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Visitas oportunas a la magia del teatro

El Taller Internacional de Investigación y Creación Traspasos escénicos (Universidad de las Artes, ISA) siempre nos da la oportunidad de acercarnos a grupos de varias provincias

Autor:

Frank Padrón

Como ocurre siempre, los amantes de las artes escénicas deben multiplicarse para asistir a todas las propuestas que ofrece la cartelera, lo cual se torna a veces imposible por cuanto ello tiene lugar generalmente de viernes a domingo y por temporadas breves. Tal situación debiera redundar en la vuelta de programaciones entre martes y jueves en las noches, como ocurría hace años: resolvería ese problema además de activar un poco la magra vida nocturna de la capital entre semana.

Pero en lo que se encuentra una solución, acerquémonos a algunos de los títulos que han podido apreciarse.

El Taller Internacional de Investigación y Creación Traspasos escénicos (Universidad de las Artes, ISA) siempre nos da la oportunidad de acercarnos a grupos de varias provincias. Sin la promoción este año que un evento así debiera tener, pudimos apreciar en los escenarios habaneros, entre otros visitantes, al matancero Mirón Cubano con la pieza UríUrá, bajo la dirección artística de Rocío Rodríguez Fernández, en la sala Llauradó.

Payasos y técnicas circenses confluyen en un espectáculo «para todas las edades» donde los jóvenes actores, en notable labor, dialogan con el público… sin pronunciar una palabra; vale destacar el recorrido de la representación por una amplia paleta musical donde se privilegian los ritmos cubanos y lo acertado de un vestuario que trasciende los tópicos «clownescos» para reforzar el mensaje de vitalidad y optimismo desde su variedad cromática.

Y hablando de circo (en el teatro, claro) Vade Retro, de y por José Milián con su Pequeño Teatro de La Habana, es una pieza del maestro escrita en 1961; es admirable que esta obra inicial del dramaturgo con apenas 15 años conserve su lozanía y su actualidad. No gratuitamente tiene como subtítulo El circo mágico: unos artistas de esa popular manifestación (aunque en realidad representan al mundo que vive fuera de sus carpas) rodean a La Coreana, mujer que pertenece y responde a los estratos marginales de la sociedad.

Durante todo el drama, de tintes fuertemente tragicómicos, los actores circenses prometen saciar, más no lo cumplen, el hambre ancestral, atávica de esa oficiante de la magia negra, alienada madre y esposa frustrada que arrastra a Palacho, un hijo-muñeco con el que dialoga constantemente.

Admira cómo el autor lograba combinar elementos de los teatros de la crueldad y del absurdo, con los de la cotidianidad que saltan de lo nacional a lo regional y universal con verdadero tino, con sentido del espectáculo y sin extraviar ese tono esperpéntico y brutal que ha definido su teatro hasta hoy.

Como expresa el inolvidable Tomás González en las palabras del programa de mano «no hay rarificación, solo poesía que surge con el detonar de las situaciones, aunque las mismas no tengan tanto de belleza, sino por tremendas y terribles».

En la puesta, que exhibe el café teatro del Centro Cultural Bertold Bretch, solo lamentamos que no se disponga de una mayor producción para que la atmósfera circense tenga todo el lucimiento requerido, mas las luces de Marvin Yaquis, la banda sonora de Iván Blanco, el diseño gráfico de Fernando Yip y el diseño escénico del propio director, junto a las coreografías de Lissete Soria (también actriz) hacen todo lo posible por acercarnos a ella.

Y por supuesto, las actuaciones: si en otros montajes el elenco llega a saturar a veces el tono rayando el grito, esta vez se aprecia contención aun en los momentos más deliberadamente altos. Falconerys Escobar, como La Coreana, vuelve a (de)mostrar sus abundantes dotes histriónicas, su capacidad para desdoblarse y transformarse, notablemente secundado por sus compañeros de reparto.

La visita del inspector es el estreno de la Compañía Hubert de Blanck, bajo la dirección de Orietta Medina, quien se encarga también de la puesta en escena. La obra, que fue montada hace décadas por otra compañía, la Rita Montaner, pertenece al prolífico novelista y dramaturgo inglés John Boynton Priestley, quien la escribió en 1945. Ha sido representada en medio mundo (incluido Broadway) y tiene como marco una invariante de su obra: la desigualdad e inequidad sociales; la familia de un rico empresario mediante todos y cada uno de sus miembros es responsable del trágico final de una joven obrera, según el presunto oficial de policía que llega a la casa para interrogar a los Birling.

Jugando con las posibilidades que una historia así puede tener en la realidad social, el autor maneja tanto el suspense in crescendo de la anécdota como los tiempos y sicologías con mano maestra, y aunque discursa en torno a egoísmos e insensibilidades y detenta una vigencia absoluta, su crítica no es abstracta, sino históricamente concreta, por cuanto se asienta en medio de la brutal expansión capitalista de Europa a principios del siglo XX.

En la puesta de Medina, se echa de menos cierta limpieza necesaria a la hora de adaptar el texto; digamos, sobran parlamentos que se caracterizan por la más absoluta obviedad, revelando conclusiones a las que el menos avisado de los espectadores arriba de tan solo contemplar los hechos; frases del tipo: «Todos han tenido que ver con la muerte de esa chica» o «Solo te importa lo tuyo» pudieran realmente eliminarse. Habría que cuestionarse también la pertinencia de la envoltura radiofónica que se da a la historia (quizá para aludir y homenajear la faceta de locutor en Priestley) por cuanto choca un tanto con el tono y el sentido de la misma.

Aunque hay un notable movimiento escénico y una reconstrucción adecuada (la sala de la casa más algunos pocos exteriores se resuelven con unos grandes paneles blancos) se echa de menos a un mejor y más cohesionado trabajo actoral; siendo una obra de varios personajes, todos de gran importancia dramática, el sentido de equipo es fundamental, y aquí falla, justamente por el ostensible desnivel de los desempeños. Con la excepción de algunos pocos (Carlos Treto, Marisela Herrera, Elizabeta Domínguez), el resto se siente poco integrado a las características de sus roles, y en general nada convincentes.

Ojalá en el transcurso de la temporada mejore al menos este esencial acápite de la puesta.

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