Los Premios Lucas, proyecto creado por Orlando Cruzata, son testimonios de la buena salud del video musical cubano. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 30/11/2019 | 08:37 pm
Uno de los escasos programas televisivos reñidos a muerte con el aburrimiento del espectador, vencedores de la desgastante batalla por seguir cumpliendo los objetivos culturales y estéticos de su salida al aire, es el espacio de los Lucas, cuya continua capacidad de mejoramiento y ruptura depende, año tras año, de la calidad de los videos musicales que se programen, nominen y premien. A finales de año ocurren las selecciones y galas, que casi siempre polarizan las opiniones (algunos consideran egregios a los elegidos, a otros les resultan detestables) e incluso se dividen los criterios en cuanto a los niveles de profundidad o superficialidad deseables, y se discute con calor la reiteración de convenciones fotográficas (el uso del dron con fines completamente ornamentales) o el desgaste de ciertos modos de representación (parece imposible la realización sin un grupo de bailarinas, al fondo, más o menos ligeritas de ropa).
La mayor parte de los videos con numerosas postulaciones eluden tales convenciones, y cuando las asumen juegan con ellas, para colocarse así, con las consabidas distancias de recursos, al mismo nivel creativo de pariguales norteamericanos, japoneses, brasileños o italianos. Y tales encomiables desbordes, deben ser reconocidos en tanto se trata de la única modalidad audiovisual que trasciende nuestra habitual insularidad. Porque nuestro cine, por ejemplo, todavía ostenta el apellido de «nacional» con un orgullo que puede llegar a ser limitante y pueblerino, y tal etiqueta apenas ayuda a nuestras películas cuando se refiere a que las fronteras, mentales y geográficas, confinan y disminuyen el alcance del producto. Mientras nuestro cine se vuelve cada vez más casero, los videos musicales realizados en Cuba, por lo menos la veintena seleccionada año tras año por los jurados, asumen su insoslayable sentido de pertenencia a la cultura nacional a través de códigos narrativos y estéticos de universal ascendencia.
A juzgar entonces por las nominaciones (alcanzó nada menos que 11), el mejor video del año es Libre, dirigido por los diseñadores, y ocasionales realizadores, Raupa, Mola y Nelson Ponce, y dedicado a Eme Alfonso, cantautora que ha demostrado ejemplar comprensión de la creatividad ciertamente artística que un video musical puede alcanzar. Postulado como mejor video de música fusión, video del año, dirección, producción, fotografía, edición, vestuario, dirección de arte, animación, efectos visuales y mejor making of, la obra combina la imaginativa animación, de dibujos precisos y muy flexibles, con la fantasía medievalista (tal vez en el estilo visual de Juego de Tronos) que tampoco descuenta ciertas laudables referencias a los ancestros africanos.
Se suman las sugestivas angulaciones, el soberbio vestuario y los poéticos ralentíes que consiguen, yuxtapuestos, una atmósfera enrarecida, onírica, que impulsa a disfrutar varias veces de Libre, un producto altamente intelectual y elaborado, y que por tanto precisa de repetidas visitaciones para mejor disfrutarlo, comprenderlo, y luego, una vez comprendido, disfrutarlo entonces más allá de lo sensorial. Encomiable resulta, además, el modo en que los realizadores, de acuerdo con la intérprete, articularon el concepto del empoderamiento femenino a partir de una historia más sugerida que contada, pues las alusiones provienen, en perfecta armonía, del texto de la canción así como de la textura ciertamente surrealista y simbólica del video.
Al igual que en años precedentes, Joseph Ros devino el realizador preferido por el jurado con cinco videos considerados entre los mejores, particularmente La Bayamesa (Eduardo Sosa, Annie Garcés y Luis Franco), Aggua (Roberto Fonseca) y Tres días (Alexander Abreu y Havana de Primera), que fueron mencionados prolijamente. La función cultural del video musical, su estirpe indiscutiblemente artística, irradian en la capacidad del director para reciclar (en el mejor sentido) la canción fundacional, original de Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Castillo Moreno y José Fornaris, mediante el minimalismo escénico y la apacible emoción que manejan la fotografía de David González (la iluminación y el encuadre recrean, con amoroso respeto, imágenes icónicas de la historia patria), la sosegada edición de Daniel Diez Jr. (uno de nuestros mejores profesionales en este rubro) en concordancia absoluta con las claves de iluminación y los movimientos de cámara de vocación romántica. La Bayamesa acumuló ocho muy merecidas nominaciones: mejor video de música trova, video del año, dirección, producción, fotografía, edición, vestuario y dirección de arte.
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La versatilidad de Joseph Ros queda demostrada, por si a alguien le quedaban dudas, con Aggua y Tres días, nominado el primero como mejor video de música instrumental, video del año, dirección, fotografía, edición y efectos visuales, mientras que el segundo alcanzó menos aprobaciones, aunque todas ellas irrebatibles: mejor video de música popular bailable, producción, dirección de arte, fotografía y vestuario. Brillante jolgorio que convoca los azules habaneros del Malecón, Aggua se vale de muy notable edición y efectos visuales para proveerle alma, y conciencia propia, al mar y la lluvia, el sudor y los charcos, todos subordinados a la rumba jazzeada de Roberto Fonseca, otro de nuestros músicos capaces de comprender que un video musical, puede y debe ser algo más que la mera promoción de una pieza musical a través del picotillo de planos, la cámara saltando por gusto y para nada, y el despliegue arbitrario de gente bailando, ropa glamorosa y bonitas locaciones.
Totalmente distinto, en cuanto a tono y estilo, resulta Tres días, pues la recreación de una atmósfera de barrocas chinerías, en interiores oscuros, humosos y congestionados, se vincula a una estructura narrativa paralela, pero mucho más complicada, que la sugerida por el texto de la canción. A partir de referentes cinematográficos bellamente recreados (las imágenes opresivas a lo Wong Kar Wai ceden el paso al vuelo luminoso de Zhang Yimou, o al aire clandestino de los filmes de John Woo) la canción crece, y el video no solo ilustra y enriquece el tema musical, sino que representa cierta encrucijada cultural donde se pueden integrar las más diversas, e incluso contrapuestas, narrativas, estéticas y referencias.
Mucho menos sorprendente, pero también muy hermoso, es Sábanas blancas, en el cual Omara Portuondo versiona el célebre tema de Gerardo Alfonso, con arreglo de Alain Pérez. En términos de imágenes, el video consigue algunas de las más admirables y poco vistas de la ciudad, sobre todo en aquellos momentos en que se juega con la línea de demarcación entre luces y sombras por encima de una vieja pared, o se contemplan los mismos lugares tantas veces fotografiados últimamente, pero desde una perspectiva de picadas y contrapicadas muy sugerentes. En su contra, pesa la supuesta obligatoriedad de incluir personas bailando en la calle, como si tales actos constituyeran el non plus ultra de las costumbres capitalinas en momentos en que el carnaval no precisamente atraviesa su mejor época.
Otro realizador multinominado fue Yeandro Tamayo, que demostró con creces las posibilidades creativas y populares de su tándem con Leoni Torres en tanto No puedo parar (junto a Gilberto Santa Rosa) alcanzó ocho postulaciones: mejor video de música popular bailable, video del año, popularidad, dirección, producción, vestuario, dirección de arte y coreografía; y así se convirtió en el único seleccionado simultáneamente por los especialistas y por el público. Además, el realizador sostuvo un alto nivel profesional en los también nominados Una mujer (Luna Manzanares e Israel Rojas) y Perdona si te digo (Leoni Torres), ambos superiores en cuanto a capacidades narrativas y potencial de sugerencias al sobrestimado No puedo parar, que es simpático y efervescente en el mejor sentido, pero tampoco aporta elementos que justifiquen tantísimas nominaciones. Y si los contiene, al menos este cronista no llegó a percibirlos.
Evidentemente fue un buen año para Yeandro, porque además de estos tres, demostró su capacidad para apropiarse de la preferencia del público con otros dos, también muy dignos, pero en una línea más convencional y comercial, y lo escribo sin ánimo peyorativo: Se me olvidó quererte (Leoni y Rosario Flores) y Mejor sin ti (Leoni y Gente de Zona) se imponen a partir de la aquiescencia al concepto del video musical entendido como promoción y publicidad, de modo que ambos cumplen cabalmente con su propósito cuando alcanzan el aplauso mayoritario y consiguen propulsar la canción, y suministrar un espaldarazo a la carrera del cantante. Solo que a veces, una parte de los críticos y del público nos quedamos inconformes, y aspiramos a que el realizador, cuando tiene el talento probado de Yeandro Tamayo, vaya a por más.
Las tres grandes sorpresas del año llegaron a través de las seis nominaciones para la experimentación con el stop motion de Mis fantasmas, realizado por el novel Fernando Almeida, para el grupo también nuevo Ruido blanco (mejor video de rock-pop, mejor video del año, dirección, animación, ópera prima y artista novel); las cinco menciones de La Bella Habana, para la Camerata Romeu (mejor video de música instrumental, video del año, fotografía, edición, y mejor video por 500 aniversario de La Habana; y las cuatro distinciones de Despójame, codirigido por Daniel Alemán y Yotuel, para Orishas, con la colaboración de Jacob Forever, que alcanzó reconocimiento en cuatro categorías: mejor video de fusión, mejor video del año, dirección y efectos visuales.
Antiguas maquinarias y bombillas animadas, humanizadas, ilustran, con cierto humor y un extraño sentido de lo sentimental, ese juego y travesura medio espectral que es Mis fantasmas, el cual se atreve a prescindir, con mucha gracia y originalidad, incluso de la presencia de los intérpretes. La Bella Habana resuelve el tema de la integración del intérprete a una cierta historia o concepto, cuando alterna entre la fotografía en colores de la Camerata, en un concierto en su sede habitual, y una elegiaca fuga de imágenes aéreas, en blanco y negro, de la ciudad, mediante una edición irreprochable, en consonancia con la cadencia de la música elegida, también preciosa. Ahora que abundaron los videos de homenaje al aniversario 500, este constituye la auténtica joya de la corona, en tanto es capaz de convencer, incluso a los más escépticos, de la belleza inmarcesible de la capital, a partir de maniobrar la tecnología artísticamente, y conferirle utilidad incluso lírica al tan sobre explotado dron.
Omnipresentes resultan los tres miembros de Orishas, y Jacob Forever, en la petición de gracia que constituye Despójame, pero el mérito del video, lo que lo salva de la habitual promoción a los intérpretes que cantan mirando a la cámara, son las glamorosas «apariciones» de impactantes modelos que representan a la Virgen de la Caridad, Santa Bárbara, Yemayá y Oshún. De este modo, los cantantes alternan e interactúan con una serie de imágenes indiscutiblemente impresionantes que aluden a la circunstancia del agua por todas partes, y reflejan sobre todo diversos y expresivos iconos de la religiosidad popular, el sincretismo y la cultura de mestizaje que ha regido nuestra historia e idiosincrasia. Uno de los momentos más sugerentes del video, aunque llega demasiado pronto en el metraje, es la sustitución de los míticos Tres Juanes, a los pies de la Virgen de la Caridad, por Roldán, Ruzzo y Yotuel en similar posición de rezo.
En cuanto a los videos más populares del año, Diván, Leoni Torres, El Chacal y Alex Duvall constituyeran un cuarteto que acapara nueve de los diez escaños de la lista. El primero de ellos ocupó cuatro lugares entre los más populares: está el dúo con Leoni en A que te saco de mí, en solitario hizo Te amo, y junto a Jacob Forever y Lenier figura en los respectivos Infiel y Pobre corazón, los tres dirigidos también por Freddy Loons, quien se convierte así en el director de los videos que más suenan. Leoni Torres también confirma su posición como uno de los artistas preferidos del público, pues además del dúo con Diván, figura en la lista junto a Gilberto Santa Rosa en No puedo parar, y se combinó con Gente de Zona en Mejor sin ti. El Chacal está presente en el top ten de Lucas mediante La mentira, y Hoy lo que toca es party, al lado de Alex Duvall, y este último también cuenta con otro tema en lista: El bombazo, con la colaboración de Yomil y El Dany, que resonaron en las discotecas y fiestas de todo el país, y seguramente también en el extranjero.
Llama la atención la escasa presencia en la lista de Gente de Zona, cuya popularidad al parecer continúa incólume en la Isla, y en muchas otras partes del mundo, a pesar de la campaña adversa desplegada por algunos medios y comunicadores en Miami, de esos que apropiadamente se denominan en inglés haters, en tanto se dedican a esparcir el odio respecto a todos los artistas cubanos que se mantienen viviendo en la Isla. Y si bien el famoso dúo colocó entre los exitazos del año Tan Buena, junto con Mau y Ricky; El mentiroso, al lado de Silvestre Dangond; y Por qué será, acompañados por Yulién Oviedo, ninguno de los tres temas consiguió escalar, sorprendentemente, a la lista de los más populares. De todos modos, los premios Lucas y sus nominaciones tampoco pretenden instituir jerarquías absolutas, aunque constituyan, eso sí, indicios certeros, testimonios eficaces, que dan fe de la buena salud, y el alcance multicultural del video musical cubano.
Libre, dedicado a Eme Alfonso, es un producto altamente intelectual y elaborado.
La Bella Habana, videoclip de la Camerata Romeu, acumula cinco menciones. Foto: Tomada de Radio Haban Cuba
Yeandro Tamayo es otro creador multinominado con alto nivel profesional. Foto: Cortesía del entrevistado
Joseph Ros es el realizador preferido, con cinco videos considerados entre los mejores. Foto: Alba L. Infante
No puedo parar (Leoni Torres y Gilberto Santa Rosa) tuvo ocho postulaciones.
Muy hermoso es Sábanas blancas, en el cual Omara Portuondo versiona el célebre tema de Gerardo Alfonso.
La Bayamesa se luce por la apacible emoción que manejan la fotografía, la edición y la iluminación.