Rosita Fornés Autor: Juventud Rebelde Publicado: 29/06/2020 | 11:00 pm
La retransmisión hace unos días, gracias al programa ¡Bravo! (Canal Educativo), de la versión televisiva sobre la puesta en escena que en 1985 tuvo lugar en el teatro Karl Marx del famoso musical Hello, Dolly, no solo rinde oportuno homenaje a la gran vedette que acaba de abandonarnos, sino también a un grupo de prestigiosas figuras de la cultura cubana que se dieron cita en la adaptación nuestra de esa pieza original de los estadounidenses Michael Stewart (libreto) y Jerry Herman (música), como se sabe emblemática de la solfa representada.
A la Fornés, ya más que probada en el género, tanto de corte lírico como popular (zarzuelas, operetas, comedias) la acompañaban destacados nombres de la canción y el espectáculo, colegas suyos que, con experiencia o no en el musical, brillaron junto a ella en la historia de la simpática y pícara casamentera que un buen día encuentra el amor en un señor acaudalado y de malas pulgas: Omar Valdés fue precisamente quien asumió el personaje de Horacio, junto a Mirtha Medina, Luis Castellanos, Jorge Luis Espinosa, Rebeca Martínez, Alberto Pujols, Ana Molinet (quien fungió, además, como asistente de dirección), el Ballet del Teatro Karl Marx y un largo elenco que se acomodó, bailó y cantó en el amplio escenario del Coliseo de Miramar con la gracia, el dinamismo y el saber hacer que demandaban sus roles, dentro de esa comedia tantas veces representada en el mundo, llevada al cine en 1969 por el famoso bailarín Gene Kelly y nada menos que con la Streisand en el protagónico (dicho sea de paso, un estruendoso fracaso de taquilla en su momento).
La puesta en escena fue asumida por un cineasta que, sin embargo, tuvo también una recordable carrera teatral, Octavio Cortázar (El brigadista, Guardafronteras…), quien logró aglutinar elementos técnicos y expresivos, aprovechamiento sutil y racional del espacio escénico (consiguió, digamos, que los cambios desde el restaurante, donde ocurre buena parte de la acción, a locaciones «abiertas» se resolvieran mediante un modesto pero expresivo telón intermedio) y que coreografías, música y diálogos se integraran felizmente durante la más de hora y media de la puesta, que descolló, además, por la sólida y funcional escenografía de Jesús Ruiz, el vestuario (copioso, elegante, decisivo en el relato) del gran Eduardo Arrocha, mientras las luces de Carlos Repilado diseñaron con tino los ambientes festivos, intrigantes y plenos de jugosos equívocos de la trama.
La inolvidable musicóloga y compositora María Álvarez Ríos había vertido al español los textos hablados y cantados, de modo que la chispa y la simpatía del original pudieron ser trasladadas satisfactoriamente a nuestro idioma; y hablando de música, las células de las hermosas baladas y temas del original se enriquecieron con los arreglos del incombustible Tony Taño, deslizando aquí y allá motivos nuestros que la bien sonante jazz band en el teatro (ejecutando en vivo sobre cuerdas grabadas previamente) se encargó de destacar.
La versión para TV corrió a cargo de otra autoridad en la materia: Manolo Rifat, quien sorteó la planicie del lenguaje teatral con una variedad en la planimetría que nos acercó con fruición y conocimiento de causa a los momentos más disfrutables de la pieza, mediante encuadres y sabios movimientos de cámara.
Rosa (ya tenía 60 años cuando emprendió esta aventura escénica) sobresalió como de costumbre; la parte cantable de Hello… presenta dificultades apreciables: modulaciones complejas, agudos frecuentes, interceptados o seguidos por abundante diálogo, lo cual constituye siempre un reto para cualquier actriz/cantante que la asuma; ella se mantuvo no solo segura y lozana durante todo el trayecto, sino que además confirió siempre a su dama sofisticada y astuta, el carisma y la sensualidad requeridos por el personaje.
A pesar del desafío que esto constituía para sus compañeros, todos se destacaron en sus roles, tanto en los solos como cuando se integraban, por ejemplo el gran final, que explica los sonoros aplausos y ovaciones que trascendieron a la puesta televisiva.
Tuve la dicha de ser espectador varias de esas noches en aquel repleto y entusiasta Karl Marx, e incluso reseñar la puesta para la revista Revolución y Cultura donde colaboraba habitualmente, pero muchos, por vivir fuera de La Habana, ser entonces muy jóvenes o cualquier otro motivo, no pudieron enfrentarse a este suceso teatral que ahora, gracias a la TV (la cual, lamentablemente, no ha tenido el mismo cuidado a la hora de preservar otros materiales de semejante valía) pudieron disfrutar más de 20 años después.
La gratitud al ICRT, al programa ¡Bravo!, su director Roberto Fergusson y el conductor Ismael Albelo, por hacerlo posible. Gracias a ellos comprobamos que, parafraseando a Dolly Levy en el estribillo de su tema principal, «Rosa no se irá jamás de aquí».
Mi Rosa personal
Conocí a Rosa Fornés a mediados de los 80 siendo yo muy joven, pero, como llevaba algunos años ejerciendo la crítica musical, tuve el honor de integrar el jurado de Escenas Líricas, un concurso en el que cantantes de ese género competían con segmentos de óperas y zarzuelas. Ella era la presidenta y había que controlarla pues, de tan noble y solidaria, quería premiar a todo el mundo, yo mismo la acotejaba: «Rosa, es un solo premio y si acaso, una mención», ella me miraba fijo, con sus grandes y hermosos ojos, y me contestaba: «Pero es que esos muchachos son tan buenas personas». Cuando le tocó presentar a sus compañeros de jurado cometió un desliz que iba siendo común: me confundió con el ya muy conocido y respetado realizador de dibujos animados; se lo dije después, y se llevó las manos a la cabeza: «Es que estoy envejeciendo», cuando la realidad era que entraba ya en una madurez preciosa.
Un tiempo más tarde, en una sección que tenía dentro de una revista en la recién inaugurada Radio Taíno, la llamamos por teléfono, y en las coordinaciones al identificarme le dije: «Rosa, no me vuelvas a confundir», estalló en una sonora carcajada y me espetó cariñosa: «Te pasas la vida regañándome».
Iba a verla a sus presentaciones y conciertos, pero en realidad volvimos a encontrarnos muchos años después, cuando en el programa De Nuestra América pusimos un viejo filme que ella protagonizaba de su etapa mexicana; a su casa de Siboney se trasladó el equipo comandado por el entonces director, Radamés Pérez. Tras un tiempo menor que el que se supone en una vedette, apareció ataviada, preciosa como era, aun cuando se trataba de una mujer de la tercera edad, y su saludo fue: «¡Sin regaños!», pero aun así, entre tomas le dije: «no repitas tanto el “¿me entiendes?», «ah, de acuerdo»… pero inmediatamente lo incluyó, y lo dejamos así; la entrevista en realidad quedó muy bien.
Hablando de ese espacio, tuve durante varios años a su mismo diseñador de vestuario, Ismael de la Caridad, y en más de una ocasión, cuando iba a hacer pruebas de ropa a su apartamento y él la llamaba por teléfono, conversábamos muy animadamente durante unos minutos, siempre refiriéndose a mí en términos muy elogiosos, que sabía sinceros; a través de él me envió un CD de dúos que hizo con varios colegas suyos y había grabado por ese entonces.
No volví a programar más filmes suyos en el espacio televisivo, mas en la sección musical a cada rato sitúo algún número relacionado con el cine musical, extraído del cálido homenaje que el director de espectáculos Alfonso Menéndez, gran amigo suyo, le dedicó en 1990.
El año pasado, durante el homenaje que se le dio en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, a cargo de otro amigo que la dirigió muchas veces, Raúl de la Rosa, la abordé rápidamente durante el intermedio en el palco donde se sentaba; me reconoció y fue tan cariñosa como siempre, recién llegaba de un viaje a México y le comenté lo mucho que la evoqué cuando vi allí una versión de Hello, Dolly, con Daniela Romo. «Qué etapa aquella», comentó con nostalgia... Pudiera sonar a lugar común, pero sabemos que el perfume de esa Rosa es de los que tienen fijador, y nos acompañará para siempre.