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La nueva vida de un caminante

Un artista plástico creó en ferrocemento la figura del más célebre y carismático deambulante tunero

Autor:

Juan Morales Agüero

Las TUNAS.— Todas las ciudades se enorgullecen de sus símbolos. Algunas cuentan con himnos y otras con escudos. La capital tunera posee himno y escudo. Y tiene, además, a Alberto Álvarez Jaramillo, un popular deambulante que, hasta su muerte hace un par de años, escribió con su presencia callejera un capítulo de la historia local.

A este personaje se le conoció en la ciudad con el mote de El comandante tunero, un grado que en su fantasía se atribuyó cuando recorría el centro histórico, con pausas breves para dirigir a silbatazos un tránsito ficticio o discursear a su manera.

Remedo de Caballero de París o de Don Quijote provinciano, su figura caricaturesca inspiró al artista plástico Ángel Luis Velázquez Guerra a perpetuarlo en una escultura. La obra se inauguró recientemente ante un entusiasta público que vio así saldada una deuda con el popular personaje.

Este reportero conversó con él. A su sensibilidad debe Las Tunas esta obra, devenida ya emblema de sus anales.

—¿Cuáles fueron tus inicios en las artes plásticas?

—Nunca pasé por escuelas de arte ni por academias. Aprendí viendo pintar a un artista de mi pueblo. Me extasiaba mirando cómo su pincel y sus colores atrapaban y plasmaban sobre el lienzo los paisajes más bonitos de nuestro entorno rural. Cierto día tomé un trozo de cartón, un viejo pincel y algo de pintura de aceite y garrapateé mi primer esbozo.

«Recuerdo que intenté copiar la naturaleza que nos rodeaba. A partir de ahí, comencé a tomarme en serio la tarea. No olvido que, al no disponer de pintura de vinil, preparaba mis materiales con agua y cáscaras de cedro. Corría  el año 1996, y el período especial no ofrecía otras opciones.

«Poco a poco fui descubriendo los secretos de los colores, en especial los cálidos de los amaneceres y las salidas de sol. Los miraba y los reproducía de memoria. En 1999, un artista me animó a exponer en público mi obra. Accedí y, de entonces acá, acumulo siete muestras personales y varios premios, incluyendo uno internacional, el año pasado».

—¿Qué te impulsó a iniciarte en esa la escultura?

—En 2003 me propuse hacer algo distinto, y la escultura me motivó. Jamás había trabajado esa manifestación plástica, complicada por su tridimensionalidad y por el desafío de las proporciones. Pero, desde la osadía de mi empirismo, y contando solamente con mi intuición, me lancé a la aventura e hice un zapato femenino de ferrocemento.

«Pero mi primera escultura importante la hice en 2012. Fue una Virgen de la Caridad del Cobre de unos cuatro metros de altura. La creé con ferrocemento en el patio de mi casa, en el municipio de Majibacoa, frente a la carretera que comunica a Las Tunas con Holguín. Los transeúntes y conductores se detenían a admirarla.

«Hoy está emplazada en la ermita de la localidad holguinera de Barajagua, donde, según se cuenta, comenzó esa tradición hace más de 400 años, luego de que unos humildes pescadores encontraran la imagen flotando en la Bahía de Nipe. Cada año recibe miles de visitantes».

¿Cómo se te ocurrió hacerle una escultura al deambulante?

—Lo veía caminar por las calles, absorto en sus fantasías, y dije para mí: «Parece una escultura andante». La idea de hacerle algo artístico comenzó a rondarme. Un día visité su casa. Le expliqué a su familia mis intenciones y hasta conversé con él. Me informé sobre su biografía, sus gustos, sus costumbres, sus rutas, su conducta… Todo eso podría serme útil en el futuro. Y así fue. Cuando en 2018 murió a la edad de 78 años, comencé a trabajar la obra.

«Con los materiales me ayudaron muchas personas. Algunas trajeron trozos de cabillas, mallas, seguetas, varillas de soldar, alambrón… ¡Hasta mi madre donó la mesa de hierro donde tenía su lavadero! Otros colaboraron con ideas, como el arquitecto Domingo Alás. Y varias con apoyo, como Chachi desde la Uneac provincial, e Iris, Yamel y Tony desde la filial tunera del Fondo Cubano de Bienes Culturales».

—Descríbeme cómo llevaste su proceso de creación

—Ya con los materiales, procedí a evaluar la sicología del personaje, a partir de la semblanza sobre su vida. Sin esa exigencia no se puede comenzar. Revisé sus fotos, examiné sus gestos, sus hábitos, su manera de vestir, su forma de pararse… Cuando se tienen esos detalles en cuenta, uno ve en cada segmento, en cada pieza, algo de su personalidad.

«Luego me concentré en darle la forma inicial a la figura Eso lleva muchos dobleces, cortes, soldaduras, retoques… Acto seguido vino el relleno interior con cemento. Lo hice tramo a tramo hasta dejarlo macizo como una garantía de durabilidad. El parecido exterior lo conseguí en la parte final, con correcciones y modelados a nivel pormenorizado.

«Intenté que la escultura se pareciera a quien la inspiró. Tuve en cuenta su estatura de 1,68 metros y sus 49 kg de peso. Me fijé en las prendas de vestir que me facilitó su familia: camisas y pantalones verde olivo, boinas… ¡Hasta el pequeño maletín con el que solía andar! Las fotos me ayudaron a definir cómo se paraba y caminaba. Todo eso lo pienso donar al Museo Provincial, porque Alberto, El comandante tunero, fue todo un personaje de la ciudad».

Habitantes tuneros se toman fotos junto a la escultura a tamaño natural. Foto: Yaciel Peña de la Peña/ ACN

—¿Qué te pareció la acogida pública que tuvo la escultura?

—Sencillamente fabulosa. Nunca voy a olvidar las imágenes de tantas personas haciéndose selfies a su lado. La obra está emplazada en el corazón de la ciudad que él tanto quiso, en un lugar protegido de la lluvia y del sol. Yo me encargaré de su restauración cada cierto tiempo, pues el ferrocemento no tiene la misma resistencia que el bronce.

«Esta escultura es lo mejor que me ha ocurrido. Espero que el pueblo la cuide y que pase a integrar el patrimonio de una ciudad llamada “Capital cubana de la escultura”. Como valor agregado, tiene la felicitación de la dirección del Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental. Es un buen comienzo».

La escultura tunera honra a un personaje que nunca pidió limosnas ni inspiró lástima. Su recuerdo permanecerá en las calles como si todavía las recorriera. Sus peculiares facultades le impidieron saber cuánto significó como un referente de decencia que detestaba a los delincuentes, improvisaba pies forzados, admiraba a Fidel y saludaba la bandera. ¿Se le puede pedir mayor cordura a un hombre?

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