Zarza al lado de su obra El gran fascista. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 18/12/2021 | 09:03 pm
¿Nunca antes? había coincidido la entrega formal del Premio Nacional de Artes Plásticas (PNAP) con la inauguración de la muestra vinculante. Esa conjunción tuvo lugar el pasado 16 de noviembre, cuando la pandemia de la COVID-19 dejó que Rafael Zarza González recibiera el correspondiente a 2020 y se abriera su exposición Animales peligrosos en el edificio Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).
Toros, bueyes, vacas… penetraron hasta el segundo nivel de esa institución y no precisamente en estampida. Se ordenaron en imágenes al interior de una estancia provisional. Allí el público ha podido verlas desde el día que cumplió 502 años la ciudad natal del homenajeado. Una Habana que, todavía en los albores del siglo XX —según Alejo Carpentier—, veía cómo las reses pastaban en su periferia urbana o eran ordeñadas ante las puertas de los clientes.
Nacido en 1944, Zarza recuerda la leche fresca, natural; pero también añora la «carne de mu» barata y expuesta en la carnicería próxima a su hogar. Allí encontró una fuente de inspiración para instalar al rumiante en su obra, de modo tan recurrente como diverso. Sus imágenes pintadas o grabadas con variadas técnicas y soluciones compositivas aparecen en la exposición de manera a veces inédita para el visitante, pese a estar fechadas varias décadas atrás.
No es la primera vez que una exhibición de este rango ofrece al premiado la ocasión de enseñar obras que, por determinados motivos, no pudo mostrar en un momento cercano a su realización. El caso más reciente fue la exposición de José Á. Toirac, PNAP en 2018. Su Ars Longa estuvo conformada, mayormente, por la serie Tiempos nuevos (1995-1997), que entonces despertó muchas suspicacias político-ideológicas. Por suerte, ya trascendidas.
Tampoco es la primera vez que Zarza y sus curadores utilizan aquel proceder. Sin ir muy lejos, lo pusieron a contribución en El campo. Pinturas y litografías de Rafael Zarza (1996). En tal muestra develaron El gran fascista (1973) y El campo (1972), que antes de exhibirse en Animales… fueron adquiridos por el MNBA.
Usaron la misma estrategia en Zarza. Lo que no se vio. En esa exposición de 2014 revelaron parte de su serie Tauromanía, realizada en los años 60 y asociada al pop. También mostraron creaciones de los 70 —parodias de revistas porno, taurobodegones, toros en cepos—, Europa y Zeus (2008)… Ellas se rencontraron en Animales…, junto a otras que, por mojigaterías o incomprensiones político-culturales, no tuvieron la socialización oportuna.
La más reciente exposición, tendiente a lo retrospectivo, inició en los años 60 y rozó la actualidad. Abrió con la litografía El rapto de Europa (1968) y su versión más erótica: Europa y Zeus. Pero ambas indicaron algo más que el enorme arco temporal de la muestra. También ejemplificaron cómo su autor ha reinterpretado creaciones y temas clásicos de la historia del arte.
Él ha trabajado la apropiación o cita de obras ajenas… y propias, como apuntó la curadora Laura Arañó en las palabras del catálogo. El rapto… es, además, una memorable carta de presentación. Integra la serie Tauromanía, comenzada en 1966, un año después de que Zarza ingresara en un crisol para la renovación del grabado insular: el Taller Experimental de Gráfica de La Habana (TEGH).
Con esa pieza, el actual miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y poseedor de la Distinción por la Cultura Nacional obtuvo el lauro internacional más importante de su carrera artística: el Premio Portinari de litografía, en la Exposición de La Habana de 1968, celebrada en la Casa de las Américas.
Ya entonces aparecía —desde luego— el animal que ha identificado por excelencia su producción artística. Bravío o amansado, viril o castrado, musculoso o esquelético, vivo o desollado, libre o sojuzgado, líder o crucificado, solitario o enyuntado, de cuernos agudos o mutilados, se prodigó de forma serial o unitaria en Animales… Demostró ser peligroso por su embestida potencial y por su carga de significados históricos, sociales, artísticos…
En las palabras inaugurales de la muestra, la profesora universitaria Concepción Otero expresó que no solo era un recurso temático o hilo conductor en la obra de Zarza. Consideró que también se constituía en su heraldo, reportero o portavoz. Que, por su mediación, el artista observaba y comentaba la sociedad.
La exposición homenaje, estructurada con obras del tesauro museístico y del mismo creador, desplegó piezas y series emblemáticas. Entre las primeras, El gran fascista. Esta alegoría del poder se reprodujo en la cubierta del catálogo y se tomó en préstamo del recinto dedicado al arte cubano de los años 70. Aunque Zarza los trasciende.
Este grabador público y pintor ya no tan oculto es «un gran artista, sin apellidos ni reduccionismos históricos o locales», advirtió la curadora a la entrada del espacio. Y, sin duda, figura entre «los exponentes más importantes del arte gráfico en nuestro país, cuya vigencia, perseverancia e inquietud creativa han constituido ejemplo e inspiración para las nuevas generaciones».
Así lo reflejó el acta de premiación del jurado que presidió Lesbia Vent Dumois, laureada el año anterior. Ahora bien: a más de grabador, dibujante y diseñador gráfico, Zarza es pintor e ilustrador. Y las salas permanentes del MNBA también exhibieron El rapto…, esa obra gráfica de los 60.
Fue entonces cuando se graduó de Pintura y dibujo en la Escuela Nacional de Artes Plásticas San Alejandro (1963), empezó una producción gráfica significativa y comenzó a participar en muestras de relevancia en Cuba y otros países. Fue entonces cuando realizó obras como Operación cesárea (1969), guardada hasta ahora en su casa y afín a otras de Umberto Peña colgadas en el espacio que el MNBA consagra a tal década.
En el TEGH, Zarza conoció y vio trabajar a ese emblema de la Nueva Figuración cubana, víctima de las incomprensiones de la época por su expresionismo tachado de pornografía. Al de Zarza lo han tildado de zoofilia.
Tras conversaciones con el expositor, la curadora refirió que un tríptico expuesto en Animales… —Tauromanía No. 25-27, donde un toro monta a una mujer desnuda— tuvo que ser sustituido por otro —Tauromanía No. 33-35, con el tema de la crucifixión taurina— para que Zarza pudiera participar en la 6ta. Bienal de Artistas Jóvenes (París, 1969).
Es cierto que sus propuestas son irreverentes, desafiantes. Su más reciente exposición personal incluyó una selección de cómo ha subvertido géneros artísticos desde la visión taurina, mediante series litográficas: taurobodegones, tauropaisajes y taurorretratos.
Entre estos últimos grabados en piedra de los años 70 sobresalió el vacarretrato de la reina Isabel II. Lo enmarcaron y ubicaron de manera distintiva en el conjunto expuesto. Fue muy llamativo en una producción simbólica señalada por algunos como machista y centrada en el falo.
La muestra en cuestión, si bien abarcadora, no pretendió ser antológica. Más bien, buscó asomarse a zonas u obras inquietantes y poco o nada conocidas. En este sentido resultó particularmente significativa la obra «Bobadilla» 1896. Restos de Maceo (2005). Y no tanto por el tema histórico abordado. Sin faltar al rigor documental, Zarza ya había recreado la historia de Cuba en Taurorretratos, a partir de figuras del período colonial.
Lo interesante en «Bobadilla»… es que asoció al Titán de Bronce con la Regla Palo Monte, Conga o Bantú, mostrando otra dimensión del prócer independentista cubano. Para ello retomó, incluso, la muy conocida escena de su muerte pintada por Mario G. Menocal.
Esta creación se expuso en el vestíbulo, consagrado a las expresiones religiosas de origen africano. Una raíz de nuestra nacionalidad que, junto a la hispánica, ha sido madre nutricia para la obra de Zarza. Y fue una de las pocas notas en blanco y negro en su exposición de colores mayormente cálidos, agresivos.
De su misión internacionalista como zapador en Angola, Zarza no ha referido cuántas minas halló o desactivó. En cambio, sí ha contado sobre los rituales que presenció en aquel escenario de guerra. Ellos alentaron sus máscaras pintadas, coloridas o no. También estimularon su proyección hacia lo tridimensional, a través de bucráneos intervenidos pictóricamente e igualmente mostrados en la temporal del MNBA.
El espacio de exhibición ha resultado tal vez pequeño para mostrar sus ilustraciones de obras literarias. O para exponer sus carteles, de diversos temas —culturales, políticos— y variadas soluciones artísticas. En no pocos de estos también aparecieron los «animales peligrosos», sobre todo al promover sus exposiciones o actividades culturales vinculadas con España.
Presto siempre al redescubrimiento, Zarza sorprendió otra vez con obras nuevas o recientes, salidas de su taller; y con otras «nuevas» o desconocidas, desempolvadas de sus archivos, restauradas para la ocasión y nunca extemporáneas o desfasadas, por su trascendencia múltiple.
No pocos han identificado a Zarza como el «pintor/grabador de los toros», al igual que antes llamaron «pintor de los gallos» a Mariano Rodríguez y «pintor del agua» a Luis Martínez Pedro. Son creadores que han extraído el jugo a un tema con variaciones, a un motivo representacional que parece inacabable.