Antonio Jiménez Casa de Valle tuvo dos grandes sueños en su vida: en el más brillante de estos se veía siempre como ingeniero de una gigantesca industria, responsabilizado con el buen funcionamiento de las máquinas y eternamente preocupado por la producción. Su otro sueño perpetuo era convertirse en pelotero y jugar con el Almendares. En su fantasía, Ñico se imaginaba, con una persistencia alucinante, llegando a home, mientras en sus piernas traía la carrera decisiva.
Ya han pasado más de 40 años desde que Antonio Jiménez recibió, por primera vez, la visita de estos dos sueños. Y el primero se ha ido diluyendo con el tiempo, pero el hombre que un día, siendo muy niño, abrazó en silencio la ilusión de ser ingeniero, lamentaba todavía que el destino le impidiera materializar aquella ficción entonces inalcanzable. El otro anhelo, andando el tiempo, se convirtió en la realidad cotidiana del pelotero que aún es recordado como Ñico Jiménez, el número 23 de los Industriales insuperables, el centerfield más elegante de Cuba y el mejor estafador de bases que ha pasado por nuestras Series Nacionales.
—Ñico, ¿cuándo tuviste tu primer traje de pelotero?
—Lo primero que tuve fue un par de spikes que la vieja mía, Teodora, me consiguió en la casa donde estaba empleada. Luego vino el traje, cuando tenía como 14 años, y se formó el Deportivo Trujillo. El equipo fue idea de un primo mío, Tomás Santa Cruz, y con la colecta que hicimos por los comercios de Güines, conseguimos el dinero para hacernos unos trajes de sacos de harina. Qué bien nos veíamos con esos uniformes. Bueno, a partir de ahí fue que yo empecé a creer que mi sueño de ser pelotero podía hacerse realidad.
—¿Cómo llegaste a las Series Nacionales?
—En el año 61, cuando se creó el INDER, yo estaba en el equipo de la Textilera y de ahí pasé a un team que se formó con peloteros de San José, San Nicolás, Melena y Santa Cruz, y que se llamaba Noelio Capote. Ahí volví a jugar el short y me seleccionaron para el equipo Industriales que participó en la primera regional Occidental. El campeón de esa liga fue el equipo Habana y con los perdedores se formó el Occidentales, que resultó el primer campeón nacional. Y aunque fui a ese equipo como short stop, había otros mejores que yo y por eso pasé a jugar los fields. Y ya nunca regresé al cuadro.
Muchos años después, cuando ya veterano de 13 Series Nacionales decidió dejar el béisbol, Antonio Jiménez exhibía un impresionante récord de 297 bases robadas en 397 intentos (para un 72 por ciento de efectividad) y la escuálida cifra de menos de cien errores cometidos en su agitada carrera de centerfield regular. Decía adiós, entonces, el más seguro de los seguros.
—¿Cuál es el secreto de un robador de bases?
—Robar es una de las jugadas más difíciles del béisbol, porque si no lo haces todo bien, siempre tienes las de perder. Para robar hay que tener en cuenta muchas cosas. Lo primero son las condiciones del bateador y el conteo que tiene. El robador debe estudiar bien estos dos aspectos, pues de ello depende conocer el tipo de lanzamiento con que se irá al robo. Lo segundo es cogerle el tiempo al pitcher. A ningún catcher bueno es posible robarle una base. Hay que robársela al pitcher, y solo cogiéndole el tiempo justo puedes llegar quieto a la base. Y lo tercero es el deslizamiento. Uno nunca puede mirar la pelota, pero al acercarte a la base tienes que mirar bien al jugador que va a cubrir, pues él te dice por dónde viene el tiro y, lógicamente, por dónde debes regarte para alejarte de la pelota. Pero, con todo eso, robarse una base sigue siendo algo dificilísimo.
—¿Cuáles eran tus preocupaciones como pelotero?
—Ante todo, cuando yo llegaba al estadio, trataba de olvidarme por tres o cuatro horas de todos los problemas que tenía —en esa época eran muchos—. Entonces me metía en mi juego. Yo fui primer bate y mi responsabilidad era embasarme. Por eso desde que salía al cajón estudiaba cómo hacerlo. Me vi obligado a tocar poco, pues fui bateador del right field y las terceras me jugaban corto. Entonces me especialicé en dirigir la bola y en machucarla. Bueno, si llegaba a primera, mi interés era no parar hasta home. Y, no creas, anoté muchas carreras.
—¿Te acuerdas especialmente de alguna?
—Sí, una que anoté en los Panamericanos de Puerto Rico en el 66. Yo estaba disgustado porque no me sacaban a jugar, pero estaba muy atento al partido, porque México nos ganaba dos por cero y si perdíamos, teníamos que jugar un play-off con Puerto Rico. Entonces, como en el séptimo, Cuevas dio jonrón, y nos pusimos a una, y en el noveno Lazo abrió con hit y me mandaron a correr por él. Vino Tony González al bate y se embasó tratando de sacrificarse. Luego Urbano roleteó por segunda y Tony y yo adelantamos. Yo estaba en tercera cuando Chávez dio un fly corto a los fields y salí en pisa y corre. Creo que nunca en mi vida había corrido tanto. Y así se empató el juego.
—Ñico, si tuvieras 15 años ¿volverías a jugar pelota?
—Si tuviera 15 años ahora estudiaría Ingeniería, cualquier ingeniería, porque me gustan todas. Y en los ratos libres, entonces jugaría pelota. Si yo tuviera 15 años...
(Fragmentos de la entrevista publicada en el libro El alma en el terreno, de los periodistas Leonardo Padura y Raúl Arce)