Caracas es una ciudad de contrastes. Foto: Calixto N. Llanes
CARACAS, Venezuela.— Caracas es un óleo gigante, que respira, contamina, sueña... los contrastes entre la modernización y los cerros que la abrazan nunca se olvidan y dan la medida de que está viva.De viaje del estado de Vargas hacia la urbe, atravesamos tres túneles. Cuando sales del último, te deslumbran los edificios que buscan el cielo y se quieren emparejar en estatura con los cerros. Estamos en un hueco, vigilados por el Pico Ávila.
Si uno la mira desde la perspectiva de un habitante del interior de Cuba, en nada se parece a La Habana. Aquí el mundo se mueve más rápido. ¡Y mira que en La Habana se vive de prisa!
Y vemos lo que sabíamos, jóvenes en los semáforos, soplando llamas por la boca o pintando gracias de todo tipo, como malabares, para en ese breve tiempo del cambio de luz, alguien dadivoso les regale algunos bolívares, o cualquier cosa.
Debajo de los puentes, o en rincones de la ciudad, frente a los caraqueños que andan apurados, vemos gente que la Misión Negra Hipólita censa y rescata de la mendicidad.
Libertad con igualdad y justicia social, solo es posible con el socialismo, escuchamos decir por la televisión al Presidente Hugo Chávez Frías. Y de eso trata el esfuerzo que la Revolución Bolivariana intensifica para desterrar las exclusiones.
Me llama la atención lo bien que funcionan los servicios en esta capital. Abundan los zapateros remendones (aquí también se rompen los zapatos), los reparadores de relojes y espejuelos, de sombrillas y maletas, infinidad de poncheras para las cámaras de autos y motos, pequeños talleres...
Muchas casas e instituciones usan rejas en sus ventanas y puertas. Las cercas o muros perimetrales, con alambradas de púas en la parte superior, y otras con circuitos eléctricos, tienen letreros que advierten de alto voltaje o peligro.
Nos fijamos que las matrículas de los autos, de la mayoría del transporte, que se cuenta por cientos de miles, son de color blanco con letras oscuras como las de los autos de protocolo cubanos, mientras que las amarillas pertenecen a los taxis, como las particulares del archipiélago.
Los barrenderos usan chalecos fosforescentes, parecidos a los que emplea nuestra policía de tránsito.
Las avenidas son amplias y las aplastan los neumáticos. Los anuncios de la Copa América de Fútbol; el concierto de Cheo Feliciano, en el Teatro Teresa Carreño, o el de Luis Miguel, el 26 de mayo, en el Estadio de béisbol, se roban el show publicitario por estos días.
Enormes vallas encima de los edificios representan la cultura del consumismo. Pero entre tanto marketing ya se «fajan» las del Proyecto Bolivariano: Venezuela ahora es de todos.