El cineasta andaluz acumula en su haber varios premios Goya y decenas de nominaciones que dan fe de su talento en el séptimo arte. Autor: Joel P. Ramírez Publicado: 03/09/2022 | 08:16 pm
Benito Zambrano y Cuba viven un romance que ha durado ya tres décadas. Fue en 1992 cuando el hoy reconocido cineasta sevillano desembarcó por primera vez en la Mayor de las Antillas, movido por el interés de estudiar en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV).
Era mayor la curiosidad que la vocación en aquellos momentos. Antes había estudiado interpretación, pero no se veía como actor; había sido fotorreportero en un diario andaluz y trabajaba como operador de cámara en la Televisión Española, pero intentaba explorar otros derroteros y alguien le recomendó pasar un curso de verano de 15 días en la escuela cubana de cine.
Apenas cruzó las puertas de la institución, ocurrió el flechazo. Quince días no eran suficientes para completar una formación y el cine, sin duda, había seducido al joven Benito Zambrano, ávido de contar historias. Con mucha determinación e insistencia logró matricular en una maestría de escritura de guion audiovisual que le valió como resultado su ópera prima en el largometraje Solas, un drama que constituyó un boom en la edición de los premios Goya de 1999, con 11 nominaciones y cinco galardones, entre ellos los de mejor dirección novel y mejor guion original. Comenzaba una aventura que a día de hoy no termina.
Luego aparecieron otros proyectos y el cineasta español fue consolidando su forma de narrar y visualizar sus historias, entre mediometrajes y cortos. En 2004 filmó Habana Blues y el anhelo de sintetizar ese amor por Cuba, que ya venía maquinando desde 1994, tomó forma. Después aparecieron adaptaciones de novelas que Zambrano llevó al cine como el largometraje La voz dormida en 2011 y más recientemente, en 2019, Intemperie, y el año pasado Pan de limón con semillas de amapola.
Justo estas dos últimas producciones integraron el programa de la más reciente edición de la Muestra de Cine Español en La Habana, a la cual asistió el propio Benito Zambrano para compartir una vez más con el público cubano. El cineasta conversa con JR y no disimula su satisfacción por estar nuevamente en Cuba y comprobar la buena acogida que ha tenido su obra en la Isla, así como la alegría de volver a este intercambio tras los momentos más duros de la pandemia de COVID-19, que tanto ha limitado el acceso a las salas de cine en el mundo.
«Pan de limón con semillas de amapola cuenta historias de mujeres, pero pueden ser asimiladas por todos los públicos. Los espectadores no han sido indiferentes a lo que sucede en la trama y sé que se han emocionado con el drama que viven las hermanas de esta novela: mujeres cotidianas, empoderadas unas, resignadas otras, pero siempre luchando para conquistar algo. Eso es lo bonito del cine: conectar con la gente, da igual en qué parte del mundo», comenta el creador sobre esta película que está inspirada en la novela homónima de la escritora catalana Cristina Campos, y que fue nominada en la edición 36 de los premios Goya en la categoría de mejor guion adaptado.
La historia escrita por Campos llegó a manos de Zambrano como un encargo de la productora cinematográfica española Filmax, algo que años antes había ocurrido de igual manera cuando Morena Films le confió el guion y dirección de Intemperie, basado en la novela escrita por Jesús Carrasco. Ello se produjo tres meses antes de iniciar la producción de la película y representa un orgullo para Zambrano, pues «fue un ejercicio interesante hacer una película tan complicada en muy poco tiempo. De hecho, había muchos detalles que desconocía cuando entré a rodar, porque no había tenido tiempo para madurar la película. Pero todo fue fluyendo sobre la marcha y ahí está la obra».
Ambas películas van por caminos totalmente diferentes. Si en Pan de limón… la mirada está puesta en problemas de la mujer, con una narración reposada de la historia, Intemperie es puro western, con todos sus elementos, incluida dosis doble de testosterona. Sobre cuán cómodo se siente con determinadas historias, Benito Zambrano —actualmente trabaja en la producción de un largometraje sobre el drama de los migrantes africanos que deciden cruzar la valla de Melilla— tiene una respuesta simple y directa: «Yo hago películas de personas que le pasan cosas».
En Pan de Limón..., una producción de 2021, Zambrano cuenta historias de mujeres.
—¿Cómo en Habana Blues?
—Si tú supieras... Fui un día a un concierto de Santiago Feliú en el Vedado y de repente salió Gerardo Alfonso sobre el escenario y en medio de toda esa atmósfera de la trova, en la noche habanera, se me ocurrió que quería hacer una película en la que el protagonista fuera un músico cubano. Ya ves, ¡qué idea tan original!
«Era 1994 y claro, el panorama musical cambió mucho hasta que pudimos rodar la película en 2004. Había más grupos, el fenómeno Orishas, la mezcla del hip hop con otros elementos de la música tradicional. Era muy notable la diversidad en el mundo de la música alternativa: X Alfonso, Telmary, Gema y Pavel, Kelvis, todos esos muchachos talentosos, por supuesto. Entonces lo que iba a ser una historia alrededor de la trova se convirtió en algo más abarcador.
«En esos diez años que transcurrieron entre 1994 y 2004 viajé muchas veces a Cuba, para participar en varias ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, impartir talleres en la EICTV y seguir profundizando en las interioridades de esa cultura musical, de la vida habanera.
«Yo me sentía pleno, porque no solo estaba estudiando lo que quería. Estaba en el lugar que quería, en un momento vital en que necesitaba cambiar lo que estaba haciendo en España, y esto fue un giro. En ese momento Cuba para mí era un país en el que, a pesar del período especial, su gente era muy vital, fuerte, con una energía muy potente, que no se paraba por las necesidades y querían hacer cosas, buscar soluciones, hacer cine, y desde que llegué la primera vez supe que quería hacer una película aquí.
—El resultado fue una película de culto, al menos entre una amplia parte del público cubano.
—Hicimos Habana Blues con muchas expectativas, y sin embargo la recepción en España y en lugares fuera de Cuba no fue como esperábamos. Con el paso del tiempo incluso pensaba que la película se había perdido un poco, pero ahora veo que no.
«Yo quería hacer un homenaje a esa juventud y todos esos artistas jóvenes que estaban luchando para hacer su música, con pocos recursos y sonaban increíble. En Europa es muy fácil, nos pasamos todo el día quejándonos y no hacemos nada, y aquí la gente tiene poco y están haciendo miles de cosas.
«Así me sucedió muchas veces durante el rodaje. El Chevrolet del 56 que aparece en la película estaba roto de verdad y fue un imprevisto tremendo. Entonces tuve que incorporar el coche roto a partir de la segunda mitad de la producción. Y así con otras tantas eventualidades, el guion que habíamos escrito en Madrid cada día de rodaje comenzaba a cobrar sentido, más allá de la ficción.
«Toda la locura del rodaje, un piano desafinado, el coche que no funciona, las dificultades cotidianas eran reales, pero no podíamos parar y, sin embargo, todo ello nos convenía para la naturalidad de la historia. Como dice una de las grandes frases que escuché aquí en Cuba: “Todo lo que sucede conviene”.
Ahí está el cine de Titón, Santiago Álvarez, Fernando Pérez, la excelente cinematografía argentina. Solo necesitamos historias bien hechas, con sentido, contenido y compromiso artístico. El aporte debe ser real y tanto trabajo debe servir para algo: es la premisa con la que hice Habana Blues y con la que he realizado el resto de mi filmografía. Realmente, espero que haya valido la pena, como espero que lo que venga nuevo ensanche nuestra visión del mundo.