Danza Contemporánea de Cuba ha sabido mantener en alto el legado del maestro Ramiro Guerra, quien la fundó el 25 de septiembre de 1959. Autor: Yuris Nórido Publicado: 12/10/2019 | 08:59 pm
Luz María Collazo Reyes, uno de los grandes mitos de Danza Contemporánea de Cuba (DCC), entró de manera equivocada a ese universo que le transformó la existencia. Sin embargo, nunca más ha podido abandonarlo, ni siquiera después que decidió dejar de brillar en las tablas para iluminar a otros. Recuerda que en 1961 conoció de una convocatoria para formar actrices que la hizo dirigirse al Teatro Nacional. Cuando llegó ya había cerrado.
«Pero allí estaba la danza esperando por mí, aunque no lo sabía. Esos años iniciales fueron duros, de disciplina férrea y exigencia implacable, mas aprendimos con ansiedad, con sed.
«Danza me disciplinó, pues yo ansiaba probarme, era verdaderamente inquieta. Imagínate que fui la primera modelo negra que hizo pasarela junto con Norka, Norma, Adelfa, Estela..., quienes ya traían una carrera desde antes de la Revolución. Me llamaban para muchos proyectos y a Ramiro (Guerra) eso no le gustaba.
«Trataba de llevarlo todo, pero el maestro se molestaba muchísimo, porque además el cine también se metió por el medio, cuando Mijail Kalatozov me quiso para el primer cuento de esa película de culto titulada Soy Cuba. Y fue el colmo. Me llamó y me dijo: “Como eres tan linda, ¡vete de aquí!”», le narra a Juventud Rebelde Luz María Collazo, y muchos años después algunas lágrimas pintan con delicadeza sus hermosas pestañas como mismo pasó entonces. «Ay, no, Ramiro, no me quiero ir de Danza; Danza es lo mío… ¡Y aquí estoy!».
Para ese instante, ese arte había ocupado cada poro de su ser. Por la danza Luz María lo dejó todo. «Ramiro me enseñó lo que sé, ¡cómo que no! Le decía a la gente: “claro, yo la eduqué, la formé, le enseñé el mundo, y ahora otros vienen a aprovecharse. Ella siempre me costó mucho trabajo”, repetía. El mismo regaño de siempre, pero era un regaño con cariño. Siento que le debo mucho.
«Aquellos años fueron mágicos, intensos y hermosos. Mi vida. Cierro los ojos y me veo debutando en Suite Yoruba, siendo la Eurídice de Orfeo Antillano, también de Ramiro, como la maravillosa Medea y los negreros; bailando Octeto amoroso o aquellas creaciones fabulosas de Eduardo Rivero: Súlkary, Okantomí...
«Tantos lindos recuerdos, tantos países visitados... En Kingston, Jamaica, bailé por última vez en 1994... Súlkary... Contaba con 50 años. Después fui regisseur, aunque desde el 70 me desempeñaba como profesora de nivel elemental, luego también lo fui de grupos de teatro; trabajé con Flora Lauten, Gerardo Fulleda… Hasta me atreví con la coreografía...
«Me jubilé en 2017, sin embargo, no he podido apartarme de la danza, de Danza... Una escuela, la compañía madre... Fue la primera, la que creó Ramiro. Lo criticaron muchísimo. A veces hacíamos funciones a teatro vacío, con dos o tres almas, porque la gente no entendía aquello de los pies desnudos en el piso, las contracciones, por qué se utilizaba el suelo, pero era muy cubano, muy, muy cubano. Era una danza muy revolucionaria, que rompió esquemas».
Sulkary por partida doble
Danza Contemporánea de Cuba ha sido la mayor felicidad de su vida. Lo recalca con palabras, pero Yoerlis Brunet no lo necesita. Sus ojos se encienden inusitadamente cuando habla acerca del significado que ha tenido para él la compañía fundada el 25 de septiembre de 1959.
«Ha exigido un trabajo sostenido, amor, dedicación, mucha dedicación: primero como bailarín, después como maître, de modo que necesité acercarme a la pedagogía para impartir clases de la mejor manera, del mismo modo que luego también me tocó aprender a ser asistente de coreografía para ser capaz de reponer las obras con igual rigor que cuando se estrenan».
Con el movimiento de aficionados de la FEEM este santiaguero halló su pasión en el preuniversitario de Ciudad Libertad, donde estudiaba. «Después descubrí DCC y sus talleres». Lo que Yoerlis le cuenta a Juventud Rebelde ocurrió por allá por 1990. «Me asistió el privilegio de ser alumno de Margarita Vilela, Esteban Delgado, Iván del Río, Isbert Ramos, Luz María Collazo, Isidro Rolando... ¡Esos eran los ilustres profesores de la escuelita!
«Un buen día Margarita Vilela y Esteban Delgado decidieron formar un grupo dentro de los talleres. ¡Mi bendición! Coincidió con que la compañía necesitó bailarines hombres y no dejé pasar la oportunidad. No me puse límite alguno ni condiciones, solo me entregué. Como lo hice con pasión, con una entrega desmedida, caminé… y aún me falta por caminar», reconoce quien logró alcanzar la categoría de primer solista.
Si le toca hablar de sus momentos más sublimes dentro de DCC, un clásico como Súlkary salta por partida doble. «Jamás olvidaré la primera vez que lo bailé, porque fue una de mis motivaciones principales a la hora de elegir mi destino. Ver esa obra grandiosa me impulsó. Cuando por fin llegó, la emoción fue impresionante. También la última vez. Esa despedida fue a corazón abierto, pues para ese entonces sabía lo que era capaz de hacer con el cuerpo. No solo tenía mejor preparación física, sino que la mente se había ensanchado, lo que me permitía asumir los roles con más profesionalidad, con más fuerza y sabiduría. La primera vez fue un disfrute bajo tensión; la última vez, un goce indescriptible: me sentía rey, estaba bailando Súlkary».
Idéntica significación tuvo aquella clase con la cual discutió su tesis de grado en el ISA, «rodeado de mis maestros, de mi familia, los bailarines; el director de la compañía, Miguel Iglesias... Se apoderó de mí una felicidad que en muy raras ocasiones había experimentado».
Ser feliz todos los días
Había cumplido 20 Yoerlis Brunet cuando ingresó en DCC: dos años menos que los que después ha compartido con este emblemático colectivo. Justo la edad de Víctor Varela Cruz (22), en la actualidad primer bailarín, al igual que Stephanie Hardy López (23), quien se encontró con la gimnasia rítmica antes de que su mamá tuviera la lúcida idea de inscribirla para las pruebas de la escuela Paulita Concepción, en la capital.
Víctor se quedó fascinado en una ocasión en que visitó a su hermano Mario Jorge donde estudiaba danza; lo impresionaron las proezas que lograba. Entonces le pidió a su mamá que lo presentara en la Escuela de Arte Benny Moré, de Cienfuegos, y se quedó. «Fue una etapa interesante, ahora me doy cuenta. No todo el mundo consigue entender la danza a tan temprana edad. A veces tenía problemas porque no entendía», confiesa Varela, quien más tarde continuó su preparación en la Samuel Feijóo, de Santa Clara.
En el nivel medio aparecieron los primeros videos de danza de aquí y de allá que le permitieron comprender «que existía un mundo asombroso, diferente al que me imaginaba de chiquito; una calidad de movimiento que me resultaba extraña, lejana, pero que deseaba alcanzar. En ese intento por parecerme a lo que tanto me había impresionado, mi cuerpo empezó a cambiar, también mi mentalidad, mi forma de pensar. Cuando veía a los bailarines de DCC solo me preguntaba: ¿cómo lo consiguen?», narra Víctor, quien en la misma escuela donde su hermano desandaba ahora el camino de la actuación, empezó a notar que no se había confundido al escuchar a su corazón.
Quiso el destino que Iglesias lo eligiera junto a otros cinco bailarines cuando, como de costumbre, estuvo en la Samuel Feijóo en busca de la cantera. Un lustro más tarde, Víctor encabeza el notable elenco, «un sueño hecho realidad a base de trabajar duro, gracias a que DCC y Miguel te empujan, te obligan a superarte, a imponerte metas cada vez mayores.
«Es genial poder estar donde siempre anhelaste. Quería moverme como DCC, sentir lo que esos bailarines que admiraba; necesitaba vivir una experiencia que me sacudiera, que me moviera el piso...
«Soy una persona dichosa, porque soy feliz todos los días. Es una bendición bailar con mis compañeros, con mi novia Leyna González o con mi hermano, quien al final regresó otra vez a la danza; interpretar el dúo de Carmina Burana con Heriberto Meneses... Esos momentos son inolvidables», admite quien en un futuro no muy lejano se ve sacando afuera todas esas ideas que lo invaden y que no tardarán en convertirse en personalísimas coreografías.
¡Son bailarines que por favor!
Al principio los puntos de contacto con el deporte que de niña practicó Stephanie, conllevaron a que no tardara en quedar prendada de la danza. En esa etapa primera jugó también un papel esencial su maestra Mardelys, entonces bailarina de la compañía con quien sintió una afinidad tremenda. Impartía Composición.
Ya suman seis los años que Stephanie Hardy integra la selecta nómina de DCC. Fotos: Adolfo Izquierdo
«La gimnasia rítmica es más bien esquematizada, así que fue determinante que pudiera desinhibirme, abrirme a lo nuevo. Con el tiempo la creatividad comenzó a emerger y a sacar ideas buenas y productivas. Esa maestra tocó una parte muy sensible de mi cerebro. Me marcó».
Cierto que el pase a la ENA fue complicado, un nivel en el que al inicio se halló un poco abrumada por esa cantidad apabullante de información que recibía. «Es que primero necesito adaptarme para después poder fluir. Cuando empecé me quedaba muy asustada, las notas eran realmente alarmantes. Luego todo volvió a su lugar». Ello explica que cuando los directores se personaron para escoger a sus bailarines, muchos vieran su ideal en esta bella muchacha.
Por sus probadas dotes, Stephanie entró en el Conjunto Folklórico Nacional, pero con su cabeza en DCC. «Durante un año venía en las mañanas a dar las clases, y a la una salía a cumplir con mi otro compromiso. “Tengo que lograrlo”, me decía. Soñaba con parecerme a Yosmell Calderón, Jenny Nocedo, Yelda Leyva..., ¡bailarines que por favor!, ¡puro talento!, mas pensaba que iba a ser imposible».
Ya suman seis los años que la Hardy integra la selecta nómina, y aunque el proceso ha sido arduo y complicado, no se queja de los resultados. «Soy de estatura considerable, de modo que ha constituido un enorme desafío lograr la agilidad que quiere mi director, quien exige que me mueva a la misma velocidad de una persona de tamaño normal o pequeña. Me ha costado, y lo más importante: no puedo descuidarme ni un minuto, porque lo que haga incorrectamente se me nota.
«Mi maestro Yoerlis Brunet ha sido un pilar que ha venido a redondear lo que he conseguido con dedicación y esfuerzo. Le estoy agradecida por el tiempo que me ha entregado, por su paciencia. Y claro, también a mis compañeros y a mi director, quien desde disímiles formas ha sabido llegar a mí».
Los caminos abiertos
«¿Danza Contemporánea de Cuba? Mi Carrera». Se hace un silencio porque JR espera que George Céspedes se explaye, diga más, pero no demora en comprender que su respuesta resume años de entrega ilimitada, de alegrías, premios, certezas, creaciones que marcan un estilo, una compañía, pero también de angustias, lesiones, dudas...
Para algunos las coreografías de George Céspedes, líder de la compañía Los hijos del director, representan la esencia de Danza Contemporánea de Cuba.
Él, que ha vivido por la danza, apenas puede explicar cómo se dejó atrapar. Le sucedió como a muchos: un día se aparecieron en su escuela buscando y allí estaba George en el lugar exacto, sin entender ni de qué se hablaba. No obstante, poseía las cualidades físicas y rítmicas que se necesitaban y aprobó los exámenes.
«En una ocasión cometí el error de ir a ver una función de ballet, que me desagradó totalmente... Los tabúes de la época y los tabúes que me tocaban. Pero en otra cometí también el error de asistir a una de danza en el lejano Holguín, donde a finales de los 80 y principios de los 90 existía un movimiento verdaderamente interesante... Nada, entré a la escuela de arte y, honestamente, vine a darme cuenta de cuánto amaba la danza, cuando suspendí el pase de nivel».
Luego hubo muchos sucesos en su vida, entre ellos el encuentro con la ENA, o verse obligado a regresar de Brasil, donde pensó permanecer más tiempo después de participar en un prestigioso concurso, porque debía cumplir con su servicio social en Holguín, la ciudad que lo vio nacer, y donde solo pudo permanecer un mes. «No lo soporté y vine a Danza directamente, la compañía con la que había hecho mis prácticas, la que me acogió desde siempre.
«Los primeros años fueron feos y difíciles: estuve lesionado todo el tiempo como consecuencia de los muchos concursos de mi etapa estudiantil. En DCC comencé a crecer cuando me empezaron a “bajar los aceites”: tenía una idea de lo que quería ser, pero no de lo que era.
—En el repertorio de DCC aparecen muchas de tus obras: Matria etnocentra, Mambo 3XXI, Carmina Burana... Para algunos ellas representan algo así como la esencia de la compañía...
—Sucedió de manera circunstancial. Cuando era bailarín había pocos coreógrafos: Isidro Rolando, Lídice Núñez. En el 99 empezaron a venir algunos extranjeros, y todo comenzó a cambiar. Yo traía mis inquietudes, de hecho hablé con Miguel, le planteé mi interés, pero, por supuesto, se negó: era un chiquillo de 19 años, así que muy frescamente me dirigí al Ballet Nacional para hablar con Alicia, lo cual tampoco ocurrió, pero estaba abierta la convocatoria del Concurso Iberoamericano de Coreografía.
«Con los bailarines que tuve a la mano, recién egresados que habían sido mis alumnos en la Escuela Nacional de Ballet, monté Por favor, no me limites. Luego me fui a estudiar a Estados Unidos, gracias a una beca corta. Al regreso me encontré con la noticia de que había ganado. De ese modo inició mi carrera oficial como coreógrafo, pues antes había hecho algunos “desastres” con amigos, en la escuela... En la edición siguiente volví a presentarme con La ecuación. No me llevé el premio, al parecer no era correcto que un bailarín de danza fuera reincidente. Sin embargo, la obra fue un boom. Tanto que la pude montar en Danza y se abrieron los caminos».
El secreto de la danza moderna cubana
Jorge Brooks se reconoce como parte de esa generación privilegiada que iba «obligada» al teatro, «y que enriqueció con creces su espiritualidad gracias a la Revolución». En una de esas ocasiones, como becado de la secundaria básica Rubén Martínez Villena, se convirtió en testigo del estreno de Impromptu galante, de Ramiro Guerra, en el Mella, un suceso que permanece con total claridad en su mente.
Ver bailar a Cuba cuando se abre aquel telón te hace sentir muy feliz y orgulloso, asegura Jorge Brooks.
Lejos estaba Brooks de imaginar que el destino lo situaría como mánager de DCC (después de que Miguel lo convocara en octubre de 2003) cuando un gran amigo, Gabriel Hierrezuelo, diseñador para ese entonces de la compañía, lo invitó a una función por allá por el 77, el 78. «Desde ese instante ubiqué a Danza en el sitial de honor de mis gustos», enfatiza quien fue llevado por otros derroteros antes de que pudiera conectarse con Artes Escénicas.
No es extraño pues que para Brooks, DCC no solo sea un proyecto cultural de relevante importancia dentro de la cultura nacional, sino también su proyecto de vida. «Te juro que cuando subo las escaleras de nuestra sede en el Teatro Nacional, por muy bravo que venga, el día me cambia. A veces se me pone peor (sonríe), pero me cambia. E incluso así, yo sé que es para bien.
«Ser parte de una compañía de esta categoría implica muchos compromisos, empezando porque trabajas a diario muchas, muchas horas, porque no te puedes dar el lujo de no mostrar a Cuba a través de esa grandeza que fundó Ramiro, quien significó para la danza lo que Don Fernando Ortiz para la cultura en general.
«Él generó una compañía, pero también el movimiento de la danza moderna cubana, bajo cuyos preceptos se han formado y brillado todas esas glorias que nos han llenado de orgullo. Al fundarlo lo primero que hizo fue mezclar con nuestro folclor esa técnica que había aprendido en Estados Unidos, la cual era, sin dudas, rotunda, poderosa, pero le faltaba el sabor de Cuba.
«Habría que decir que hasta ese momento en la cultura cubana estaba ausente uno de sus componentes fundamentales: la expresión del movimiento en las tablas, en el mundo escénico, eso todavía no estaba, como tampoco algo trascendental: la cultura afrocubana, la cual se rescató y colocó en el lugar que se merecía», insiste quien no puede dejar de mencionar a aquellos que en estos 16 años le han posibilitado ascender en lo profesional y en lo humano, y sobre todo, lo han llevado a amar: Ramiro, Miguel, Isidro, Eduardo Arocha, Luz María, Santiago Alfonso..., «gente con las cuales no coincidí, pero a quienes admiro y venero».
Nueva York, Moscú, Londres, La Habana..., en los más importantes escenarios del planeta ha actuado con gloria Danza Contemporánea, asegura Brooks, «y lo ha hecho siempre con un compromiso enorme, porque sabe que cuando baila, baila Cuba por el mundo. Ver bailar a Cuba cuando se abre aquel telón te hace sentir muy feliz y orgulloso.
«Cada uno de los bailarines que han pasado por sus filas (algunos por más tiempo, otros por menos) han aportado a la continuidad de la compañía, a que se mantenga saludable, fuerte. La técnica de la danza moderna cubana unifica; no solo los entrena admirablemente, sino que también crea afectos, lazos indisolubles con la compañía, con la cultura que representan, que transmiten, porque está en sus raíces».