Alex Brendemühl. Autor: Caterina Barjau Publicado: 04/11/2023 | 08:59 pm
Alex Brendemühl (Barcelona, 1972) nos ha mostrado ya muchos rostros como para saber que es un gran artista. Su Enrique VIII en la serie española Carlos, Rey Emperador (2015) demostró un sadismo estremecedor, casi a tono con la locura desquiciada de su interpretación como el inquisidor en Akelarre (2020).
También conmovieron sus traumas provocados por la figura de Jaume, el padre abusivo, egocéntrico e inflexible, en Petra (2018). Lo hemos visto transitar por emociones y formatos muy distintos, aunque tal vez su apellido alemán nos suene extraño al principio.
Con 50 años, tres décadas de carrera y más de cien producciones que abarcan idiomas diferentes, podría decirse que Alex Brendemühl no tiene límites, porque las limitaciones existen, por supuesto, solo que el éxito está en saber sortearlas y hacer un buen papel ante las cámaras, transmitir, ser creíble y emocionar al espectador, y eso Alex lo consigue con probado éxito.
Pero más allá de lucirse en el papel que pueda asumir, da gusto ver a este intérprete español, de ascendencia y marcados rasgos alemanes, cuando engrosa elencos de primer nivel junto a figuras como Bárbara Lennie, Paco León, Marion Cotillard, Diego Peretti, entre otros tantos.
Uno de sus más recientes trabajos ha sido Historias para no contar (2022), bajo la dirección de su coterráneo Cesc Gay, una película que trajo a ambos a inicios de octubre a nuestro país como parte de la Muestra de Cine Español en La Habana.
Por esos días, JR tuvo la oportunidad de conversar con el actor que da vida a un hombre cándido que no pierde las ansias de amar, en una historia que desmonta prejuicios sobre la sexualidad.
Alex ya había trabajado antes con Cesc Gay —En la ciudad (2003)—, por lo que lograr lo que quería el director con esta comedia de situaciones fue un disfrute estimulante para el actor. «Es el personaje más patético de la película. Me lo pasé muy bien porque tiene un enigma, tiene tristeza, soledad, humildad, muchos colores con los que se podían jugar y te permitía reaccionar.
«A veces hay personajes activos que llevan la trama y personajes que reciben estímulos e indicaciones a través de los acontecimientos, y me gusta eso. Mis personajes en general están cargados de secretos, de mentiras, de miserias inconfesables que se van complicando y les generan conflictos porque son incapaces de aceptarse como son y verbalizarlo», comenta el actor, cuya curiosidad por venir a Cuba le invade desde hace años.
Alex asegura sentirse en un buen momento creativo. Participa en dos películas que están a punto de estrenarse y está preparando un guion de su autoría para el que busca financiación, lo que supondría su primera película como director, guionista y protagonista, aunque ya tiene una trilogía de cortometrajes de su propia cosecha —Rumbo a peor (2009), Rifirrafe (2012) y Raretonga (2019)—.
Es un apasionado del teatro, pero el cine le roba más tiempo y alterna varias producciones al año entre España, Francia y Alemania, así como algunas propuestas en Latinoamérica: es un actor todoterreno.
—¿Cómo construyes tus personajes, tan diferentes entre sí, y cómo canalizas esas diferencias en tu interpretación?
—Trabajo mucho por intuición. Es muy importante leer en profundidad los guiones. Soy un lector lento, voy cocinando los personajes, van haciendo mella en mi subconsciente y dejo que se manifiesten. El trabajo de la interpretación es desposeerte de ti mismo, de tus atributos, y ejercer un poco de médium para que los personajes pasen a través de ti, sean, existan y se construyan, se hagan.
«Me gusta cuando puedes, a través de los personajes, comunicar un mensaje también de crítica hacia ciertos problemas, acontecimientos históricos o asuntos sociales que creo que son interesantes. Cada película es un enfoque diferente, pero la clave está en disfrutar el proceso».
—Aunque tu capacidad interpretativa se demuestra diversa, por lo general te vemos asumiendo personajes obsesivos. ¿Te has sentido encasillado por el mercado o los creadores?
—Tal vez sí me han encasillado un poco. La industria te intenta llevar hacia su terreno y tú intentas llevar a la industria hacia el tuyo. Por ejemplo, un personaje sobre el papel es un sádico o un perverso, entonces debo tratar de enfocarlo desde el tipo normal que sencillamente comete atrocidades. Eso es lo que sorprende, eso es lo que puede suscitar interés: la banalidad del mal, un tipo que ejerce o ejecuta acciones malévolas sin parecerlo o sin él juzgarlas como tal.
«Eso también luego requiere un ejercicio de demostrar que puedes asumir diferentes colores, y creo que en nuestra profesión lo que nos gusta es diseñar, redescubrir y aprender cosas cada día de nosotros mismos, de la condición humana y de nuestra profesión. Y eso también es complicado porque la industria, los productores, la crítica, los directores necesitan encasillarte, ponerte una etiqueta para entender qué eres tú, cómo trabajas y qué simbolizas.
«Es un trabajo también romperlo, porque al final sobre el papel soy un actor hispano-alemán de Barcelona que está especializado en una serie de personajes, entonces tú tienes que ser capaz de romper esa expectativa y sorprender. A mí me gusta hacer de todo: películas, obras de teatro, de época, comedias, dramas, tragedias, personajes grandes, pequeños… Hay que estar dispuesto también a redescubrirse».
—Si de redescubrimientos se trata… ¿Cómo un estudiante de filología árabe y periodismo termina transitando el camino de la interpretación?
—La interpretación siempre me ha acompañado y ha sido un sueño desde la infancia, desde que me echaran de la clase porque imitaba al profesor y hacía el burro y me costaba concentrarme porque tenía ganas de transgredir, divertirme y divertir a los demás; era algo que estaba en mi naturaleza. Luego quise aprender otras cosas, culturizarme, y creo que todo lo que adquieras de conocimiento a cualquier nivel te aporta mucho como actor y creador.
«El bagaje que yo he aprendido estudiando filología sobre teoría literaria, sobre lingüística, comunicación, son cosas que me han llegado desde ese lugar. Creo que también forma parte del camino el errar, el perderse, el descubrir, el no aceptar para ver qué es lo que quieres hacer y lo que a ti te llena».
—Cuando ganaste el premio Gaudí 2023, de la Academia de Cine Catalán, al mejor actor secundario por tu interpretación en Historias para no contar, reivindicabas el papel de la comedia como «un género necesario». ¿Qué importancia le atribuyes a esta historia que protagonizas en el desmontaje de los prejuicios sociales?
La filmografía de este actor español supera la centena y varias de sus películas han sido disfrutadas en los cines cubanos.
—La elegancia en el humor es difícil de conseguir. Cuando te encuentras con directores como Cesc Gay, que te ofrecen ese tipo de humor, a mí me llena mucho y me satisface: es un humor sutil que llega desde el silencio, de la desesperación, de la fragilidad del personaje, de la soledad, de la inseguridad. Esas son cualidades, cualidades emocionales que a mí me interesa mucho explorar; ese personaje que está perdido, que lo han dejado tirado, esos fracasados, la comedia nace del personaje que fracasa, que lo ha perdido todo y de repente pasan cosas.
«Me gusta mucho mi historia dentro de la película —son cinco historias diferentes— porque es un mensaje de tolerancia, aceptación y pérdida de prejuicios que tenemos hacia las personas, hacia cómo son. Mis compañeros en esta historia reflejan unas ideas prestablecidas de lo que tiene que ser y de lo que se puede esperar de las personas y de repente el amor no conoce fronteras, no se sabe de dónde nace y cada uno tiene derecho a gozar del amor y el sexo, como quiera, a su manera y con todas las complejidades que tiene. Entonces, creo que aquí hay varias historias que sorprenden por eso, porque la vida va por otro lado de lo que está previsto».