Algunos consideran que tiene demasiados años, quizá porque las prefieren más jóvenes. Para mí, está en su punto: con todo el mito y la experiencia que ofrece el tiempo, unido a la frescura que descubre el sol en el rocío de cada mañana. Es cierto que tiene algunos achaques, pero no se trata solo de la edad: ¿quién no guarda una esquinita de dolor en estos tiempos?
Puedo hablar así porque la conozco hace más de 50 años y, desde entonces (y desde mucho antes), se hablaba de ella; de su majestuosidad, de su belleza… Encantos que cientos han pretendido, incluyendo forasteros. No la juzguen mal, por favor. ¡Créanme! Es difícil no enamorarse de ella, o al menos no dedicarle un espacio en el rinconcito del corazón donde se guardan los secretos íntimos.
Hablando de secretos: les confieso que cada vez que puedo subo hasta el último piso de mi edificio para contemplarla. Desde allá arriba todas las tardes antes de anochecer, y después, si hay luz, se ve clarita, clarita. Cada curva de sus contornos. Ella sabe que la miro y me extasío con su imagen. Debe ser porque en cada ocasión le descubro algo nuevo. Así se me van las horas, a riesgo de que los vecinos piensen que estoy tramando alguna fechoría. ¿Quién va a creer que simplemente estoy allá arriba para contemplarla? De hecho, esto suena bastante sospechoso. No obstante, vale la pena, considerando que cada vez que la veo en todo su esplendor renuevo mi energía. Me lleno de planes y optimismo.
Pero hablo como si usted no la conociera. Seguro la ha visto al menos una vez. Es muy conocida, tiene cientos de amigos, sin contar las miles de fotos que de ella hay regadas por el mundo.
Y hablando de mundo: hace poco pensé que moría, porque nunca había estado tanto tiempo sin verla. Salí de viaje (a provincia) y ni siquiera su fotografía, la que guardo en mi cartera, consolaba mi angustia. Sobre todo porque se acercaba el día de su cumpleaños y yo estaría lejos. Solo respiré con tranquilidad cuando el ómnibus salió del Túnel de la Bahía y tomamos esa avenida que lleva el nombre del muro que ribetea el litoral. Entonces tarareé aquel tema de Luis Ríos que siempre me hace recordarla: «He vuelto para andar sobre la ciudad que quiero, no me parece mal porque yo soy habanero».
Saqué la cabeza por la ventanilla (a diferencia del avión, donde no lo permiten), llené mis pulmones con la brisa que viene del mar (como diría Tito Gómez), llené mis pupilas de calles, de gentes, de vida… y aseguré: «Es inaudito lo de esta Habana mía, 500 años y todavía hace suspirar a cualquiera».
Muchos le han cantado a esta capital, que tiene de congo y de carabalí, de chinos y europeos, de indios y americanos… y hasta de extraterrestres, porque, según la orquesta Aragón, alguna vez los marcianos estuvieron en La Habana bailando chachachá.
Hay de todo en mi Habana. Gente que camina por el medio de la calle como Pedro por su casa (según el viejo refrán) y que se molesta si le tocas el claxon. Esta es de las pocas ciudades donde puedes dejar que tu mascota haga sus necesidades donde mejor le plazca, incluso, en la puerta del vecino.
La acera es de todos y para todo. Lo mismo te «plantan» una mesa de dominó, que una peña deportiva, que una jaula de pollos. Los vecinos no solo piensan en su diversión personal o la de la familia. Piensan que tú también debes pasarla bien con su música y te ponen el bafle a todo lo que da hasta altas horas de la noche…
La Habana es colorida: cada cual pinta su fachada cuando quiere (o cuando puede) y del color que quiere (o que puede); y así se forma un arcoíris de azules con verdes y amarillos y rojo y ocre… y si sigues mirando los colores sin mirar el piso podrías chocar con una cabeza de puerco en la esquina.
También mi Habana es segura y puedes pasear a altas horas de la noche sin temor. Y sin temor puedes gritar a la una, las dos, las tres, las cuatro de la mañana y llamar al balcón para que te tiren la llave y despertar al vecindario.
Esta es la única provincia en que no se sabe si tu equipo de béisbol está ganando. Por lo general, si uno vive cerca del estadio provincial sabe si el equipo local hace carreras porque se escucha la algarabía. Yo vivo cerca del Estadio Latinoamericano y jamás puedo deducir si Industriales está haciendo un rally de anotaciones, porque cualquiera que sea el equipo contrario también tiene una fanaticada apabullante. Muchas veces gritan más los parciales del team visitador.
Esa es mi Habana, con muchas más características distintivas, más buenas, menos acertadas, pero siempre únicas. Esa es mi urbe, la capital de todos los cubanos. La misma que el gran escritor Alejo Carpentier llamara La Ciudad de las Columnas. Real y maravillosa. Esa es mi Habana… ¡a la que siempre quiero regresar!