Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El mundo sería mejor si más personas hablaran con la verdad

JR conversa con Jonathan Hoard, joven intérprete estadounidense que deleitó recientemente al público cubano durante dos presentaciones en La Habana

Autor:

Sergio Félix González Murguía

De vez en cuando uno tiene la suerte de descubrir propuestas que logran estremecer la cotidianidad del paso de los días con especial singularidad. Para el público habanero, uno de esos catalizadores emocionales se paseó por la ciudad la semana pasada y se llama Jonathan Hoard, una auténtica revelación musical para la escena capitalina de la Mayor de las Antillas.

Con una mezcla explosiva de R&B, hip hop, funk, jazz y hasta música cubana, Hoard amasa un estilo propio que los asistentes a sus dos conciertos en Cuba tuvieron oportunidad de disfrutar.

Coincidiendo con el Día Internacional del Orgullo LGBT, J. Hoard ofreció un primer recital el 28 de junio en el Teatro Martí, lo que supuso su debut en la escena cubana junto a su banda acompañante y jóvenes estudiantes del conservatorio Amadeo Roldán. «Ustedes son verdaderas estrellas», dijo a los jóvenes aprendices frente un público que aclamó cada una de las interpretaciones que transitaron desde composiciones originales como Not so fast y Sex friend, hasta su propia versión de Amor prohibido, de Selena, Cómo fue, de Benny Moré, o el Quimbara, de Celia Cruz.

Junto a Dom Gervais, en la batería, la pianista y cantante Alexis Hombre, así como Katie Jones y Jaclyn Sánchez en los coros y Liany Mateo, al bajo — la joven bajista ya había estado en ese mismo escenario junto a Arturo O’farrill durante la pasada edición del Jazz Plaza—, Hoard propuso un singular espectáculo con la libertad que lo caracteriza. Dejó entonces la pista caliente para lo que sucedería al día siguiente en su segunda presentación en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, espacio que compartió, además, junto a algunos raperos cubanos.

Durante los ensayos, allí en el templo de las artes visuales cubanas, Juventud Rebelde acudió al encuentro con J. Hoard, dos veces ganador del Premio Grammy como compositor y cantante por No problem (2017) como mejor interpretación de rap y mejor
álbum de rap. Pese al derroche de la noche anterior, luce vivaz, lleno de energía, presto al diálogo. «El góspel me enseñó cómo expresarme», asegura dejando entrever la pasión en sus gestos.

Resulta perfectamente creíble lo que dice. Sobre el escenario, su alma va a mil por hora y eso se traslada a cada movimiento, a cada fraseo, a cada paso, entre los músicos y entre el público: da órdenes a su banda, como buen conocedor de las rutas de su música, mientras improvisa y su tesitura se pasea a la velocidad de un rayo, casi sin tiempo para saborear la canción, pendiente de la siguiente sorpresa. Hoard derrocha virtuosismo descontrolado, pero ojo, sin perder el enfoque en lo que busca sobre la escena.

Sus estudios en el Berklee College of Music de Boston, su formación musical primero en el seno de una familia de Ohio que cultiva y siente la música entre la casa y la iglesia, entre el funk y el góspel, han moldeado las inquietudes de este artista, una de las revelaciones en la escena actual de la música en New York, cuya personalidad e identidad son inseparables de su talento.

Jonathan Hoard es una persona no binaria —no se siente identificada con el género masculino o femenino y la construcción de su identidad no está basada en la lógica
binaria, según la cual el sexo biológico y la identidad de género coinciden—. Su canto, como su identidad, resulta inclasificable: es, eso sí, enteramente libre. Así es su proyección sobre la escena, así es su voz.

—Tu interpretación resulta muy emotiva y estimulante, se nota que lo disfrutas. ¿Cómo sientes ese momento en que fluyes sobre el escenario?

—Odio decirlo (sonríe), pero eso es gracias al góspel. Mi familia va a la iglesia y básicamente me criaron como un cristiano del séptimo día. Estando en la iglesia tanto tiempo, donde descubrí el rock, el jazz, el reggae; trabajando en el coro junto a mis hermanos; sentir todo esto es lo que me ha permitido fluir en el escenario de esta manera.

«Luego entré en un grupo de rap llamado The Lesson. Allí todos los jueves hacíamos sesiones de improvisación, lo que me posibilitaba crear letras nuevas, melodías y ahora que tengo el looper —instrumento que permite reproducir determinada grabación en bucle— puedo crear nuevas armonías y me divierto mucho. The Lesson me enseñó cómo fluir fuera del entorno de la iglesia. Me cambió la vida.

—Has colaborado con decenas de artistas en calidad de intérprete y compositor, como sucedió con Black
Coffee, y has recibido nominaciones a los premios Grammy por ello. ¿Cuándo decides componer y contar tus propias historias y experiencias?

—Principalmente durante 2016. Ese año estuvieron pasando muchas cosas en el mundo, sobre todo donde yo vivo —Donald Trump gana las elecciones presidenciales en Estados Unidos—, y quise escribir canciones sobre cosas que vivía, específicamente canciones de amor, sobre cosas que quería manifestar en mi vida. Entonces compuse Sex friend, por ejemplo, y a partir de ahí empecé a escribir otras con ayuda del piano y ahora compongo con el looper, incluso en vivo en un concierto: es una nueva manera que tengo de crear canciones.

«Creo que aún me falta mucho por explorar. Me encanta bailar. Me gustaría actuar. En cuanto a la música por supuesto que hay muchas cosas por aprender todavía, pero pienso que estoy en un lugar donde nunca pensé que iba a estar y entonces tener la posibilidad de cantar canciones sobre el amor queer en La Habana es maravilloso. Por supuesto, quiero hacer más, ir más allá de No problema, o de un disco como Follow me (Trhut the Past) (2019).

—Veo que llevas puesta una camiseta con un cartel donde se puede leer «No racistas, no homófobos, no idiotas».
En un momento como el
actual, en que los discursos
de odio están aumentando alrededor del mundo, ¿qué importancia le otorgas a la canción para generar cambio en las conciencias?

—Es la verdad, es mi verdad, y creo que si más personas hablaran con la verdad el mundo sería mejor. Hay muchas personas que están usando otras verdades a través del odio, porque quieren hacer dinero y solo están destruyendo vidas. Yo he venido a La Habana con mi verdad, que son mis canciones, mis amigos, mi historia.

«Una composición como Not so fast nos habla de organizar el caos en la mente, tomarnos tiempo para encontrar lo que queremos: eso necesitamos. Cuando se trata de amor no hay que ir deprisa, no hay que sentirse mal, solo tener paciencia y abrazarlo cuando estés listo. También lo digo con River Song: hay que sentir el amor y no huir de él.

—Te hemos visto bailar salsa sobre el escenario y cantar canciones cubanas en español. ¿Cómo aparece Cuba en tu imaginario musical?

—La cultura cubana, puertorriqueña, brasileña está muy presente en nuestras vidas. Específicamente en Cuba me fascina la preservación de las raíces africanas y de la música yoruba, algo que siempre me ha inspirado. Sobre todo, ese contacto empezó en la universidad, donde tuve amigos de Cuba, Puerto Rico, México y de casi todo el Caribe.

«Ellos me enseñaron sobre esas raíces latinas, las melodías; los ritos mezclados con los taínos y la manera de escribir la música en estas tierras. Eso me ha enseñado a respetar la cultura indígena y me he dado cuenta de que a pesar de todo lo triste y doloroso de la colonización, algo bueno salió entre todo eso: la música y el arte. La cultura cubana es de mis favoritas y me encantaría seguir abriendo caminos, regresar y seguir colaborando con artistas de este país. Ver a los jóvenes de Amadeo Roldán y a los raperos ha sido muy estimulante, así que cuenten conmigo en el futuro, es mi manera de agradecerles por esta hermosa oportunidad».

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