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La naturalidad de un rayo de luz

El Ballet Nacional de Cuba es la expresión cimera de la danza clásica que emana de nuestra alma, fruto de una visión coreográfica, un ejemplo escénico y una concepción metodológica. Los 75 años de la prestigiosa compañía fueron celebrados la noche de este sábado en una gala especial, que encabezó el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez

Autor:

Sergio Félix González Murguía

Cuando el periodista José Luis Estrada Betancourt le preguntó a Alicia Alonso —el diálogo está contenido en el libro El mundo baila ballet en La Habana (2010)— por qué siendo primera bailarina del Ballet Theatre, rodeada de fama y con una carrera ascendente, decidió regresar a Cuba para fundar junto a Alberto y Fernando Alonso, el Ballet Alicia Alonso en 1948 (primera denominación de lo que luego del triunfo de la Revolución se convertiría en el Ballet Nacional de Cuba), la prima ballerina asssoluta fue tajante al expresar: «Mi mayor sueño era tener una compañía de ballet aquí, pero no pensaba solo en los artistas, en los bailarines, sino en una cultura para el pueblo, en el derecho de todo ser humano a disfrutar de un arte bello, que tenía que dejar de ser para una élite.

«No podía hacer mucho por el mundo si no partía de mi tierra. El artista es como un árbol que necesita nutrirse de la tierra, absorber de ella todos sus nutrientes para crecer y robustecerse. Solo así podrán nacer de él frutos saludables. Esos frutos son el arte con que debemos alimentar la espiritualidad de los otros pueblos; y la tierra, la patria», reflexionaba la legendaria bailarina y coreógrafa (1920-2019) en fechas cercanas a las seis décadas de trabajo de su agrupación.

Hoy, al calor de 75 años de trabajo, ese árbol plantado por los Alonso devino bosque florecido que tenemos el orgullo de reconocer como ballet cubano. El Ballet Nacional de Cuba (BNC) es la expresión cimera de la danza clásica que emana del alma cubana, fruto de una visión coreográfica, un ejemplo escénico y una concepción metodológica. Todo lo que hoy celebramos como ballet cubano partió de ahí: la posibilidad de captar el talento y moldearlo para convertirlo en arte para el disfrute del público.

Aquel 28 de octubre de 1948, cuando debutó en el Teatro Auditórium —conocido luego como Teatro Amadeo Roldán—, el joven Ballet Alicia Alonso, lo hizo con un elenco en el cual más de la mitad eran bailarines extranjeros con la Alonso e Igor Yoskevitch como primeras figuras del conjunto. Lo que vino luego fue tarea ardua para sentar cátedra, fundar escuela, emprender la formación y crear canteras que con los años no han dejado de nutrir a la compañía.

Entonces aparecieron para deleite de todos e imponerse con su luz en la historia, las Cuatro Joyas (Josefina Méndez, Mirta Plá, Loipa Araújo, Aurora Bosch), las Tres Gracias (Rosario Suárez, Amparo Brito y Ofelia González), las hermanas De Saá, María Elena Llorente y Marta García. A ellas se sumaba con fuerza el talento masculino que, poco a poco, fue disipando prejuicios y sumando adeptos a este noble arte que se precia de tener figuras masculinas de talla internacional, nombres tallados en piedra en la escena como Joaquín Banegas, Alberto Méndez, Jorge Esquivel, Lázaro Carreño, José Zamorano, Lienz Chang, José Manuel Carreño o Carlos Acosta.

Al ejemplo de todos, continuadores del empeño fundador, tanto dentro como fuera del archipiélago cubano, e iniciadores en muchos aspectos de la creación, se suma el talento de otras estrellas como Lorna Feijóo, Alihaydée Carreño, Joel Carreño, Yolanda Correa, Yanela Piñera, nombres que aparecen al vuelo en medio de una pléyade amplia que ya sea en la compañía o fuera de ella, en el país o en el extranjero,  han enriquecido este arte, hasta llegar al joven elenco que hoy continúa ese trabajo encabezado por su directora general y primera bailarina Viengsay Valdés, acompañada por las primeras figuras Anette Delgado, Sadaise Arencibia, Grettel Morejón, Dani Hernández y Yankiel Vázquez.

Son nombres, todos ellos, que demuestran que ha habido muchas épocas doradas en el BNC, pues, ya se sabe, 75 años dan para mucho cuando el pretexto está en el arte y el objetivo es la creación. Por estos días se reverencia todo ese legado, el trabajo de décadas formando generaciones de artistas, a pesar de cualquier cosa.

El primer bailarín de carácter Ernesto Díaz interpretó al Doctor Coppelius.

Y se hizo realidad

Decía el reconocido crítico Arnold Haskell, testigo de la consagración de la escuela cubana de ballet que «la cubana es flexible y rítmica, tiene un turn out natural y una gran extensión. Es sensual y parece que acaricia la música. La bailarina expresa su sicología nacional. La cubana es esencialmente una persona generosa y expansiva y esto se revela en el baile. Hay “ataque” e inmediato contacto con el público».

Las generaciones de bailarines del BNC han demostrado sobradamente durante décadas su destreza para acariciar la música con ese estilo particular y autóctono de cada intérprete. Las jóvenes generaciones que hoy suben a la escena no son menos y defienden los clásicos con el mismo derroche de talento y conocimiento de la técnica que sus predecesores, buscando su sino en el entramado escénico.

Ahí está Chavela Riera, actualmente bailarina principal, que junto al primer bailarín Yankiel Vázquez han sido reconocidos recientemente con la distinción por la cultura nacional en el marco de las celebraciones por el aniversario 75 de la compañía. La joven intérprete integra la agrupación desde hace una década y reivindica esos años como un tiempo de mucho esfuerzo hasta obtener una posición significativa. Pero ahí no termina el camino.

La joven, que durante la reciente temporada de presentaciones del Ballet Nacional en la sala Avellaneda interpretó roles como el de Odette en El Lago de los cisnes o Destino en Carmen, comenta que «ha sido una temporada fuerte para nuestro cuerpo, porque han sido muchas funciones seguidas, muchas piezas que hace rato no se ponían sobre la escena, pero fue muy estimulante vivir esta fecha histórica. Son muchos años de historia y mantener ese legado es un honor».

Para Chavela, cuyo debut fue como solista en La Cenicienta, el trabajo constante es la clave del éxito sobre la escena. «Uno siempre quiere más y no debe dejar de ir a por metas nuevas. Durante estos años hemos aprendido a no desistir del arte que amamos y a no dejar de ponerle empeño».

Confiesa que Romeo y Julieta, en la inspiración coreográfica de Alicia —Shakespeare y sus máscaras— es el ballet de sus sueños. «Quizá cuando decidan retomarlo me toque asumirlo, y sería maravilloso. Como hace tanto tiempo que no se pone, es un reto. La verdad no sabría decir qué elementos tiene que me atrapan, pero yo lo miro y recuerdo por qué quiero ser bailarina y es precisamente por ver ese ballet».

Para Chavela Riera la compañía que integra hace una década representa una familia, pues pasa con ellos, cuenta, más horas al día que en su propia casa. Es algo que hace con la pasión que imprime en cada presentación, como le sucede a María Luisa Márquez, quien a sus 20 años demuestra una destreza técnica abrumadora sobre el escenario.

Estremecedora fue su aparición durante el pasado Festival Internacional de Ballet de La Habana, en el pas de deux El corsario, junto a Ciro Tamayo, y en días recientes la hemos visto interpretar, entre otros, el rol de Kitri, en el tercer acto de Don Quijote. Para ella, afirma a Juventud Rebelde, es un orgullo constituir la actual generación del Ballet Nacional de Cuba (BNC), teniendo en cuenta el peso de una historia de más de siete décadas.

«Desde mis inicios en la compañía tuve la oportunidad y el privilegio de interpretar roles de solista que marcaron mi trayectoria; gracias a mi buen desempeño en los papeles que me confiaron logré ascender a solista, aún sin graduarme de la escuela. Mi rutina es la misma de lunes a viernes: clase de ballet por la mañana, ensayos a lo largo del día y siempre aparto un tiempo para hacer ejercicios de fortalecimiento y estiramientos», comenta la joven artista, cuyo trabajo y constancia tiene una gran recompensa en los aplausos encendidos del público cada vez que disfruta de una interpretación suya.

María Luisa no recuerda muy bien el día que salió por primera vez a escena. Era una niña de seis años. «En aquel entonces yo formaba parte de los talleres vocacionales del BNC y fue en alguno de los espectáculos de fin de curso del taller». Desde pequeña ha seguido a importantes referentes de la danza, nacionales y extranjeras, como Lorna Feijóo, Bárbara García, Rosario Suárez, Ofelia Gónzalez, Alina Cojocaru, Marianela Núñez, Natalia Osipova, Aurelie Dupont.

«Cada bailarina tiene algo especial que admirar», asegura la joven bailarina principal, de quien compañeros y público admiran su destreza, a pesar de su edad y temperamento sobre la escena, esa capacidad que no está reservada para cualquier artista, de llenar el espacio con apenas un movimiento.

A propósito de su reciente interpretación como la Kitri de Don Quijote, asegura sentirse cómoda en el personaje porque «siempre me ha encantado por su fuerza, energía y sensualidad y desde la escuela fue uno de los personajes que más bailé y luego, cuando entré en la compañía, pude bailar el ballet completo. Pero a esta joven le queda mucho recorrido todavía, apenas lleva un año y medio en la agrupación, y entre sus sueños está interpretar ballets completos como El lago de los cisnes o Giselle, los que valora como un reto que no pueden faltar en su carrera.

Para el primer bailarín de carácter Ernesto Díaz, las generaciones que han pasado han transmitido la enseñanza, la riqueza y el amor por la danza. Estamos viviendo una celebración importante y sabemos que este sueño se hizo realidad. El ballet está vivo en Cuba, la gente está deseosa de bailar, la gente está deseosa de ver el ballet en Cuba y pienso que todavía tendremos mucho para ofrecer. Hay más generaciones que seguirán viniendo para poner en alto el nombre de la compañía y el empeño que seguimos defendiendo».

Díaz acumula 24 años como miembro del elenco de la compañía y tiene suficiente experiencia para compaginar su desempeño como intérprete junto a la labor educativa, hecho que se reconoce con la lozanía de la mayoría de los integrantes del cuerpo de baile que ven en figuras como la de Ernesto guía y ejemplo.

«Mi sueño era llegar aquí, luego de trabajo y sacrificio, vale la pena cuando ves el resultado: los aplausos del público. Durante todos estos años he vivido experiencias con muchos bailarines y me siento satisfecho», asegura quien comenzó sus estudios de ballet a los nueve años, hasta que accedió a la compañía, un sueño, aclara, de todo el que estudia ballet en este país.

«Cuando entré a la compañía empecé a hacer los roles de cuerpo de baile. Por supuesto, tenía muchos nervios, pues quería hacerlo todo bien. Luego al hacer los personajes de solista y bailarín principal aumentó la responsabilidad: asumir un rol dentro de la compañía por donde han pasado tantos buenos bailarines impone. Me siento bien con la carrera que he hecho. Sé que todo lo que hice lo logré con lo que tenía, con mi cuerpo y condiciones físicas. Me siento realizado», asegura.

Ernesto Díaz es muy reconocido por el público por su papel de Hilarión en el ballet Giselle, «que he interpretado muchas veces y le tengo cariño, porque siempre me gustó, quise hacerlo, y cuando tuve la oportunidad lo estudié, trabajé mucho y lo tengo bastante bien interiorizado.

«Todavía me pongo nervioso, aunque sea un personaje que haya hecho tantas veces durante años, cuando se abre la cortina y suena la música siempre me pongo nervioso, porque además, cada vez que hago un personaje de carácter trato de darle matices diferentes para que no sea siempre lo mismo». Ernesto Díaz es de esos artistas que sirven de puente con las nuevas generaciones junto a los maîtres Svetlana Ballester, Consuelo Domínguez, Linnet González, Adaris Linares, Viengsay Valdés o la propia Aurora Bosch, entre otros, quienes recibieron la sabia directamente de los maestros fundadores.

El primer bailarín de carácter recuerda muy bien el quehacer de su generación, esa que hoy es referente directa para las nuevas incorporaciones. «Cuando entré en la compañía había muchos primeros bailarines en los años 1999 y 2000. Había muchos con quienes yo quería compartir la escena, como Orlando Salgado, las enseñanzas de Josefina Méndez y la propia Alicia: tenerla ahí y verla era emocionante».

María Luisa Márquez, bailarina principal de la compañía, en el papel de Kitri en la obra Don Quijote.

El primer bailarín Yankiel Vázquez en el tercer acto de Don Quijote. FOTOS: Maykel Espinosa Rodríguez

Esa fuente inagotable

Al tiempo en que se publican estas líneas habrá concluido la temporada con motivo del Jubileo por el aniversario 75 del Ballet Nacional de Cuba. Fueron 18 presentaciones en la sala Avellaneda del Teatro Nacional en menos de un mes —secundada con otras actividades artísticas e institucionales—, un reto para la escena habanera y una demostración de que el ballet cubano es un arte resistente.

El Ballet Nacional de Cuba desafió cualquier circunstancia y el público respondió acompañando a su compañía, patrimonio cultural de la nación, colmando el teatro en presentaciones que acontecieron hasta en días laborables —lunes y martes—. La gente vibró con la Carmen de Alberto Alonso, la Bodas de sangre de Gades, el tributo a Alicia con sus versiones coreográficas —El lago..., Coppelia, Don Quijote— y esa selección exquisita de coreografías cubanas, con Dionaea, Rítmicas, Rara avis, Majísimo, La cenicienta, Leda y el cisne, Alfonsina, algunas de las cuales se mostraban como auténticas novedades para buena parte del público. Y también fueron novedad en los cuerpos de los bailarines más jóvenes.

No se podía celebrar una fecha tan relevante para la cultura cubana de una manera mejor, con estos aires de festival. Una fecha que, estoy seguro, representa una meta para los artistas que han llegado hasta aquí, un motivo para proyectar el futuro y engrandecer lo logrado.

Y si de pedir deseos se trata, al estar de celebración, si algo debería recomendarse a la agrupación es seguir profundizando el camino de formación de los jóvenes y el público, propiciar más oportunidades que enriquezcan el quehacer de los intérpretes y su conexión con otras experiencias internacionales, algo que suele suceder y es muy positivo, así como ampliar la propuesta coreográfica con nuevas incorporaciones que enriquezcan lo conseguido en años recientes como sucedió con Séptima Sinfonía, del alemán Uwe Scholz o La hora novena, de Gemma Bond.

Pero por sobre todo eso, buscar que la propuesta coreográfica parta con un sello cubano que enfatíce en el acervo exquisito integrado por composiciones de Alicia, de Alberto Méndez, de Iván Tenorio, Gustavo Herrera, Alberto Alonso, o más recientemente la cosecha que aportó Elys Regina Hernández —inolvidables ya son La forma del rojo e Invierno—.

«En el mundo del ballet hay una gran escasez de coreógrafos y evidentemente los coreógrafos extranjeros no nos van a ofrecer la mejor visión de nuestros problemas. Tenemos que sacar los coreógrafos de nuestra propia cantera artística», plena vigencia tiene esta reflexión que le compartió Fernando Alonso a Eduardo Heras León en 1968 (Desde la platea; Editorial José Martí).

Fue certera Dulce María Loynaz cuando parafraseó a la excelsa Isadora Duncan, al decir que la bailarina debía moverse como una luz, «posarse en la tierra con la naturalidad de un rayo de luz». Hemos sido bendecidos, a pesar de todo, con la suerte de que esa luz, la de las puntas de los jóvenes intérpretes, la de la obra inmensa de la escuela cubana de ballet y ese milagro de la danza clásica que es el Ballet Nacional de Cuba, nos siga deslumbrando. Dicha plena la de poder estremecernos a su ritmo.

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