Denzel Washington en La tragedia de Macbeth. Autor: Tomado de Internet Publicado: 15/08/2022 | 06:25 pm
Es muy difícil vencer ciertos prejuicios del espectador, por ejemplo aquel que rechaza los filmes en blanco y negro por antiguos o poco atractivos. En la segunda semana de agosto, coinciden en cartelera dos muy recomendables filmes con el mencionado monocromatismo, uno español y el otro norteamericano, que se cuentan entre las mejores producciones de los últimos años en sus respectivos lares: en el cine Chaplin, la sala Glauber Rocha y Enguayabera se exhibe Elisa y Marcela (2019), mientras que en la sala 2 del cine Infanta se programa La tragedia de Macbeth (2021), dirigidas respectivamente por la consagrada Isabel Coixet y por el muy reconocido Joel Coen, este último dirige por primera vez «en solitario», luego de casi 40 años haciendo cine junto a su hermano Ethan.
Porque compartan la temática (amor entre dos mujeres en un contexto intolerante y patriarcal), procedan de España, sean dirigidas por realizadoras, y ostenten títulos similares, nunca deben confundirse la también reciente Carmen y Lola (2018, Arantxa Echevarría), drama realista y contemporáneo sobre ciertos prejuicios imperantes entre los gitanos, con Elisa y Marcela, que pulsa los códigos del cine histórico y romántico, el melodrama e incluso el erotismo, para
reconstruir la realidad sicosocial de Galicia entre los años 1898 y 1901, y referirse específicamente al primer matrimonio registrado en aquel país entre dos mujeres, una unión efectuada gracias a que una de ellas decidió vestirse de hombre y engañar al párroco. De una violencia sorprendente es la reacción de la mayoría cuando se enteran del engaño.
Fotograma de la película Elisa y Marcela.
Al igual que en sus mejores películas anteriores (estoy pensando en La vida secreta de las palabras, Nadie quiere la noche y La librería) Coixet trabaja con una primorosa dirección de arte y selección de locaciones, muy trabajados encuadres y diálogos, e interpretaciones de categoría, aquí sobresalen Natalia de Molina (Elisa) y Greta Fernández (Marcela). Esta última es la narradora en la primera parte, porque luego el punto de vista se diluye y se torna indiferente, hasta el extremo de que puede disminuir la posible identificación del espectador, tal vez apullado por la triste suerte de estas mujeres, y por el enfrentamiento con la iglesia, las autoridades y los vecinos, pero menos cercano a la intimidad de ellas dos, a sus deseos y pasión.
El trabajo fotográfico de Jennifer Cox resuelve con fineza, aunque a veces se torne manierista, la labor de iluminación con el blanco y negro, mientras que la música de Sofía Oriana Infante se subordina a la intención de subrayar los momentos dramáticos. Si Elisa y Marcela tampoco consigue convertirse en uno de los mejores trabajos de Isabel Coixet, porque le falta complejidad y dramatismo, es de agradecer su finura y estilización a la hora de rodar este canto a la libertad, a la lucha contra la intolerancia, y a la historia de amor que se atrevieron a vivir estas dos mujeres avanzadas a su época. Quedan claras las intenciones de Coixet cuando aparecen, junto con los créditos finales, una galería de fotos de matrimonios igualitarios, y esta claridad didáctica favoreció que el filme fuera nominado a los premios Forqué y Platino en la categoría de Cine y Educación en valores.
Respecto a La tragedia de Macbeth, el espectador debe vencer otro prejuicio: el que lo distancia de las películas adaptadas a partir de clásicos teatrales,
y así expresan una artisticidad evidente que resulta de la innovadora combinación de recursos y florilegios procedentes de ambas disciplinas, es decir, el cine y el teatro. A partir de una magistral fotografía de Bruno Delbonnel (Amelie, Across the Universe, Fausto) que explota los contrastes de blanco y negro entre la claridad plateada y las tinieblas o más bien grisuras, y a partir también de una muy sobria, y por eso mismo espectacular actuación de Denzel Washington en el papel del ambicioso regicida, Joel Coen reinventa visualmente la tragedia de Shakespeare, y se aparta de los barrocos disparates posmodernos al uso para atenerse todo el tiempo a la clásica narrativa reveladora de ciertas esencias de la naturaleza humana contaminadas por la deslealtad, la codicia del poder, la envidia y la violencia.
Los hermanos Coen, Joel y Ethan, dirigieron juntos 18 filmes, entre los cuales se cuentan clásicos como Sangre fácil, en 1984, Fargo y Barton Fink en la década de los 90, No es país para viejos, y ¿Dónde estás hermano? en los 2000, o A propósito de Llewyn Davis, en 2013, por solo mencionar los títulos preferidos de quien aquí escribe, confeso detractor del fanatismo que provocan casi todos los filmes de los Coen en ciertos círculos cinéfilos. Producida por Joel Coen y por su esposa, la actriz Frances McDormand, que aquí interpreta con un dejo realista y conversacional a la usualmente tenebrosa Lady, La tragedia de Macbeth cumple absolutamente todos los requisitos que debe poseer una gran película: rareza en el mejor sentido, reto para la inteligencia, y, por supuesto, revelación de algunas de las contiendas espirituales inherentes a la especie humana.
Además de los muchos elogios ya escritos, debe decirse que lo más sorprendente de todo, tratándose de una adaptación de Shakespeare, es que los brillantes diálogos consiguen espléndida refracción en imágenes de una belleza abstracta y prolija, recreada también en los sets geométricos de escaso realismo (evidentemente teatralizados) y en la iluminación expresionista. Además, el ritmo de la narración resulta muy fluido y sucinto, de modo que el filme consigue igualar en calidad, sugestión y profundidad a las espléndidas versiones realizadas por maestros como Akira Kurosawa (Trono de sangre, 1957), Andrezj Wajda (Lady Macbeth en Siberia, 1962) o Roman Polanski y Orson Welles, quienes dirigieron sus versiones en 1971 y 1948, respectivamente.
Porque Joel Coen supo aportarle nuevos elementos a la conocida historia del caballero escocés convencido por un trío de brujas pitonisas (en el filme es una sola, a cargo de la portentosa y contorsionista actriz de teatro Kathryn Hunter) de que se convertirá en el próximo rey de Escocia, y sus ansias serán respaldadas por su esposa, ambos papeles interpretados en esta versión por un actor y una actriz, Washington y McDormand, cuyas edades superan las que tenían los personajes originales de Shakespeare, y esa decisión cambia sustancialmente el carácter de los protagonistas del filme y los torna, inevitablemente, más reflexivos y ansiosos de reconocimiento, y menos impetuosos o temerarios, porque la juventud y su natural ambición jamás cuenta aquí como atenuante. Y el filme en su totalidad se aplica al cumplimiento de aquel hermoso y a la vez terrible aforismo de Shakespeare: «Lo bello es feo y feo lo que es bello; la niebla, el aire impuro atravesemos».