seúl ‘88. Volvimos cuando Atlanta, y a partir de 1996 se dieron dos boletos a Europa, así que acudí a tres Juegos».

Más de 70 veces ha venido a Cuba este hombre, que en los campeonatos italianos fue 10 veces guante de oro en el campo corto, y cuatro en tercera.

Es el director del equipo Neptuno desde 2002 y concluye este año su contrato. Discutió las finales de 2007 y 2008 y perdió en ambas el séptimo juego, con Grosetto y San Marino respectivamente, aunque a este último le ganó la final de la Copa Europea.

«Nosotros tenemos una Esquina Caliente, como en el Parque Central. El domingo no se juega, y no puedo ir a la playa, porque gane o pierda los fanáticos son calientes como aquí y te abordan. Este año hubo un récord, 10 000 personas para el séptimo partido».

Desde los seis años, en 1969, está metido en los terrenos, y tal vez se tome 2009 como descanso. «Yo era cargabates y recuerdo a Pasarotto, Rinaldi, Luciani, a gente de mi ciudad como Faraone, Mónaco, Laurenzi, y soñaba ser como ellos».

—¿A cuál lanzador cubano le bateaste mejor? ¿Cuál te dominó en toda la línea?

«Sería irrespetuoso decir que le bateaba bien a alguno, si acaso le pegué dos hits en una noche. Yo te puedo dar esos criterios acerca de los serpentineros italianos, a los que me enfrenté en decenas o centenares de ocasiones. En cambio, la imagen más deslumbrante me resulta la de Braudilio Vinent, al que enfrenté con 20 años cuando él ya era una estrella».

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