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El último bohemio

Ramón Guerra Pérez fue un periodista que en la década de los 70 y los 80, del pasado siglo, que publicaba múltiples artículos de marcado corte costumbrista bajo el seudónimo de Mongo P., por muchos años, hizo las delicias de nuestro periodismo con un estilo propio, muy cubano y popular

Autor:

JAPE

Así fue nombrado, en certificado honorífico firmado por el historiador de la ciudad, Eusebio Leal Spengler, el invitado especial de hoy, ratificando de esta manera, la innegable condición de nuestro inolvidable Mongo P.

Muchas veces me pregunté cómo se llamaba realmente ese hombre, que firmaba con dicho seudónimo en la prensa cubana, particularmente en la revista Bohemia. Era curiosidad de lector juvenil, que pasado los años satisfice con inmenso placer, pues de alguna manera estuvo ligado a mi forma de asumir la vida, mi trabajo en dedeté, y mi visión del buen humor cubano.

Ramón Guerra Pérez fue un periodista que en la década de los 70 y los 80, del pasado siglo, que publicaba múltiples artículos de marcado corte costumbrista bajo el seudónimo de Mongo P. El genial ilustrador y caricaturista José Luis Posada fue quien así lo bautizó en 1965, y desde entonces, y por muchos años, hizo las delicias de nuestro periodismo con un estilo propio, muy cubano y popular.

Estamos hablando de otro de los grandes de nuestra cultura, nacido en San Antonio de los Baños, innegable cuna de humoristas. En este ariguanabense pueblito, Mongo P. vio la luz el 27 de octubre de 1919. Trabajó en una fábrica de muebles y en un laboratorio de farmacia, entre otras labores. Escribía desde los 14 años, pero según declaró en varias oportunidades, se consideraba periodista profesional solo a partir de 1983.

Estuvo entre los fundadores de la conocida Bodeguita del Medio y otros lugares frecuentados por la intelectualidad cubana de entonces y muy vinculado con personajes famosos, como el escritor norteamericano Ernest Hemingway y los cubanos Nicolás Guillén, Bola de Nieve, Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Víctor Manuel, Carlos Puebla y Ñico Saquito.

Declarado Primer Hijo Ilustre de Bauta, por residir por muchos años en la playa Baracoa, Mongo P. publicó varios libros, con títulos como: San Antonio en mí, La Habana de Mongo P., Costumbrismos cubanos y Nicolás Guillén en la Bodeguita del Medio.

Se cumple aquí el conocido refrán, «de casta le viene al galgo», ya que sus padres fueron periodistas y Ramón Guerra Pérez no fue menos, pues la popular firma y voz de este «juglar» de la prensa, apareció en la revista Mar y Pesca, en los suplementos de humor gráfico El Sable y dedeté, del periódico Juventud Rebelde, en Radio Progreso y en Radio Taíno. En la revista Bohemia, en la sección Brochazos, quedó su más imperecedera huella.

En entrevista ofrecida a Alfonso Paz Andrade, dijo: «Para hacer costumbrismo solo tengo que basarme en la vida misma. He escrito sobre la guagua, los zapatos nuevos, el piropo, el beso, el Malecón, los relojes, siempre bajo mi punto de vista y manera de ver las cosas. Yo escribo en clave de humor y cortés ironía, pero el costumbrismo también se ha tratado desde lo serio, lo han hecho grandes figuras como Mariano José de Larra y Cirilo Villaverde».

Los cometas 

Cuando, queriendo satisfacer la curiosidad de tía Lucrecia, le dijimos que un cometa no era más que una acumulación de gases, nos dijo de «atrevidos» para arriba, una docena de adjetivos.

A los 80 años es difícil hacerle comprender que existen otras «acumulaciones de gases» que no son precisamente las que ella nos curaba cuando niños con cocimientos de anís estrellado o enemas de agua con sal…

Tratar de darle explicaciones científicas sobre órbitas elípticas, parabólicas o hiperbólicas a una persona que no llegó a ingresar nunca en pre-primario y con una total sordera senil, resulta tan inoperante como colocar un afiche del carnaval frente a una funeraria.

En consecuencia, por esa «onda» no nos puede salir un trabajo costumbrista.

Además, los cometas son tema difícil para el costumbrismo, por cuanto nos «acostumbran» a dar vueltecitas a menudo por estos contornos para dejarse observar. Y la única «costumbre» (muy mala para el catarro, por cierto) es la de aparecer en altas horas, como «el pájaro lindo de la madrugá»…

Empero, como el costumbrismo es una forma de expresión adaptable, nos proyectamos a la más fácil postura de indagar con ella, tan nutrida en almanaques, las experiencias del fenómeno llamado Halley, aparecido a principios de siglo.

En un momento de lucidez, rememorando aquellos días de 1910, cuando el cometa «amenazaba con destruir nuestro planeta», nos habló incluso de los suicidios de mucha gente que tenía miedo morirse.

Entre los augurios que más terror causaron entonces —nos dice— estaba el que anunciaba que toda mujer que observara fijamente el rabo del cometa quedaría estéril de por vida. Jamás podría tener hijos…

Pues bien; nuestra tía, según ella misma confiesa, movida por la innata curiosidad femenina, salió al patio de la casa y se recreó mirando la cola lumínica de Halley, desafiando los tétricos presagios.

—Pero en usted no surtieron efecto los augurios metafísicos, ¿verdad, tía? Después de aquellos usted dio a luz siete fornidos muchachos…

—¿Cuántos maridos borrachos, «relambío»? Eres muy «salío del plato» y muy falto de respeto —ripostó indignadísima—. ¡¡A mí el único hombre que me ha visto en refajo es el difunto Perico…!!

(Con una sonrisa compasiva optamos por dejarla en paz y desistir de la idea de un artículo costumbrista sobre los cometas…)

MONGO P. / dedeté 1979

 

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