El medio de comunicación natural que he dominado en mi vida ha sido la danza. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 10/02/2018 | 12:33 am
«Ángel de la jiribilla, ora por nosotros»
A propósito de su ensayo sobre el Diario de Céspedes, Cintio le envió a Eusebio una nota tan emotiva como lúcida: «Tienes lo cubano, la emoción patria, en la punta de los dedos, y de inmediato comunicas esa electricidad espiritual de nuestra familia deslumbrante». Cintio tenía razón, mucha razón, por supuesto. ¿Quién se atrevería a negarlo? ¿Quién, ante la obra y la palabra de Eusebio, ha podido sustraerse de los efluvios de su cubanía? ¿Quién, con un mínimo de sensibilidad, ha escapado de su imantación? ¿Y del influjo de su fe hermosa, radiante, siempre renovada, en esta «Isla infinita» y en la «familia deslumbrante» de sus héroes, pensadores y poetas? Una familia extensa, portentosa, con Céspedes, es obvio, y también con el propio Cintio, con Varela, Heredia, Luz, Mendive, Gómez, Maceo, Martí, Fidel, Raúl y tantos otros fundadores.
Martiano, fidelista y cristiano devoto, Eusebio no tolera los dogmas. Tampoco acepta la vulgaridad supuestamente «popular». Cree en el pueblo real, no en sus caricaturas folclóricas —y el pueblo lo reciproca con admiración y afecto. Cree en el valor de la honestidad, que aprendió junto a su madre; cree en la pedagogía humilde, desencartonada y tierna, practicada por sus primeros maestros; cree en la Revolución que nació en 1868, triunfó en 1959 y sigue viva y vigente hasta hoy; cree con pasión en el trabajo creador y en la perseverancia; cree en el amor, en la belleza, en la fuerza transformadora de la cultura, en la utopía; cree que la juventud puede y debe ser eterna; cree que la salvación del patrimonio y la memoria es el único modo de construir el presente y el futuro. Como Martí, no cree que la muerte sea el Final. Y cree con fervor en la amistad.
Recuerdo cuando Eusebio y yo fuimos juntos a visitar al hospital a un hermano común: Enrique Núñez Rodríguez. Aunque sabíamos por los médicos que no iba a salir vivo de aquella sala, Enrique estaba de buen humor y confesó que sentía unos deseos irrefrenables de comer chocolate. A la mañana siguiente, Eusebio le envió una caja de bombones-aptos-para-diabéticos. Y a partir de ese día siguieron apareciendo en la sala aquellos bombones milagrosos, puntuales, auténticos mensajes diarios de cariño, y fui testigo de cómo los esperaba Enrique, con qué alegría un tanto infantil.
Cada vez que pasamos por el Teatro Martí, Eusebio me recuerda a Enrique y las ocasiones en que recorrimos los tres la obra en construcción. «Qué lástima que no pudo verlo terminado», dice, dolido en lo íntimo. Y es que Eusebio aspiraba a que Enrique, un entusiasta inspirador del rescate de ese teatro y de los géneros que lo caracterizan, se convirtiera en su director general.
Yo, por desgracia, creo (todavía) que la muerte sí es el Final. Sin embargo, durante muchos años me ha interesado el llamado «espiritismo científico», influido quizás por la sombra de mi abuelo paterno, espiritista y rosacruz, y hasta estuve trabajando en un libro sobre el tema. Eusebio lo supo y me secuestró una tarde con su sonrisa traviesa para mostrarme, restituido, impecable, el busto del Codificador de la Doctrina Espírita, Allan Kardec, que había sido arrancado de su sitio en otras épocas por un extremista delirante. Pero hizo algo más, algo increíble, que nunca olvidaré: me trajo de París, del cementerio Père-Lachaise, de la mismísima tumba de Kardec, un ramo de flores secas. No sé qué o quién (el azar, la mala suerte o un espíritu oscuro) impidió que aquel regalo misterioso llegara a mis manos; pero le agradecí y le agradeceré siempre a Eusebio ese gesto que refleja el carácter noble y delicado de su alma de hombre grande.
Cuando Lezama eleva su oración al ángel de la jiribilla, pequeño y movedizo guardián de la cubanía, «diablillo de la ubicuidad», parecería que está hablándonos de Eusebio. Ese ángel lezamiano, dotado de una inextinguible «simpatía de raíz estoica», representa la «fabulosa resistencia de la familia cubana» y lucha sin tregua contra el Imposible. Así es Eusebio, incansable, ubicuo, estoico y rebosante de gracia, risueño, tercamente juvenil, vencedor cotidiano de las ruinas y del Imposible.
Gracias, hermano, por tu ejemplo, por tus lecciones, por estar ahí. Recibe un abrazo muy fuerte en este cumpleaños. Que te protejan y acompañen todo el tiempo, como hasta ahora, el ángel de la jiribilla y una multitud de espíritus iluminados.
(Abel Prieto Jiménez)
Nuestro amigo Leal
Me sugieren que exprese unas palabras sobre Eusebio Leal, y mi primera sensación es de indefensión. ¿Cómo mostrar en palabras, de manera efectiva, las cualidades de este amigo, particular y brillante protagonista de la cultura cubana en las últimas décadas?
El medio de comunicación natural que he dominado en mi vida ha sido la danza. Me sentiría más segura si pudiera revelar mis sentimientos hacia este gran personaje, dedicándole una secuencia coreográfica.
Pero, ¿qué debería contener, qué debería mostrar en ese inusual ballet por Eusebio?
He recibido de él los más puros sentimientos de admiración, amistad, solidaridad y amoroso apoyo. Hay en su palabra, su gesto y su acción una acendrada raíz patriótica. Que no solo se muestra espontánea y nítida, sino también arraigada en lo más profundo de nuestras esencias nacionales, de nuestra tradición ética.
Hombre de cultura, está presente en él la sensibilidad artística, la inteligencia política y un poderoso sentido humanista.
Si mi danza pudiera expresar estas razones y argumentos, con todo amor le otorgaría esa ofrenda creativa al amigo y al compatriota que nos honra.
Por encima de las fechas y los homenajes circunstanciales, ese sería mi tributo a nuestro amigo Leal, el cual entregaría en mi nombre y el de mi compañero Pedro Simón, quien comparte con emoción este simple mensaje de agradecimiento.
(Alicia Alonso)