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CORRÍA el año 1994 del pasado siglo y venía en camino mi primera y única hija (eso de tener hijos no es para rellenarse, con uno o dos es suficiente). También apareció mi primer viaje al exterior: a la Ciudad Luz. O sea, que se hizo la luz con la canastilla de Daniela, la esperada bebé. Todo el dinerito de bolsillo se «fundió» en las parisinas tiendas Tati. Yo seguí desandando con mis gastados mocasines de la catedral habanera, pero a la infante, aunque la cigüeña no la trajo personalmente, le mandó su ropita de París.
Transcurrieron los años y, por suerte, alguna que otra vez, aparecía alguna visita de carácter laboral al viejo mundo, que, a pesar de ser veterano, se conserva muy bien. Conocimos de la existencia de internet y del correo electrónico. La primera misiva era para los saludos habituales, los te extraño, cuídate, te quiero… La segunda comunicación, además de los besos y abrazos, traía adjunta una listica de algunas cosas necesarias… por si se podía. Por lo general encabezaban la enumeración los zapatos y la mochila para la escuela. En estos primeros años me ayudó mucho Raulito, su padrino de corazón, que viajaba con más frecuencia porque era marinero.
Días, meses, años siguieron su eterno curso y Daniela comenzó a estudiar música. La lista varió su contenido. Ahora la prioridad eran las cañas para el saxo y otros utensilios propios del instrumento y la profesión. Tocó esta vez a su tío Enrique el apoyo sentimental y económico, allende los mares.
El mayor susto lo tuve cuando yo presentaba un libro en Guadalajara y ella aguardaba la cercana fecha de sus quince en La Habana. Me atreví a preguntar, cual padre amante y orgulloso, qué quería de regalo para su esperado onomástico. No hubo lista, el pedido fue certero y con prisa: ¡quiero un par de Converse! Por más que conversé conmigo mismo, buscando una salida honrosa, no había modo. Los asiáticos acudieron en mi ayuda, y por unos pocos pesos (mexicanos) encontré una copia china de Converse, que fueron la delicia del inolvidable cumpleaños.
Si la vida no me ha complacido con un espléndido empaque amoroso y sentimental, al menos en el apartado de querido papá se las gastó todas conmigo. Un cuarto de siglo después del suceso de la canastilla traída de París, mi hija se ha convertido en una hermosa y dedicada profesional. Es ahora ella quien desanda el mundo con su saxo en ristre, y no me olvida. Hace unos días me llamó (ahora las comunicaciones son más efectivas) y me dijo: «Dime qué quieres que te regale por el Día de los Padres».
Pensé en desquitarme y pedirle unos Converse, pero ya no se usan. Mejor dicho, no creo que me queden bien. Busqué en mi mente, pensando en qué sería lo más objetivo y necesario para mí, 25 años después del nacimiento de mi primera y única hija (no sé si ya se los dije). Unos minutos después ya lo tenía claro y comencé mi lista:
Cariño, mira a ver si me puedes mandar algo para la presión. Omega 369, para la circulación y la pérdida de memoria. Algún compuesto vitamínico para adultos de más de 50. Dipirona, metocarbamol o paracetamol para los dolores musculares. Si me aparece algo más, te lo mando a decir.
Por vergüenza y por respeto no le pedí de las pastillas azules, que, según algunos, devuelven la virilidad, digo, la felicidad a los padres.
Nota
El próximo martes 18, a las 2:00 p.m., con la apertura de una expo especial del dedeté en el lobby del teatro Karl Marx, y la posterior rueda de prensa (para los periodistas y comunicadores que realmente cubrirán el evento), se da inicio a las actividades del Aquelarre 2019, que tendrá lugar el próximo mes de julio. También en el Karl Marx, para los fines de semana del 21, 22 y 23, y 28, 29 y 30 de junio, el Centro Promotor del Humor propone el ¡estreno! del espectáculo Dímelo cantando, con la participación de Pagola la Paga, Kike Quiñones, Osvaldo Doimeadiós, Venecia Feria y Carlos Gonzalvo (Mentepollo).
