Un extenso regocijo en el ámbito letrado han provocado los reconocimientos públicos obtenidos por la profesora Paquita en los últimos meses. Autor: Cortesía de la entrevistada Publicado: 18/02/2023 | 11:02 pm
Con pocos académicos de la Facultad de Filosofía e Historia —donde tuve el privilegio de graduarme hace una década— he tenido una relación tan satisfactoria como la que sostengo con la Doctora Francisca López Civeira, a quien alumnos y colegas llaman Paquita.
Luego de recibir de admirables docentes como ella y Oscar Loyola Vega la materia de Historia de Cuba —en la que se abordan procesos apasionantes de la vida sociopolítica de la nación, como las ocupaciones militares norteamericanas, el auge de los movimientos sindicales, estudiantiles y feministas en la década de 1920 y la vertiginosa sucesión de acontecimientos que integran el período conocido como la Revolución del Treinta—, quienes asistimos a sus conferencias en el crucial segundo año de la licenciatura percibimos el arribo a cierta mayoría de edad en esa etapa tan decisiva para nuestro futuro intelectual y profesional.
Mi rencuentro con la profesora López Civeira en el ámbito universitario se produjo durante la fase curricular de la maestría en Estudios interdisciplinarios, en la que el rigor de la sesión matutina no impidió que nos deslumbráramos con sus Visiones cubanas sobre los Estados Unidos. Con un sentido de la elocuencia bien curtido y exponiendo fuentes historiográficas de increíble agudeza, Paquita nos ofrecía motivaciones renovadas en un momento en que el deleite por los estudios se conjugaba con los rigores de ejercer la profesión.
Un extenso regocijo en el ámbito letrado han provocado los reconocimientos públicos obtenidos por la profesora Paquita en los últimos meses: la distinción Maestro de Juventudes conferida por la Asociación Hermanos Saíz y el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas entregado en la 31ra. Feria Internacional del Libro.
Más allá de ser un tributo a sus hitos profesionales, esos anuncios representan una reivindicación a la figura venerable del docente universitario que, dotado de vasta experiencia humana y sicológica, continúa aportando a la formación de profesionales de bien a la altura de los desafíos de nuestro tiempo.
—¿Cómo se han complementado la investigación y la docencia en su trayectoria profesional?
—En realidad, ambas forman parte de mi trabajo profesional. La labor docente en el nivel universitario exige la investigación como parte del desarrollo del profesor, pues las universidades deben ser centros de creación de nuevos conocimientos y desarrollo científico. Resulta imprescindible la actualización sobre lo producido por otros historiadores y, a la vez, la labor creativa en tu propia investigación.
«Los profesores debemos trabajar en el desarrollo de nuestra ciencia, tanto en nuestra labor personal como a través de la tutoría de alumnos, para desarrollar en ellos esas habilidades. Por tanto, las dos actividades forman parte de nuestro deber y se complementan.
«Además está mi gusto personal por desarrollar tanto la docencia como la investigación, lo cual he realizado a lo largo de los años. Eso me ha permitido contribuir al conocimiento histórico y a la vez formar nuevos historiadores».
—¿Cuánto le ha aportado impartir cursos monográficos sobre José Martí, tanto a nivel de pregrado como de posgrado?
—El estudio de Martí es siempre un gran crecimiento en lo individual y lo profesional. Yo leía a Martí por placer personal, pero me incorporé a la Catedra Martiana y desde allí comencé a asumir ese estudio en función de mi labor en el campo de la Historia. Después pasé a impartir el Curso especial sobre José Martí, y desde hace ya unos diez años presido esa cátedra en la Universidad de La Habana, por lo que es parte de mi labor universitaria.
«Estudiar a Martí es muy enriquecedor en todas las facetas de la vida, y explicarlo obliga a sistematizar ese estudio, buscar nuevas aristas, contextualizarlo... En fin, hay que profundizar más. A esto debo añadir el papel activo de los estudiantes cuando analizan textos, los debaten y a veces polemizan. Cuando mueven el pensamiento y las perspectivas de análisis, eso se traduce en crecimiento personal y profesional, y también en el sentido de ser martianos».
—¿Cuán desafiante resulta concebir obras de divulgación para el público juvenil?
—Escribir para jóvenes, y, en sentido general, para una amplia gama de lectores, es realmente un desafío, pues no te puedes permitir la simplificación, la esquematización. Hay que mantener el rigor científico y utilizar un lenguaje al alcance de ese público, y eso lleva a revisar con cuidado lo que se escribe. No pocas veces he probado mis obras dándoles a leer a mis hijos o nietos lo que estoy elaborando para destinatarios de su edad. Así puedo estimar el resultado.
«En ese tipo de escritura es importante buscar formulaciones atractivas, en especial al inicio y al final, además de procurar balance en los asuntos que se abordan según sus mayores y menores complejidades. No es sencillo, pero se puede lograr y, con ello, se contribuye socialmente a divulgar la Historia. Llegar al mayor público posible creo que es un aporte que los científicos sociales debemos hacer como parte de nuestra función».
—¿Qué importancia le confiere al estudio de la poesía para el conocimiento histórico de las primeras décadas del siglo XX?
—He trabajado a profundidad con esa manifestación literaria en la presentación de los cursos sobre Historia de Cuba. No se trata de hacer un estudio de la poesía desde la perspectiva literaria, sino de ver cómo esta puede representar una época o una circunstancia. Hay poemas que describen en pocos versos un sentir colectivo y nos pueden ilustrar acerca de las distintas etapas históricas.
«La facultad de muchos poetas (a veces anónimos) de condensar en breves expresiones el estado de ánimo, la opinión, el sentir colectivo, es una fuente de gran valor para el estudio de la sociedad; como pueden serlo también algunas obras plásticas y otras expresiones artísticas. No es un simple adorno: es parte de la producción de quienes viven en un espacio y tiempo».
—¿Podría enriquecerse el plan de estudios de la carrera de Historia, a nivel teórico y en la práctica investigativa?
—Nada es inamovible, siempre hay que pensar en el desarrollo en cualquier campo que se trabaje. La carrera de Historia está avanzando en la experiencia del Plan E, que implicó algunos cambios, entre otras razones por la reducción de su tiempo a cuatro años, aunque también busca una manera de marchar con el tiempo.
«Pienso que tendremos que analizar los resultados de este plan en breve, para evaluar su efectividad y sus debilidades. Eso será fruto de una reflexión colectiva. Cada tiempo plantea nuevos retos y posibilidades, y hay que marchar en concordancia con ello».
—¿En qué medida han contribuido sus estudiantes al ámbito intelectual cubano?
—Muchos de los historiadores en activo han salido de las aulas de la carrera de Historia, primero en la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y, después, con la estructura de 1976, de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana. Por tanto, he tenido en las aulas a buena parte de nuestros historiadores actuales, formados por el claustro al que pertenezco desde hace más de 50 años.
«Mencionar nombres sería una larga lista, pero sí puedo afirmar que estos graduados han aportado resultados importantes, renovadores y, por tanto, han mantenido el desarrollo de nuestra ciencia».