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La suerte del vecino

Restregó sus ojos y volvió a mirar con mayor asombro. Era su vecino que, en el baño de su casa, accionaba algo entre las manos con descuidada satisfacción...

Autor:

JAPE

María Elena se asomó por la ventana para ver cómo había amanecido el día, pues en el noticiero anunciaron la entrada de un frente frío. Sin proponérselo, su atención se desvió a la pequeña ventanita del edificio contiguo. Hacía más de diez años vivía en su apartamento, pero pocas veces había dirigido la mirada a ese lugar. En honor a la verdad, las tareas de la casa, y el poco tiempo que pernoctaba en esta, apenas le dejaban un minuto para admirar el paisaje que la circundaba. Mucho menos para fijarse en el interior de una habitación vecina.

Con rapidez esquivó la mirada, pero tuvo que regresar la vista hacia algo que la dejó atónita. Restregó sus ojos y volvió a mirar con mayor asombro. Era su vecino que, en el baño de su casa, accionaba algo entre las manos con descuidada satisfacción.

María Elena tardó varios segundos en darse cuenta de que estaba cometiendo un acto de abierto voyerismo; pero como el susodicho no se daba por enterado y seguía en su labor premeditada, ella no tomó precaución y siguió mirando mientras se comentaba a sí misma.

«Eso no puede ser lo que yo me imagino. No con ese tamaño y consistencia. ¡Apenas lo puede apretar con las dos manos! Quizá sea… No, no, es eso mismo. ¿Qué otra cosa podría ser? Es verdad que hace algún tiempo que no veo uno… pero no tanto como para no recordarlo cualesquiera que sean su tamaño y color».

Pensó en tirarle una foto, o grabarle un video, pero tendría que ir hasta el cuarto a buscar el teléfono. Perdería tiempo y dejaría de ver eso que no todos los días se puede ver. Además, sería penoso que el vecino la sorprendiera. Aunque a decir verdad a él no parece importarle que lo vean, más bien parece despreocupado o demasiado concentrado en lo que está haciendo. No es para menos: ¡qué satisfacción poder tener algo así entre las manos! Ay, no es para tanto, pensó unos segundos, pero inmediatamente se retractó y llamó a su mamá:

—¡Mima, Mima… ven un momento a la cocina para que veas una cosa!

Una señora entrada en años, con el pelo canoso, pero con mucha vitalidad, se le unió en la ventana y se sumó a la observación:

—Mira pa’ la ventanita del frente y dime qué piensas de lo que estás viendo. ¿Qué crees de lo que ese hombre tiene en las manos?

La señora enfocó bien su añeja mirada antecedida por unos gruesos espejuelos, y comentó:

—Mija, ese hombre se está… ¡No puede ser! ¿Eso es…?

—Sí, Mima —interrumpió la hija—. ¿Tú habías visto algo así?

—¡Jamás! —respondió casi sin habla. ¡Ni cuando yo era joven! Con ese tamaño y con tanta espuma, ni Rina, ni Palmolive, ni Nácar, ni Batey…

—¿Dónde el vecino habrá conseguido ese jabón? Cuando yo lo digo: ¡qué suerte tiene alguna gente!

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